Por Saverio Lodato-3 de septiembre de 2021

El general Carlo Alberto dalla Chiesa fue asesinado por el Estado que tomó prestada la larga mano de Cosa Nostra. Fue "Cosa de Ellos". Y esta es una de esas declaraciones que ahora solo puede ser refutada por los nietos de quienes quisieron y llevaron a cabo esa masacre.

Han pasado 39 años desde la emboscada en via Carini de Palermo, donde, junto a dalla Chiesa, murieron su esposa Emanuela Setti Carraro, el agente Domenico Russo, pero también, en el imaginario colectivo, la "esperanza de los palermitanos honestos".

Dalla Chiesa murió sin poderes. Como un general sin grados, sin insignias y sin tropas que lo sigan.

Una circunstancia desconcertante, si lo pensamos bien, ya que fue el poder central, el romano, quien lo envió a toda prisa a Sicilia, confiándole una misión que luego resultaría imposible: derrotar para siempre a la mafia.

Una circunstancia desconcertante, porque el pasado investigador y militar del general, marcado por la feliz oposición al terrorismo de aquellos años, debería haber tenido, como consecuencia inevitable, que dalla Chiesa contara con todos los poderes necesarios. Y que él mismo, además, solicitó públicamente, y en todos los idiomas posibles, durante el vía crucis de esos cien días en Palermo.

Una circunstancia igualmente desconcertante radica en el hecho de que cuando se desencadenó la emergencia en via Carini, todos sabían, todos esperaban, casi todos apostaban a que solo podía ser el "conocido personaje" señalado, en la inmediatez de la emboscada, por la radio de la policía y los carabineros.

Masacre anunciada, por lo tanto. Masacre deseada, incluso antes que favorecida desde arriba. Una masacre que acabaría definitivamente con las ambiciones de aquellos pocos que, en esos años, aún cultivaban la esperanza de que el Estado italiano fuera capaz de afrontar y ganar la partida.

Hoy, 39 años después, finalmente se puede decir que la elección de dalla Chiesa de informar a Giulio Andreotti de sus intenciones de no hacer distinciones políticas con nadie, resultó ser un boomerang mortal.

Pero para que el operativo criminal tuviera éxito en todos los aspectos, era necesario que no quedaran huellas escritas de aquella labor investigativa que dalla Chiesa había realizado en esos tres meses que pasó en la candente trinchera de Palermo.

Pero incluso esta práctica se resolvió rápidamente con la eliminación, por medio de una mano desconocida, de los diarios que estaban en su caja fuerte de la Prefectura.

La masacre de dalla Chiesa es una masacre de manual. Un manual que, desde entonces, viene siendo redactado a doble firma por el Estado y la Mafia. A casi cuarenta años de distancia, las certezas investigativas están todas ahí. Pero no hay pruebas.

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*Foto de portada: Paolo Bassani