Domingo 8 Diciembre 2024

¿Qué leerán mañana las nuevas generaciones en los libros de historia sobre la mafia y los acontecimientos relacionados con ella?

¿Qué se informará sobre las masacres que, desde medio siglo hasta hoy, han ensangrentado nuestro país, sobre los desvíos, sobre la connivencia del Estado y del aparato político con exponentes de la mafia, sobre el sacrificio de quienes intentaron arrojar luz? ¿Sobre estos períodos oscuros de nuestra historia?

¿Qué verdad les permitiremos saber?

Nos gustaría que nos demuestren que estamos equivocados, pero, en materia de mafia, las generaciones futuras, releyendo lo que se ha dicho y escrito sobre el tema hasta ahora, se encontrarán ante una representación de estos acontecimientos al menos esquizofrénica.

No queremos creer que esto pueda ser fruto de una actitud consciente, ni, mucho menos, que exista una grave y peligrosa premeditación y deseo mistificador (pero que alguien, con razones convincentes, nos ayude a entender qué más puede ser). Lo cierto es que algunos contribuyen a ofrecer una imagen del fenómeno poblado de informaciones contradictorias, declaraciones grotescas y, con demasiada frecuencia, más allá de los límites que un mínimo de decencia debería imponer.

Todo esto no beneficia al conocimiento. pero tampoco beneficia a la democracia y a la sociedad civil.

Con una soberbia y un descaro inaceptables, cierta prensa, así como políticos y representantes de instituciones, siguen negando descaradamente verdades irrefutables, con representaciones de hechos que no deben ser interpretados ni representados sino informados, sic et simpliciter, y de los que sólo hace falta tomar nota.

En el tema de la mafia y su entorno, con la multitud de fuentes y datos que se ofrecen, si no decidimos que algo cambie, si no definimos, auténticamente y de una vez por todas, cuál es la indudable verdad de los hechos, sólo facilitará la construcción de teoremas improbables que se alejen de la verdad, traicionando, al menos, a esa parte del Estado formada por ciudadanos honestos.

Y estamos convencidos de que estos ciudadanos, a pesar de que todavía no se han resignado, están cansados de asistir a espectáculos de títeres, de tener la sensación de no ser siquiera parte del público, y de ser tratados como títeres, con una inteligencia y capacidad crítica que a los titiriteros, ni siquiera muy ocultos, les gustaría manipular.

Pero, ¿en virtud de qué lógica podemos seguir tolerando la indiferencia y la arrogancia de un Estado en el que quisiéramos, incondicionalmente, reconocernos?

Si, como se ha repetido en varias ocasiones, el Estado no es capaz de juzgarse a sí mismo, consciente de que, al abrir su propia caja de Pandora, se vería abrumado por todas las atrocidades que han cometido algunos de sus indignos representantes a lo largo de los años, está igualmente claro que no podemos seguir denunciando hechos y fenómenos que ponen de relieve, indiscutiblemente, la ilegalidad de determinadas conductas y al mismo tiempo seguir encontrando, del otro lado, como interlocutores, paredes de goma sobre las que todo rebota o se desliza como el aceite.

¿Pero es realmente cierto que un Estado no puede juzgarse a sí mismo?ezqui2

Se trata de evaluar riesgos y beneficios.

En nombre de una democracia cuyo perfil parece cada vez más opaco, se corre un mayor riesgo de extraer del cuerpo del Estado el cáncer de la ilegalidad, de la connivencia, del intercambio de vías criminales ilícitas, o ¿acaso los beneficios no serían muy diferentes si se interviene para erradicar este mal antes de que las metástasis (si no lo han hecho ya) lo devoren definitivamente sin futuro?

Desgraciadamente, esta pregunta tiene dos respuestas opuestas entre sí, que confirman la división entre un Estado de valores y el disvalor de una parte del Estado y por tanto, sería demasiado cómodo y no quiero creerlo, es como si no hubiera respuesta.

No podemos aceptarlo y no dejemos que nadie nos diga que si se llegara al fondo del asunto, la democracia y la estabilidad de todo un país estarían en peligro.

Las verdades sólo pueden traer beneficios, no podemos imaginar una democracia basada en mentiras.

Para acorralar a la mafia es necesaria una revolución cultural que debe partir sobre todo de los jóvenes, que deben implicarse con testimonios de credibilidad más que con pruebas de autoridad.

El magistrado Nino Di Matteo lo reiteró en una entrevista reciente, animando a los jóvenes a no perder la memoria para evitar que, sin memoria, el nuestro se convierta en un país sin futuro.

No hay duda, pero tal vez serían necesarias dos revoluciones culturales, una dentro de las instituciones y otra entre las personas, los ciudadanos, todos, y no sólo los jóvenes.

Porque, de lo contrario, querer representar figurativamente la lucha contra la mafia como un carro siciliano de dos ruedas, tan rápido como pueda girar una de las dos ruedas, si la otra gira lentamente o incluso se detiene, el carro gira sobre sí mismo, sin avanzar ni retroceder.

Éste corre el riesgo de ser el destino de la lucha contra la mafia, si tan solo la rueda del compromiso civil, de la antimafia social, se moviera constante y rápidamente.

Se tiene la impresión de haber llegado a una encrucijada, pero también de que algo anda mal o, en todo caso, de que se necesita algo diferente para que algo realmente cambie.

Paralelamente a la labor de la magistratura y de la policía, en la sociedad civil existen diversas asociaciones que se ocupan de cuestiones relativas a la legalidad y la lucha contra las mafias y, entre ellas, las asociaciones formadas por familiares de las víctimas de las masacres, que, ante la inmensa tragedia que los azotó, quisieron aprovechar una oportunidad de renacer contribuyendo al cambio de la sociedad, a la educación en la legalidad.

Su compromiso fue y es decisivo en el respeto a la memoria y la búsqueda de la verdad.

Magistrados, periodistas, asociaciones y familiares de las víctimas de las masacres mafiosas, para mantener viva la memoria de lo ocurrido, llevan su testimonio a las escuelas, a las universidades, en debates y conferencias, siempre en nombre de esta revolución cultural en la que creemos, que parte del pueblo, de los ciudadanos.

Pero no es suficiente.

Las generaciones futuras leerán en los libros de historia que la mafia es una organización criminal que, a manos de hombres pertenecientes a ella, durante largas décadas, se ha convertido en la perpetradora despiadada de masacres en las que han perdido la vida magistrados y miembros de las fuerzas policiales, periodistas comprometidos en combatirlo, así como víctimas inocentes culpables sólo de encontrarse, en su inocencia, en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Pero al mismo tiempo leerán que existió una "mafia buena", el oxímoron por excelencia, formada por hombres que cometieron crímenes brutales pero cuya innoble crueldad, en un determinado momento histórico, "mereció", o quizás mejor "necesitó" ser rebajado a un perfil de "bondad".

Y así fue en realidad.

Un nuevo perfil, expresión de una especie de "catarsis legalizada" que permitió, y justificó, ese "diálogo negociador" querido por una parte "no buena" del Estado para poner fin a las masacres que ensangrentaban a nuestro país.

Un "mal Estado", desviado, connivente, que dialoga con una "mafia buena": el oxímoron dentro del oxímoron.

Leeremos también que la "tratativa Estado-mafia", según algunos, no existió, y no constituyó un delito incluso cuando tomó la forma de "amenaza a un órgano político del Estado", un tipo de delito previsto por el código, ni cuando los propios acusados, agentes de Carabineros (primero condenados y luego absueltos), hablaron de la existencia de una tratativa, la cual fue confirmada por el presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien, con ocasión de una audiencia en Palermo destacó cómo, no sólo el Gobierno, sino todas las más altas instituciones del Estado habían comprendido bien la amenaza y los objetivos de chantaje de la mafia.

En esos mismos libros de historia, algún día, habrá espacio para los nombres de hombres pertenecientes a las fuerzas policiales, a los Carabineros, que cayeron en servicio con honor, junto a colegas que han perdido el sentido de dignidad y el orgullo de pertenencia, aceptando tratar con la mafia que ellos mismos catalogaron como "buena", simplemente porque era funcional a lo que estaban haciendo.

Entre los primeros, a algunos se les ha concedido el honor de cambiar el nombre de calles, plazas, jardines o escuelas, sin embargo, para muchos otros, el velo del olvido ha ido cayendo lentamente ante su compromiso y sacrificio, mientras que los segundos, en algunos casos, fueron incluso acogidos en los edificios de las instituciones por los más altos funcionarios del Estado como verdaderos héroes, considerados víctimas de la incesante persecución perpetrada contra ellos por cierto poder judicial.

Las nuevas generaciones tomarán conciencia del trabajo realizado por muchos magistrados y por uno en particular, llamado Nino Di Matteo, que ha dedicado toda su vida a la lucha contra la mafia, con coherencia y determinación y sin dudarlo, incluso cuando, precisamente la mafia, dictó en su contra una sentencia de muerte que aún sigue vigente.ezqui3

Pero también leerán sobre un fantasioso de la democracia, un tal Maurizio Gasparri que, aparentemente, olvidando que es Senador de la República, cegado por quién sabe qué "furor", le pidió al Guardián de los Sellos, Carlo Nordio, una inspección contra al propio Di Matteo para verificar las eventuales responsabilidades disciplinarias, así como para proteger al Poder Judicial y al Tribunal de Casación ante la posible existencia de delitos derivados de las afirmaciones contenidas en el libro El golpe de olvido.

Apelamos a la indiscutible objetividad valorativa y lúcida capacidad analítica del Senador Gasparri para ayudarnos a comprender, con razones no imaginarias como las expresadas anteriormente, cómo un magistrado, sometido al máximo nivel de custodia por la actividad desarrollada en la lucha contra la mafia, la cual dictó contra él la pena de muerte, puede al mismo tiempo ser considerado un hombre que opera contra legem, contra el Estado.

La primera ministra Giorgia Meloni consideró las palabras de Paolo Bolognesi, presidente de la Asociación de Familiares de las víctimas de la masacre de Bolonia, "peligrosas para la seguridad personal de quienes sólo intentan hacer lo mejor por el bien de esta nación", según el cual las raíces del atentado se encuentran plenamente en el gobierno de derecha.

Quisiéramos preguntarle a la ministra Meloni por qué no expresó la misma sensibilidad, preocupación y solidaridad hacia el Dr. Di Matteo, ante las declaraciones del Senador Gasparri o de quienes en diversas funciones lo han atacado en los últimos meses retratándolo casi como un peligro para la democracia y a quien, precisamente por eso, según algunos, ya no se le debería permitir hablar con los jóvenes en las escuelas debido al mensaje engañoso que transmite.

Si todo esto no representa una lectura esquizofrénica de los hechos ¿de qué otra forma podría definirse?

¿Dónde está la verdad? podría preguntarse legítimamente el lector del mañana pero también del presente.

Pero si realmente estamos todavía en este punto y todavía tenemos que explicar que "el agua moja y el sol calienta", entonces significa que no alcanza, que lo que se ha hecho no es suficiente.

Tal vez, las mismas asociaciones voluntarias y, en particular, las que representan a las víctimas y a las familias de las víctimas de las masacres, teniendo en cuenta también las conexiones y relaciones ya bien establecidas que existen entre los instigadores y los autores de las distintas masacres, deberían emprender caminos compartidos para aunar fuerzas, creando mesas de debate sinérgicas sobre aquellos temas que puedan unirlos y, al hacerlo, fortalecer su poder de negociación y dar mayor fuerza a su voz frente a esos muros de goma, para que una vez derribados, las perspectivas de vislumbrar la luz de la verdad ciertamente puedan aumentar.

Pero quizás también haya llegado el momento en que la política, de una vez por todas y de manera seria y responsable, se ponga frente al espejo y tome conciencia de cuán bajo ha sido el compromiso en la lucha contra la mafia, cuántas han sido las ausencias en los últimos años y que grandes responsabilidades, incluidas las morales, recaen sobre sus representantes.

No fue la detención de Messina Denaro, destinado a morir en poco tiempo debido a las graves patologías que padecía, lo que dio un punto de inflexión en la lucha contra la mafia si, con una detención, que sirvió para cambiar su dirección de residencia por poco tiempo y luego llevarlo de allí al cementerio, sin obtener respuestas sobre sus treinta años de ocultamiento y las connivencias ciertamente no de bajo nivel que le permitieron moverse libremente.

Nos gustaría saber dónde está la agenda roja del juez Borsellino, que estaba dentro del maletín que el día del atentado fue visto en manos de un agente de los Carabineros y no ha sido encontrado desde entonces, tratando de hacer pasar como normal un suceso de perfiles casi paranormales.

Todavía tienen que explicarnos, tratando de ser convincentes, la lógica del fracaso en el registro del escondite de Toto Riina después de su arresto.

Y podríamos continuar con una serie de situaciones y acontecimientos vergonzosos, que requieren una respuesta clara y creíble, que a estas alturas, hasta el lector más desinteresado en el tema, podría enumerar de memoria, tanto se ha hablado y se sigue hablando.

Pero, como es bien sabido, con palabras no se hace harina.

Y entonces, en este punto, se daría el caso de que la política también decidiera tomar posición y liderar esa deseable revolución cultural incluso dentro de los palacios del poder, mientras comienza a romperse el silencio institucional que allí encuentra su hogar.

Nos gustaría dirigirnos a la clase gubernamental actual pero algo nos dice que sería una pérdida de tiempo.

Pero entre los políticos también hay quienes se oponen a este gobierno y deberían hacer una oposición mucho más concreta.

Precisamente a ellos, a estos políticos, cuando pasan de un campo amplio a uno estrecho, un día del brazo de un compañero de viaje, al siguiente de otro distinto mientras nos hablan de la democracia de la época de Pericles, cuando mientras tanto, nuestra democracia y las libertades que deberían encontrar allí un hogar feliz están en riesgo, en una digresión entre populismo y reformismo, pasando por el soberanismo, mientras nos comunican con espléndidas selfis sus lugares de vacaciones o sus asuntos familiares.

Nos gustaría que nos mostraran que, en su agenda, la lucha contra la mafia está entre las prioridades del calendario de sus compromisos, porque esto es lo que piden desde hace décadas los ciudadanos que les han dado el mandato de representarlos y que están convencidos de que lo que se hace mediante la presencia formal en los actos conmemorativos de las masacres, solo suscita indignación y molestia en esos mismos ciudadanos si no va acompañado de hechos concretos.

Seguramente los ciudadanos también estarían dispuestos a ver aplazado el debate sobre la construcción del puente sobre el Estrecho (la conclusión del proyecto de Salerno-Reggio Calabria se espera desde hace más de cincuenta años y hemos sobrevivido) o el compromiso de resolver el problema de las concesiones para establecimientos balnearios, para escuchar que las palabras mafia y lucha contra la mafia resuenan mucho más en las salas del Parlamento y estar seguros de que estas cuestiones son objeto de una seria batalla política.

Deberíamos empezar desde aquí porque, a la vista de los resultados, no se ha hecho lo suficiente y ciertamente todos hemos cometido algunos errores.

Y no es sólo un problema de respeto a la historia, antes es necesario respetar la verdad, un problema ético además de político.

Para concluir, hacemos nuestras y compartimos las palabras del abogado Fabio Repici en su ilustrado discurso pronunciado el 19 de julio en Palermo, con ocasión de la conmemoración de la masacre de via D'Amelio: "Debemos comprometernos a defender la verdad. Hay quien quiere reescribir la historia con Bruno Contrada, olvidando los favores que le hizo a Cosa Nostra, hay quien quiere reescribir la historia con Mario Mori, olvidando la búsqueda fallida del escondite de Riina y la captura fallida de Bernardo Provenzano, hay quienes quieren reescribir la historia con Giuseppe De Donno o con el alma buena del general Subranni, definido como "punciuto" por el juez Borsellino. Si lo hacen, quedarán en ridículo. Todos debemos comprometernos a defender la verdad, oponernos a ese deseo fascista y golpista de reescribir la historia y debemos evitar la estrategia del velo que lo cubre todo, ante la imposibilidad de constatar nada".

*Foto de Portada: © Paolo Bassani

*Foto 2: Giorgia Meloni © Imagoeconomica

*Foto 3: Nino Di Matteo © Imagoeconomica