Viernes 11 Octubre 2024

Todavía tengo en mis ojos la imagen de Vincenzo Agostino, en el 2019, en el funeral de su esposa Augusta. Catedral de Palermo. Él estaba allí, frente al altar, mirando a lo lejos, más allá del ataúd. Detrás de él estaba su familia y una multitud de personas que venían de toda Italia para rendir homenaje a su compañera de toda la vida. Y luego ese largo, silencioso e infinito abrazo con don Ciotti. Y por último sus ojos, muy azules, que decían más que mil palabras. La imagen tallada de un hombre solitario. Sin la presencia de ese apoyo siempre a su lado, discreto. Que contenía la fuerza sobrehumana de una madre a la que le habían arrancado el amor de un hijo. Recuerdo la emoción palpable de esos momentos, las lágrimas que caían por los rostros de muchos y ese sentimiento de abandono que se iba apoderando del pensamiento de muchas personas. Pero luego fue don Ciotti quien describió con sus palabras el sufrimiento de este hombre cercano a todos los presentes. "Vincenzo -susurró el fundador de Libera- todos tenemos una imagen maravillosa de ustedes dos: esa mano tuya apoyada en el hombro de Augusta, siempre juntos. Ahora, Vincenzo, somos nosotros los que ponemos la mano en tu hombro, no te dejaremos solo para seguir luchando".

En ese momento el dolor sordo de Vincenzo había traspasado las orillas y había cruzado su rostro, atravesando en un instante las naves de la imponente basílica. "Las balas que mataron a Nino e Ida, mataron a muchas otras personas, muchos de sus familiares están hoy aquí -recordó don Luigi- si no sentimos que esas balas nos alcanzan también a nosotros, todo se vuelve retórica y la memoria se convierte en celebración. Esas balas deben seguir golpeando nuestras conciencias, deben seguir arañando nuestro interior". Para luego seguir recordándolos nuevamente uno al lado del otro. "Augusta y Vincenzo: 60 años juntos, ha sido un camino de amor, de dolor, de sacrificios, pero también de mucha esperanza. Habéis sido y seguís siendo: buscadores de la verdad y constructores de justicia. Augusta, te saludamos, un saludo fuerte, fuerte, fuerte. Ella dio tanto, ese dar suyo fue la banda sonora de su vida, una vida que hoy no termina con la muerte, sino que se renueva. Extrañaremos tus abrazos, tu disponibilidad, el no dar nada por sentado, tu tenacidad, tu voluntad, tu ejemplo y tu seriedad. Extrañaremos verte con Vincenzo. Pero ahora dejémosla ir hacia el Padre". El llamamiento de don Ciotti va directo al corazón: déjala avanzar hacia la verdad. Y, sobre todo: "No la busquemos entre los muertos, debajo de una piedra, Augusta sigue con nosotros, la seguiremos buscando dentro de nosotros, en los rostros, en los gestos, en la vida de todas las personas que ella ha conocido y amado".

Pienso en esas palabras y no puedo evitar convencerme de que ahora también se aplican a Vincenzo. Creo que en el momento de su fallecimiento Augusta vino a llevárselo para acompañarlo hacia esa verdad que ya nadie podrá ocultar. "¡Recuerden que la verdad siempre vencerá!", dijo este hombre de larga barba blanca al final del funeral de su esposa. Esa verdad que debemos seguir buscando en este mundo. Y que hoy resuena con más fuerza en las palabras que Vincenzo Agostino pronunció la víspera del Día de la Memoria de Libera en el 2015. Aquel día, desde el escenario de Bolonia, don Ciotti había gritado que el nuestro es un país "de masacres en gran medida impunes" y que todavía hay "demasiadas sombras, demasiadas zonas oscuras y tratativas indescriptibles". El fundador de Libera había recordado con fuerza las palabras pronunciadas 24 horas antes por Vincenzo: "el precio de la razón de Estado no puede ser nuestra necesidad de verdad y de justicia. ¡Debe haber la verdad!". Al margen del encuentro, Agostino había profundizado luego sus expresiones.

"Todos nosotros, familiares de víctimas de la mafia, ya no queremos palmaditas en la espalda de quienes nos gobiernan -declaró con determinación- Queremos respuestas, queremos hechos concretos, ya no queremos promesas incumplidas. ¡Exijo verdad y justicia! No soporto a todos estos políticos corruptos, ¡tienen que irse a casa! ¡El presente y el futuro de la juventud debe ser libre, no debe estar condicionado por estos criminales! Sé muy bien que hay personas vivas que saben del asesinato de mi hijo y mi nuera, pero no quieren hablar -reiteró con profunda convicción- pero ¿por qué estos individuos no examinan sus conciencias? Pero tal vez no la tienen y siguen diciendo que no saben nada. Y en cualquier caso les pido que digan la verdad porque de lo contrario siempre estarán encadenados el uno al otro". Luego se detuvo un momento para tomar aire: "Para hacer justicia a Nino y a Ida es necesario que hablen los que saben, que se acuerden de lo que había escrito mi hijo, deben aparecer las 'manzanas podridas' que había en aquellos años". Un llamado sentido, que se proyecta más allá del tiempo y del espacio. Y más allá de cualquier sentencia en la que a menudo faltan los instigadores externos de los peores crímenes.

"¡Recuerden que la verdad siempre vencerá!". Hagámonos entonces dignos de las palabras de Vincenzo Agostino, y como decía don Ciotti: "no busquemos a Augusta, y ahora a Vincenzo, debajo de una piedra, sino dentro de nosotros mismos, en los rostros, en los gestos, en las vidas de a todos aquellos que los amaron y que juntos han luchado y luchan por la verdad y la justicia".

Chau, Vincenzo.

*Foto de Portada: © Paolo Bassani