Jueves 7 Noviembre 2024

Tratemos de no negar la evidencia, dejen de engañarnos una y otra vez, de fingir que un último empujón sería suficiente para saber cómo fueron realmente las cosas. Nunca tendremos una verdad oficial, con sellos y estampillas, registrada por escrito a beneficio de la posteridad, con los nombres de ejecutores, autores intelectuales externos, coautores, partidarios y beneficiarios, todos ubicados en las casillas correctas. Eso no lo tendremos jamás.

Paolo Borsellino no murió de una muerte simple, fácil de explicar, a manos de un puñado de matones armados hasta los dientes y fácilmente identificables porque tenían razones muy válidas para matarlo.

Existieron causas aterradoras en la base de una masacre aterradora, debido a la perfección del dispositivo militar, la excepcionalidad de la dinámica, la cantidad de información que teóricamente debería haber tenido disponible el comando, la cantidad de explosivos utilizados, el número de víctimas, primero tomadas en cuenta y luego abandonadas en la acera, con total desprecio a la convivencia civil de todo un barrio de la ciudad.

La masacre de Via d'Amelio y, en consecuencia, los juicios que a ella van unidos, treinta y dos años después, como una interminable cadena de San Antonio, han sido definidos como "el mayor desvío de las investigaciones judiciales" de la historia italiana. La afirmación es tan cierta que hoy nadie con sentido común siente la necesidad de discutirla.

Pero más allá de esto, la mente de muchos no quiere entender. Y por muy diversos motivos.

Para llevar a cabo el mayor desvío de las investigaciones, etc., fue necesario inventar un arrepentido a su medida, Vincenzo Scarantino. Y Scarantino vino al mundo con los rasgos que sus sórdidos creadores quisieron darle.

Entonces fue necesario tomar al pie de la letra, durante el mayor tiempo posible, las mentiras que poco a poco se fueron contando. Para eso estaba el títere.

Era necesario, desde mucho antes de la masacre, intervenir los números de teléfono de la familia Borsellino para saber que ese día, a esa hora concreta, a bordo de su vehículo blindado, el magistrado iría a visitar a su madre. Cosa para nada obvia.

Era necesario no prohibir el estacionamiento en el domicilio de la madre del juez. Disposición que quizás habría servido de algo. No hacerlo fue otro juego de niños.

Era necesario que un instante después del rugido del trueno que rajó los palacios en vía d'Amelio -además de los pobres cuerpos de Paolo Borsellino, Emanuela Loi, Agostino Catalano, Walter Eddie Cosina, Claudio Traina y Vincenzo Fabio Li Muli-, entrara en acción el "escuadrón de limpieza". Esos limpiadores diligentes que ya estaban en el lugar, con la tarea de poner sus manos sobre el maletín y la agenda roja de Paolo Borsellino.

Fue necesario -como ocurrió puntualmente días después- que los familiares, que pedían cuentas de esa ''agenda roja'' que conocían muy bien por haberla visto innumerables veces, fueran groseramente expulsados.

Es por esto que hablamos del mayor desvío de las investigaciones, etc., etc. Porque fue necesario involucrar a hombres uniformados y funcionarios, tanto altos como bajos, alterar las actas, borrar verdades, registrar falsedades e intervenir teléfonos.

En una palabra, fue necesario primero realizar y luego ocultar las aterradoras dimensiones de la aún más aterradora masacre a la que nos referíamos al principio.

El abogado Fabio Trizzino, que defiende a una parte de la familia Borsellino, además de decir que está sustancialmente convencido de que la aterradora causa de la aterradora masacre fue una pista -culpablemente desatendida por quienes deberían haber investigado- que conducía a las licitaciones públicas de la mafia, también dijo que estaba seguro de poder excluir cualquier forma de participación del Estado italiano: "Se trata de una masacre mafiosa llevada a cabo por mafiosos".Como si esto no fuera suficiente agregó: "Nunca voy a creer que Cosa Nostra corleonesa haya aceptado recibir órdenes de los Servicios Secretos, de alguna otra 'entidad' o de un 'Estado profundo'".

Al final del juego, Paolo Borsellino habría muerto por intereses económicos, empresariales y mafiosos, amenazados por las investigaciones que él mismo había emprendido tras la masacre de Capaci.

Una tesis que, como cualquier otra hipótesis posible, deberá ser consagrada en una sentencia definitiva.

Lo cual, 32 años después, todavía no ha sucedido.

Pero hasta ese día, aunque así no lo quiera el abogado Trizzino, sentimos y seguiremos sintiendo la presencia del Estado.

Porque ¿quién mejor que los aparatos estatales para mantener ocultas durante 32 años las obscenas razones "del mayor desvío de las investigaciones judiciales" de la historia de Italia, etc., etc., etc.?

*Foto de Portada: Antimafia Duemila