Sábado 14 Diciembre 2024
En aquella ocasión, el anuncio significó un gran avance en la lucha por los derechos humanos y su respeto universal.Taylor fue acusado por 11 cargos relacionados con la guerra civil emprendida en el país vecino, Sierra Leona, que incluyeron asesinatos, violaciones, terrorismo, mutilaciones y el reclutamiento de niños combatientes.
Era la primera vez que un líder africano iba a ser juzgado por crímenes contra la humanidad, y eso ya era histórico. Cuatro años después, la atención mediática descendió y pasó de ser una noticia de primera plana en la prensa mundial a ser apenas una nota breve en la última página de la sección internacional.
Hasta que llegó Naomi Campbell. La top model británica más famosa del mundo fue requerida por el tribunal en Suiza y de inmediato todos los flashes se dirigieron hacia ella, y por ende hacia el caso Taylor.
En su comparecencia de la semana pasada, Campbell reconoció haber recibido en 1997 unas “tres o cuatro piedritas sucias” de manos de la seguridad de Taylor en medio de la noche en la mansión de Nelson Mandela en Sudáfrica.
Ella aseguró que no sabía que eran diamantes y que, ante lo extraño de la situación, prefirió dárselos a la Fundación Mandela, que en aquellos días ayudaba a niños pobres y víctimas del SIDA.
Esas “piedritas sucias” a las que se refirió Campbell eran nada menos que “diamantes de sangre”, es decir, piedras preciosas conseguidas por la explotación no de cientos, sino de miles de inocentes en regiones lejanas de África, incluyendo niños y mujeres.
Los “diamantes de sangre” alcanzaron su apogeo en la década de los noventa y supuso uno de los dramas humanitarios más graves que ha tenido que afrontar las Naciones Unidas, y que sirvieron de inspiración a una cruda película protagonizada por Leonardo DiCaprio.
TESTIMONIOS CLAVES
El tribunal de la ONU quiere demostrar con el testimonio de Campbell y otras celebridades, como la actriz estadounidense Mia Farrow –quien confirmó que Naomi recibió un “enorme” diamante de Taylor que trató de seducirla– de que el ex presidente liberiano manejó una enmarañada red de tráfico de piedras preciosas que dejaron miles de muertos.
Taylor, según investigaciones internacionales, habría patrocinado las acciones del Frente Revolucionario Unido (RUF, por sus siglas en inglés) de Sierra Leona –país limítrofe de Liberia– desde fines de los ochenta.
El RUF, bajo comando del líder guerrillero Foday Sankoh, se había alzado contra el Ejército y necesitaba desesperadamente armamento como rifles y carros de combate que solo Taylor fue capaz de provéeselos.
Pero el presidente liberiano tenía un alto precio: las reservas diamantíferas del pequeño y mísero país del Golfo de Guinea. Las milicias del RUF secuestraron a cientos de miles de civiles de las regiones orientales, que estaban bajo su poder, y los obligaron a trabajar en las minas de la región.
No se salvaron ni los niños de cinco años, mujeres embarazadas, ni ancianos con sus débiles fuerzas, quienes fueron encadenados y trasladados a las oscuras minas y a los cauces de los torrentosos ríos de la zona para encontrar pequeños diamantes con alto valor en el mercado internacional.
La ONU estima que más de 30,000 personas murieron por los trabajos forzados en un ciclo de explotación y muerte que Taylor avaló y patrocinó. Los “diamantes de sangre” le llegaban en cajas, sucios y sin pulir, y eran trasladados a Europa, en especial a Bélgica.
Un informe de la ONG Global Witness dio a conocer las dimensiones del fenómeno a finales de los noventa.
Los análisis revelaron que los brillantes en bruto eran vendidos con descuentos del 30% sobre su precio habitual y que traficantes de alto nivel como Victor Bout, ex agente de la KGB, actuaban de intermediarios.
Charles Taylor aparecía como el principal interlocutor en este comercio que, también según los denunciantes, favorecía a las grandes empresas del sector, incluida De Beers, la firma belga que proporciona el 40% de la remesa mundial de diamantes tallados.
NUEVO ESCENARIO
A inicios del siglo XXI, el fin de los conflictos de Liberia y Sierra Leona, la muerte de Sankoh y el apresamiento del inductor del negocio, propiciaron un nuevo escenario.
La ONU elaboró un sistema de certificación conocido como el Proceso de Kimberley, que ha sido aprobado por los países productores y las empresas comercializadoras. El mecanismo obligaba al compromiso de que en ninguna de las fases del comercio se habían violado los derechos humanos de las poblaciones implicadas.   
Hasta ahora, de los 49 miembros que representan a 75 países, solo Costa de Marfil ha sido sancionado, por lo que no puede comercializar sus diamantes, pero esto no significa que el problema haya quedado en el pasado.
Países fuera de la cobertura del proceso de Kimberley continúan traficando con diamantes cortados, cuyo origen es muy difícil de rastrear. La mayoría, sino todos, se encuentran en África, lo que convierten al continente negro todavía en sinónimo de explotación y muerte.
El juicio a Taylor podría dar más luz sobre este repudiable negocio que mueve más de US$ 500 millones al año y sacar a la luz a las redes de tráfico que, pese a la vigilancia de las Naciones Unidas, continúan actuando en la más completa y cínica impunidad.
http://www.generaccion.com/magazine/1306/diamantes-sangre