En las décadas en que me ocupo de la mafia como periodista alemana, he visto una buena dosis de aberración, que culminó recientemente con el funeral de Estado el habitual criminal y financista de la mafia Berlusconi – por no mencionar a una primera ministra que llama a los impuestos "pizzo del Estado". Entonces, ¿por qué no habría de existir "antimafia basura", que pretende estigmatizar el compromiso del fiscal antimafia Nino Di Matteo y del periodista Saverio Lodato? Y por parte, nada menos, que de un profesor de derecho penal en la Universidad de Palermo. Costantino Visconti no está satisfecho con esta burla, y en la entrevista con el diario Il Foglio pide que Di Matteo y Lodato ya no puedan hablar ante alumnos y estudiantes, para que no puedan informar sobre el pacto que existe entre el Estado italiano y la mafia. Lo cual es tan lógico como pedir que se prohíban todos los termómetros en los hogares, para que nadie vuelva a hablar de la crisis climática. En cuanto a la solicitud de censura a los hablan contra la mafia, puedo aportar desde mi experiencia en Alemania: allí los libros sobre la mafia están borrados. Y todo periodista que escribe sobre la mafia en Alemania y es demandado por los protagonistas pierde el caso. Así es como, en las últimas décadas, Alemania ha sido capaz de transformarse en un paraíso mafioso sin el conocimiento de la mayoría de los alemanes. ¿Es este quizás el sueño de Costantino Visconti y sus seguidores en la redacción del Foglio? Cuando me enviaron a Italia por primera vez como periodista en 1989, tuve que contar la llamada "Primavera de Palermo", esa oleada de entusiasmo en Sicilia que se debió al trabajo de Falcone y Borsellino. Tuve el privilegio de conocer a muchos de los protagonistas de esa primavera palermitana, incluidos policías como Saverio Montalbano, que había descubierto en Trapani el vínculo entre los masones, los principales exponentes de la Democracia Cristiana, el vice prefecto y el jefe de la policía municipal, haciéndose, de tal forma, extremadamente impopular entre todos los que estaban en el poder. Lo habían trasladado a la comisaría de San Lorenzo y lo escoltaban dos guardaespaldas que viajaban con él en un carro blindado, y pensé: ¡qué país tan extraño! ¡Los policías exitosos son transferidos y necesitan ser escoltados! Pero teníamos confianza, en aquel verano de 1989, cuando en el Este el cemento se estaba desmoronando y me parecía que incluso en Italia los cimientos sobre los que la mafia y los políticos corruptos italianos habían construido su dominio estaban temblando. Fue ese fatídico reportaje el que me hizo querer quedarme como periodista en Italia, porque me impresionó el trabajo de mis compañeros periodistas sicilianos -como Saverio Lodato, Attilio Bolzoni, Francesco La Licata o Vincenzo Vasile- y el compromiso de magistrados sicilianos como Falcone y Borsellino. Vi al Estado italiano, que me impresionó favorablemente, representado por la obra de gente como Falcone, Borsellino y Montalbano. Me quedé y vi cómo la base de hierro sobre la que la mafia construyó sus cimientos, que por un breve tiempo habían flaqueado, rápidamente se consolidaban de nuevo por las mismas fuerzas que siempre han utilizado a la mafia como brazo armado: funcionarios desleales, agentes de los servicios secretos y políticos. Y esto sigue ocurriendo hoy, cuando con las leyes de una Cartabia y un Nordio el revanchismo ha llegado a su -temporal- apogeo. Si el Estado italiano todavía tiene alguna credibilidad en la lucha contra la mafia -y los políticos, funcionarios públicos y agentes de los servicios secretos aliados a ella- es solo gracias a magistrados como Nino Di Matteo, Antonio Ingroia, Nicola Gratteri, Roberto Scarpinato, Sebastiano Ardita o Giuseppe Lombardo, quienes han sacado y sacan a la luz la verdad sobre este Estado. Hoy ya no nos atrevemos a negar la existencia de la mafia, hoy la declaramos derrotada. El profesor Visconti quiere que el Estado que ha hecho un pacto con la mafia sea considerado normal. Quiere contar la historia de la mafia, diciendo que la mafia no es más que una especie de escoria no muy grave, una organización criminal que hace sus travesuras en algún lugar de la maleza social. Y que se silencie a quienes con sus investigaciones y sentencias demuestren que el Estado italiano está podrido. "La derrota de las organizaciones criminales está en otra parte, no en el derecho penal, sino en la educación cultural", dice el profesor Visconti. Pero los jóvenes italianos hace tiempo que dejaron de creer en la idea romántica del poder curativo de la cultura, como si la mafia pudiera ser derrotada como una falta de ortografía. En cambio, entendieron que el secreto de la mafia está en su convivencia con el Estado. Sí, les disgusta el cinismo de la clase dominante, que considera al país como una caja registradora privada, mientras los jóvenes italianos se ven obligados a huir en masa al extranjero en busca de trabajo. Ya no creen en los cuentos de hadas. Saben que el emperador está desnudo. Foto: Shobha |