Por Aaron Pettinari-4 de setiembre de 2022

Ayer en vía Isidoro Carini, se recordó al general Carlo Alberto dalla Chiesa, a su esposa Emanuela Setti Carraro y al agente de la custodia Domenico Russo, asesinados el 3 de septiembre de 1982 por la violencia de Cosa Nostra.

Recuerdo, sí, pero acompañado de amargura, ira y una sensación de desánimo por la hipocresía y la indignidad institucional que se respiran en determinados eventos.

Si excluimos las voces de los hijos, Nando, Simona y Rita, nos damos cuenta del "vacío" que, cuarenta años después del crimen, se hace cada vez más evidente.

Porque nadie, a nivel institucional, quiso recordar los enormes vacíos en la reconstrucción de la verdad y la justicia.

Por el homicidio, fueron condenados a prisión perpetua los asesinos Raffaele Ganci, Giuseppe Lucchese, Vincenzo Galatolo, Nino Madonia y los colaboradores de justicia Francesco Paolo Anzelmo y Calogero Ganci. También es cierto que, de nuevo a cadena perpetua, fueron condenados como autores intelectuales los jefes de Cosa Nostra, a saber, el propio Riina, Bernardo Provenzano, Michele Greco, Pippo Calò, Bernardo Brusca y Nenè Geraci. Sin embargo, todavía no se conocen los rostros de los autores intelectuales que actuaron desde las sombras, probablemente hombres del Estado.

A nivel institucional no se quiere recordar que, tras la emboscada, como ocurrió entre otras cosas diez años después con las masacres de Capaci y via d'Amelio, desaparecieron papeles y documentos de investigación de la mayor importancia.

Se sustrajeron documentos de la caja fuerte de la casa del general y, como han recordado a menudo sus hijos, de la misma forma desaparecieron documentos del maletín de dalla Chiesa. Hace unos años una carta anónima informó que una carpeta, de la que no se separaba el general, había sido llevada a un sótano. Y de hecho fue encontrada en el del juzgado. Estaba vacía. Y también se encontró un informe en el que se dice que debajo del asiento delantero, donde manejaba dalla Chiesa, había varios informes en los que estaba trabajando. ¿Eran estos los documentos que se estaban buscando? Quedan muchas preguntas abiertas. Preguntas que pesan. Así como pesa el juicio de la historia que nadie quiere recordar.

Porque, a nivel institucional, nunca se recuerdan las palabras que dalla Chiesa le expresó al siete veces primer ministro, Giulio Andreotti, poco antes de partir hacia Palermo ("No haré ninguna excepción con la parte contaminada de su corriente").

La memoria del general Dalla Chiesa 2

El propio Andreotti, que no fue al funeral, le dijo a un periodista que le preguntó por qué no había ido a Sicilia, que prefería los bautismos.

Precisamente el mismo Giulio Andreotti que fue juzgado por el delito de asociación para delinquir. Un delito que la Corte de Casación declaró "extinguido por prescripción", pero que fue "cometido hasta la primavera de 1980".

Y hay "reglas" por las cuales un ministro, un representante del Gobierno, un Primer Ciudadano, no puede dejar de estar presente en ciertos actos.

Sin embargo, sigue siendo fuerte la sensación de que ayer en Palermo, en via Isidoro Carini y no solo ahí, lo que se vio desfilar fue una hipocresía indigna.

Porque indigno es un alcalde que pone una corona sin haberse distanciado firmemente de aquellos sujetos condenados por hechos mafiosos como Marcello Dell'Utri y Totò Cuffaro (el primero por concurso externo en asociación mafiosa, el segundo por complicidad) que se expresaron en primera persona para apoyar su candidatura.

Es hipócrita una ministra como Luciana Lamorgese cuando no acompaña tantas bellas palabras con hechos concretos. Porque en gobiernos que la han tenido como ministra del Interior, la lucha contra las mafias nunca fue una verdadera prioridad.

Indigna es la presencia en primera fila del subsecretario de Defensa, Giorgio Mulè. El mismo Giorgio Mulè que nunca pierde oportunidad de atacar a los magistrados antimafia que se atreven a investigar al sistema criminal y sus relaciones con el poder, que hoy representa a esa Italia "anticonstitucional" que, a pesar de que nuestra Carta Magna repudia la guerra, se la promueve con "ayuda militar" a las llamadas misiones de mantenimiento de la paz (peace keeping), formación de la paz y prevención de conflictos (peace making), construcción de la paz (peace building) y misiones de imposición de la paz (peace enforcement).

Todavía tenemos en mente su imagen, con un casco en la cabeza, en Arabia Saudita (un país que ciertamente no brilla por su democracia, con 81 ejecuciones de penas de muerte en solo 24 horas el sábado anterior) para asistir a la exhibición de los productos de la empresa Leonardo (tanques, helicópteros, cazabombarderos, drones espía, pistolas Beretta, etc).

Esta es la imagen de la Italia que con diversas resoluciones parlamentarias decidió dar apoyo militar en el extranjero en todas partes (desde la Guerra del Golfo hasta Somalia, desde Bosnia hasta el apoyo a los kurdos, y hoy al conflicto en Ucrania).

Indigno e hipócrita es un Estado que acepta pactos y negociaciones "improvisados"; que no encuentra la forma de priorizar la captura de Matteo Messina Denaro; y que todavía hoy guarda secretos de Estado sobre las masacres.

"Aquí murió la esperanza de los palermitanos honestos", decía la frase anónima aparecida en via Isidoro Carini tras la masacre. Cuarenta años después la indigna hipocresía y los silencios de los que están presentes sólo en las conmemoraciones, hacen resonar nuevamente aquellas palabras. "Aquí murió la esperanza de los italianos honestos". Y el 25 de septiembre se vuelve a votar. Como si nada hubiera pasado.

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*Foto de portada y 2: © Deb Photo