Por Jean Georges Almendras, desde Palermo, Sicilia-30 de julio de 2022
La aparatosa mafiosidad que rodeó a todo el caso Rocco Morabito, durante su estada en territorio uruguayo, entró en una nueva etapa; en un nuevo episodio, si se quiere desconcertante, pero previsible. A saber: después de que el boss emblemático de la ‘Ndrangheta fuera extraditado a Italia, y que en Montevideo -en el mes de junio de este año- la fiscalía formalizara a un funcionario policial -con el rango de Cabo- por estar involucrado seriamente en la fuga de Morabito del edificio de Cárcel Central de Montevideo, en el 2019, y tras sobrevenir la recaptura de éste en el Brasil y su posterior extradición a Italia en este 2022, se supo también, que un capitán de la Guardia Republicana (uno de los grupos de elite de la policía Uruguaya) fue formalizado por la Fiscalía de Delitos Económicos y Complejos, nada menos que por hacer parte de una docena de traslados injustificados a Cárcel Central, de Gerardo González Valencia, jefe narco mexicano de Los Cuinis, desde donde se encontraba detenido, para encontrarse con el capo Rocco Morabito de la ´Ndrangheta, en el edificio del centro de Montevideo. Un episodio escandaloso, descarado y propio de una historia de narcos, en la que los niveles de corrupción son de altísimo poder, dentro de un estado democrático y ajustado a derecho, sorprendentemente.
A espaldas de la justicia, el Capitán recientemente formalizado por “reiterados delitos de abuso de funciones” acompañado por casi una docena de funcionarios de custodia, retiraba al capo mexicano, lo hacía cruzar toda la ciudad para que finalmente se encontrara con su par italiano, en uno de los pisos de Cárcel Central, y por si fuera poco, le proveía (al mexicano) un celular satelital para que pudiese entablar comunicación, solo o acompañado de Morabito con personas de su conocimiento residiendo fuera del Uruguay (¿ en México? ¿en Italia? ¿en alguna otra región de América Latina?).
Hace pocos meses, cuando salió a la luz pública, la noticia de que González Valencia y Rocco Morabito se encontraban en Cárcel Central, el estupor ganó las calles y las interrogantes sobre estos encuentros, se multiplicaron desfavorablemente para las autoridades policiales. Ya era el colmo. A la fuga del italiano, fruto de una red de corrupción obviamente, dentro mismo de la cárcel, ahora se sumaba el escándalo Cuini, con el plus en el que un oficial de la Republicana era su principal protagonista (¿será el único?).
En las últimas horas se supo que cada uno de los movimientos de traslado del mexicano a las instalaciones de Cárcel Central, tenía un costo de 94.000 pesos, requiriéndose además para cada traslado el concurso de un vehículo especial y de 8 a 12 guardias fuertemente armados, los que obviamente de buena fe solo obedecían las órdenes de su superior al mando, quien pretextaba que se trataba de salidas bajo el rótulo de visitas conyugales.
Pero no eran tales, sino más bien se trataba de encuentros -diríamos nosotros- operacionales, entre dos jefes narcos: uno italiano y el otro, colombiano, que, de hecho, materializaban sin pudores ni restricciones, vínculos seguramente -no creemos estar errados- funcionales a las actividades propias del narcotráfico internacional. El mensaje es claro: numerosas reuniones, en una cárcel uruguaya, entre dos figuras emblemáticas del ambiente narco, y sin las autorizaciones judiciales de por medio, significaban mucho.
Para nosotros, como sociedad civil, significaba que el crimen internacional venía dando gigantescos pasos ante las narices de todos, a la luz del día y sin remordimientos de ninguna especie, como si se tratase de una multiplicidad de operaciones, de asombrosa naturalidad, sin sesgo criminal alguno, o solo para pasar el tiempo. Obviamente esto no era así.
Y todo en sí mismo, fue tan inimaginable, que de todo ese entramado de corrupción que rodeo la prisión de Morabito, solo un policía fue implicado, por la fuga propiamente, y solo un oficial de la Republicana, fue implicado, por esos encuentros entre mafiosos, en la cárcel. Todo alrededor de la vida de los sujetos privados de libertad, siguió su curso habitual, hasta que el uno se diera finalmente a la fuga y el otro fuera finalmente extraditado a los Estados Unidos. Y si bien solo dos personas de uniforme (de casi una veintena de sospechosos) fueron los chivos expiatorios de esta acción mafiosa en suelo uruguayo, está más que claro, que las impunidades y los caminos fáciles para el sistema criminal integrado, se mantienen incólumes, y sin fronteras de por medio.
El vocero de la fiscalía uruguaya Javier Benech, dijo a los medios de comunicación que el fiscal Lackner había solicitado la prisión preventiva para el Capitán de la Republicana formalizado, pero de la jueza que entiende en el caso dio una sola respuesta, por cierto, opuesta al pedido original: se le asignó prisión domiciliaria y con tobillera electrónica, dictando además la prohibición de comunicación con sus camaradas.
¿A nadie de afuera del Estado y de la misma fuerza a la que pertenecía -o debo decir, pertenece- el Capitán, se le ocurrió pensar, suponer, dibujar, qué hubo, o quienes están detrás de los traslados que él hizo con el mejicano a cuestas, ¿a Cárcel Central? ¿Ningún operador judicial o fiscal, además de dejar transcurrir los meses, sin resoluciones ejemplares, se le ocurrirá hincar el diente en tamaña osadía? Por lo que veo, y vemos en los medios, y por lo que se informa a los medios: creo que no hay valientes para entrar en ese juego de sacar las verdades afuera. Ni siquiera por decoro o por hipocresía. Todo se hace light. Todo se hace a lo tibio. A quedar bien con Dios y con el Diablo. Paciencia. Todo se hace a medias tintas. Paciencia.
Las mafias locales y transnacionales están en pleno apogeo. Hay quienes duermen de esta realidad, y por dormir, se sumergen en la desidia y en la inoperancia más flagrante, a veces por una cuestión circunstancial, pero en las más de las veces, por comodidad institucional ligada con la corrupción, en sus diferentes niveles. Y esto acontece en ambas márgenes del Atlántico.
Suponer, como muchos suponen, que la mafia no existe y que sus tentáculos solo se ven en la pantalla del cine y en la televisión, es un acto de irresponsabilidad ciudadana grave. Pero más grave es aún, cuando los que hablan así hacen parte de los servicios de seguridad, o del sistema político, o del sistema judicial, de una sociedad; y mucho más grave aún cuando desde tiendas gubernamentales se mira a un costado o se hace la vista gorda, cuando por las narices de todo un país desfilan o interactúan con la ciudadanía, personajes como Rocco Morabito o Gerardo González Valencia, sea en libertad, o sea privados de ella, bajo la tutela del Estado.
Esta vez, los insulsos y corrompidos mecanismos estatales que no garantizaron la extradición a Italia, desde Uruguay, de Rocco Morabito, visibilizaron el grado de vulnerabilidad en el que nos encontramos como sociedad civil y como Estado. Y si el Estado, no se atreve a reconocerlo, o más aún, no se atreve a revertir la situación, estamos ante un muy grave problema, porque la sola demostración de que un hecho de la magnitud del caso Morabito, arrojó un solo procesamiento, por la evasión de un capo mafioso de la ‘Ndrangheta, y una prisión domiciliaria de un alto oficial que se hizo funcional al mafioso, es la evidencia de que, las instituciones parecen más favorables a lo mafioso que a la legalidad.
La reciente Ley de Urgente Consideración (LUC) sembró tembladerales a todo trapo y nivel; con todos sus pro y sus contra; pero no recuerdo, puedo equivocarme -lo reconozco- que los delitos de mafia hayan sido contemplados, con la misma intensidad que se contemplaron las habilitaciones para reprimir, generar disonancias en los sectores sociales más vulnerables, o en los programas educativos de orientación popular, sin mencionar los aspectos de la economía de nuestra sociedad que se consideraron oportunamente, más para el desmedro, que para la construcción nacional.
La mafia nos está deglutiendo con rigurosidad cotidiana y las evidencias van saliendo a la superficie de las aguas. Las aguas “calmas” de una democracia que está naufragando a la buena de Dios. Y lo que es peor, es que nos hacen creer, y lo creen muchos, que todo va viento en popa.
Nada de eso. Más bien, vamos de mal en peor, en múltiples áreas de nuestra vida nacional. Pero bueno. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.
El caso Rocco Morabito, no fue una leyenda ni un corto publicitario de la mafia italiana, que se difundió y se vio en noticieros o portales de diarios y semanarios, y que ya fue. No. No. El caso Morabito fue la carta de presentación de un cáncer que se instaló descarnadamente en el Uruguay y que ya está instalado y agazapado, por estos lares, y por la región: Argentina (la ciudad de Rosario, un ejemplo), Brasil y Paraguay (crimen del Fiscal paraguayo Marcelo Pecci, otro ejemplo) y de ahí en adelante, los ojos no nos dan para definir los horizontes mafiosos.
Asumámoslo de una buena vez. Mejor dicho, exijamos de una buena vez, a quienes corresponda (y antes de que sea tarde) asumir la tarea gubernamental y ciudadana, urgentísima por otra parte, de mirar muy bien ese horizonte de mafia, de corrupción y de muerte, para poner los puntos sobre las íes, y no ceder a un sistema criminal integrado, vivito y coleando entre nosotros.
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*Foto de portada: 970universal.com
*Foto 2: subrayado.com.uy / Gerardo González Valencia, esposado
*Foto 3: Ministerio del Interior, Unicom / Rocco Morabito