Por Lorenzo Baldo-22 de mayo de 2022
"Las lágrimas no sirven. Solo hace falta una voluntad de lucha y de sacrificio igual a la que vivieron los dos inolvidables amigos en sus últimos días. ¡Tratemos de ser dignos de ellos!". Era necesario ser "dignos de ellos", escribió el juez Antonino Caponnetto el 23 de mayo del 2001, recordando a Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Pero ¿qué queda hoy de esa advertencia? Celebraciones con bombos y platillos por el trigésimo aniversario de las masacres de 1992, autofestejos de diversas personalidades, muchas veces de dudosa procedencia, ataques dirigidos a los magistrados "incómodos", mientras la lucha contra las mafias sigue sin ser una prioridad ni siquiera para este gobierno. Y cuando se trata de llegar al fondo en la búsqueda de la verdad sobre los instigadores externos de esas masacres, los mismos que celebran a Falcone -quizás promoviendo una aberrante reforma de la justicia- callan, mientras los conocidos de siempre atacan violentamente a quienes buscan esa verdad para darle un rostro a los "contubernios híbridos" entre la mafia y el Estado. Escuálida mezquindad, se podría sintetizar. Que muchas veces esconde rencores, envidias, complicidades ambiguas o meras miserias humanas. Un clima peligroso que recuerda al de los años anteriores a las masacres del '92 y a los posteriores. Años en los que Falcone y Borsellino fueron atacados, aislados, sobreexpuestos y luego asesinados junto con sus custodios. Y es precisamente este riesgoso déjà-vu el que debe ser detenido a tiempo. Los ataques interrumpidos contra magistrados como Nino Di Matteo durante las etapas finales de un juicio en el que se intenta arrojar luz sobre el "mayor desvío de las investigaciones en la historia judicial", son sólo fragmentos de una saga en la que continúan haciendo estragos aquellos sujetos que la historia recordará con el mismo escarnio que ellos emplearon en sus invectivas contra los justos. Contrastar la obscenidad de este espectáculo indecente con aquellos que han dejado una huella indeleble en esta tierra, testigos de una auténtica sed de justicia y búsqueda de la belleza en cada ser humano, sigue siendo la mejor manera de recordar a Falcone y Borsellino.
El vacío que dejó Letizia Battaglia en este mundo es insalvable, pero todo lo que ha hecho esta mujer indómita -con amor, pasión y generosidad hasta la enésima potencia- va más allá del tiempo y el espacio, porque permanece vivo. Inmortal. Como inmortales son sus palabras, grabadas en una cinta hace ya varios años con motivo de una larga entrevista realizada para el libro "Los últimos días de Paolo Borsellino", escrito junto a nuestro director.
"Giovanni Falcone era una persona tímida pero cordial -dijo Letizia- a quien no le gustaba actuar frente a una cámara. Era una persona muy atenta a lo que decía, no se entregaba a declaraciones ni comentarios. Lo encontré fascinante, era realmente una bella persona".
Recuerdo cada momento de aquella entrevista con ella. Un diálogo -por momentos sufrido- por ese dolor que más que en lo físico, había marcado su alma. "De aquel 24 de mayo -prosiguió Letizia- recuerdo el silencio de la multitud. El gran atrio del Palacio de Justicia donde se instaló la capilla ardiente se llenó de gente. Todos alineados para honrar a Giovanni Falcone, su esposa Francesca Morvillo y los tres agentes de la custodia que murieron con ellos: Rocco Dicillo, Vito Schifani y Antonio Montinaro. Paolo Borsellino estaba al fondo de la sala, a la derecha estaban los ataúdes y al fondo... al fondo... estaba él, casi oculto por la multitud que iba y venía, con la cabeza gacha, caminando de ida y vuelta, no miraba a nadie, no hablaba con nadie y nosotros teníamos miedo de mirarlo... Queríamos compartir su dolor con él y posiblemente también compartir su destino... Yo creo que en ese momento éramos uno, no era solo una lucha antimafia, era una comunión espiritual muy fuerte, muy fuerte... Su ir y venir con la cabeza un poco inclinada me hacía pensar en una persona prisionera...". Acto seguido, Letizia recordó la sensación de "dulzura infinita" que "emanaba Paolo Borsellino, aunque se sabía que era un juez atento y preparado". "Era una persona dulce, que parecía casi manso, se notaba que era una persona muy respetuosa. Mientras que con Falcone no se avisó del drama que se iba a producir (aunque teníamos miedo de que lo mataran porque la mafia ya había matado a varios hombres del Estado), con Borsellino fue diferente, todos esperaban que la tragedia empeorara”. Con un susurro de voz contó la imagen de este último que había quedado grabada en ella para siempre. "Nunca podré sacar de mi corazón y de mi mente su mirada, estaba triste porque sabía lo que le esperaba, todos sabíamos que algo terrible estaba por suceder. Nos sentimos impotentes, había desesperación en esa biblioteca municipal... había un silencio total. Casi escuchábamos su respiración cuando hablaba con esos ojos tristes y con esa fuerza interior que luego quedaría dentro de nosotros, que nunca podríamos dejar de lado... era esa mirada suya, esa forma de llevar su cigarrillo y esa tristeza, esa tristeza infinita... porque uno no puede evitar estar triste sabiendo que te han condenado a muerte siendo una persona inocente y limpia...". Y fueron los días inmediatamente posteriores a la masacre de Capaci los que Letizia recordó con más intensidad. Mientras hablaba de ello, volvió a ver la mirada del juez frente a ella, "tan triste que parecía que miraba al infinito, que miraba más allá, aunque hablara y nos dijera que se podía luchar…". "Borsellino nos dijo que teníamos que luchar -suspiró- analizó los hechos, las circunstancias, pero sabía lo que iba a pasar porque conocía la dinámica, sabía quiénes eran sus enemigos, estaba consciente de que no podrían mantenerlo con vida". Los recuerdos de Letizia tienen sus raíces en ese período apasionante de su existencia. "Fueron años increíbles y quizás los más ricos de nuestra vida porque creíamos que podíamos luchar, que podíamos vencer hasta en la pena suprema de la muerte, porque habían muerto otros jueces igualmente dignos, otros policías, otros carabineros, tantas personas asesinadas (…). Estos fueron quizás los años que más valió la pena vivir, porque cuando crees en la lucha por la justicia se te llena la vida". Cada vez que recordaba pedazos de vida vividos, Letizia revivía las emociones que había sentido, mientras su corazón herido aceleraba sus latidos. "Esa tarde del 19 de julio estaba con mi mamá, desde hacía años pasaba con ella todos los domingos por la tarde. Recuerdo que habíamos hablado de todo lo que había pasado después de la masacre de Falcone. Faltaban unos minutos para las 5, escuchamos un gran estruendo y luego escuchamos en la televisión que algo había pasado. Llamé a Franco Zecchin que estaba en casa y poco después vino rápidamente a recogerme. No sabíamos de Borsellino, no sabíamos nada. Llegamos y había una desolación -la voz de Letizia se hacía pesada palabra tras palabra–, recuerdo que no quería sacar fotos, no quería fotografiar pedazos de cuerpos... No quiero ni recordar cómo estaba Borsellino. Estábamos allí atónitos, frente a nosotros la gente lloraba. Entonces recuerdo el silencio, un silencio tan respetuoso que es bastante inusual en nuestra tierra donde la gente grita y expresa sus pensamientos en voz alta, pero allí recuerdo solo silencios inmóviles... Recuerdo a todos corriendo o caminando, trepando sobre pedazos de cuerpos humanos, yo ni me acerqué, yo estaba ahí, vi todo y no levanté mi cámara". "Hoy lo siento -se lamentó Letizia- porque ciertamente es bueno ser testigos y documentar y contarle al mundo lo que pasó, pero entonces no tenía fuerzas, no tenía nada de fuerzas, no sabía cómo fotografiar todo este dolor, toda esa derrota que sentía con Falcone y Borsellino muertos, habíamos llegado a lo peor que podíamos llegar…". "Cualquier criatura que se mate es algo terrible -señaló- pero desde el punto de vista social y político los dos jueces eran símbolos de justicia, lo eran para todos nosotros, tal vez hasta para el mundo entero...". "No era posible imaginar algo similar. En esos momentos no vi nada más... No vi a alguien llevándose un maletín... No vi nada.... En esos momentos no entendí nada... pero seguro que algo se estaba moviendo, alguien que tenía la tarea de alterar la verdad…". Tanto dolor y tanta amargura se fundieron en el alma de Letizia al recordar el día del funeral de los agentes de la custodia Borsellino. Se veía a sí misma corriendo desde Corso Vittorio Emanuele hacia la Catedral, junto a las mujeres de Mezzocielo, y recordaba al hombre de las fuerzas del orden que no quería dejarla pasar y que la había bloqueado. Letizia había forcejeado, había gritado su indignación, se había liberado de ese yugo y junto a los miles de palermitanos que lograron romper los bloqueos de la policía había conseguido entrar en la iglesia. Pero su acto de rebeldía le significó una citación para comparecer ante las autoridades judiciales. "Llegué a esa oficina -recordó- y le dije al funcionario que me interrogó: 'Me parece una cosa increíble, íbamos ahí a llorar, los asesinos no han sido detenidos y me quieren incriminar porque ¿hice un gesto en un momento tan terrible?... Después de tanto sufrimiento, no pudimos evitar ir a llorar a ese lugar...'". El empleado tomó nota en un acta y el caso más tarde se cerró sin implicaciones judiciales.
En ese continuo flashback entre pasado y presente se abrió paso una gran desilusión. Algo que Letizia no trató de ocultar en lo más mínimo. "No creo que lleguemos a la verdad después de tantos y tantos años, Falcone y Borsellino fueron asesinados y yo estoy muy desanimada, en los últimos años siempre he pensado que murieron en vano a pesar de su trabajo justo, cuidadoso y generoso (...). Vivieron una vida muy dura, no tenían libertad, nada de lo que todos tenemos. Y ahora están muertos, se han ido...". "Estoy enojada, desilusionada, tengo tanta rabia en mí... ¡La ira no es bella, pero es sed de justicia! Es el deseo de comprender cómo nos engañaron a nosotros y a todos los que murieron. Hemos vivido una vida humillante, a merced de un sistema de poder que está dispuesto a todo para manejar el dinero y el poder político. Y esto vale para todos los políticos que han ido y venido, los que estuvieron antes y los que vinieron después". La violencia de aquellos años había echado raíces en el alma de esta mujer y había erosionado ese débil hilo de esperanza que a pesar de todo aún permanecía en sus pensamientos.
"Sería muy feliz si pudiera terminar mi vida sabiendo la verdad y sabiendo que la justicia ha llegado, no solo sabiendo quién fue y por qué... pero todavía no tengo la sensación de que la mayoría de las conciencias se están rebelando, veo muchas conciencias adormecidas. No hay gente que se rebele. Hay grupos de jóvenes que quieren luchar contra la mafia y quieren vivir una vida honesta, pero en todo caso son grupitos, pequeños periódicos como el tuyo, grupitos de buena gente que quiere un mundo mejor, pero para eso falta mucho... y me da mucha pena que la lucha sea solo de los magistrados y de la policía. Pero ya basta...". Dejé de grabar inmediatamente porque su umbral de dolor había sido superado con creces. Miré a esta mujer y pensé que la herida de un corazón que amaba tanto nunca iba a sanar. Unos instantes más de silencio y luego Letizia se recuperó, como siempre: "Sigamos adelante, sigamos luchando, y a ver qué pasa, día a día...".
Unos años después, con motivo de su 80º cumpleaños, Letizia le respondió al presidente de la República, Sergio Mattarella, quien le había enviado sus mejores deseos. Era el periodo de polémica en el Consejo Superior de la Magistratura (CSM) por la no designación de Di Matteo en la Dirección Nacional Antimafia (DNA) y Letizia no se lo pensó dos veces. "Mis ojos han visto demasiados muertos, demasiadas masacres, demasiados funerales -escribió de un tirón-, no quiero pensar que todo eso podría repetirse porque significaría que hemos perdido, y que también hemos sido cómplices. No quiero otros héroes muertos, quiero que Nino Di Matteo pueda seguir con vida su obra y que pueda ver el renacimiento de esta tierra atormentada".
Palabras verdaderas, fuertes y significativas. Que nos exigen seguir haciendo nuestra parte y que se oponen vigorosamente a las -vacías, estériles, o pesadas como piedras- que retumban en estos días.
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*Foto de portada: © Shobha