Por Saverio Lodato-7 de julio de 2021

Nino Di Matteo entra con sobrados títulos al Panteón de los mejores italianos, esos pocos -agregamos- de los que estar orgullosos, en torno a los que hay que apiñarse para protegerlos, que fueron caballeros de la legalidad en un país, Italia, en el que la legalidad vive una vida de miseria y penuria, ahora que el jefe de Estado, Sergio Mattarella, le ha enviado "su afectuosa cercanía", tras repetidas amenazas de muerte, mafiosa y 'ndranghetista, a través del vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura (CSM), David Ermini.

Proximidad autorizada, del más alto nivel, hecha pública en la sesión plenaria de hoy del CSM. Y eso cierra el círculo, luego de la postura adoptada por la Asociación Nacional de Magistrados (ANM) y las setenta golondrinas (otros tantos magistrados) que finalmente han hecho primavera, como escribimos aquí.

Nino Di Matteo, por tanto, finalmente existe.

Ya era hora, se podría decir.

En consecuencia, a partir de hoy, ya no será el habitual fantasma mediático el que deambule por las salas y cuartos traseros del poder, provocando encogimientos de hombros, miradas de enojo, fastidios corporativos, resentimientos, pequeños despechos, hastío y envidias injustificables de otros colegas, escondidos detrás de cierta parte de la política que siempre lo ha detestado, y que hará todo lo posible por seguir detestándolo.

Seguro. Lo sabemos. Ese sentimiento común no desaparecerá de la noche a la mañana.

Como decía el bueno de Andrea Camilleri, quien nace redondo no puede morir cuadrado.

Y el dicho es válido para los detractores de Nino Di Matteo, que no podrán, de repente, volverse cuadrados ni enmendar públicamente sus cruzadas, capitaneadas contra un magistrado que tiene desde hace treinta años una vida blindada y que cumple con su deber, humana y profesionalmente, sin inclinarse ante las sirenas y los halagos de cierto poder.

Pero el dicho también se aplica a Di Matteo que, si no se ha impresionado hasta ahora, después de todo lo que tuvo que pasar y atravesar, a partir de hoy tiene muchas menos razones para impresionarse, ahora que por fin ha llegado una señal de sus colegas de fuerte y claro reconocimiento a su rol y posición. Y se lo merece hasta el final.

Por eso nos gustaría concluir con el viejo adagio: todo está bien si termina bien.

Y también con ese otro viejo adagio que dice: el tiempo es un caballero.

Pero como no creemos en la Befana desde ya hace algún tiempo, sabemos que vendrán otros días difíciles; días a los que Nino Di Matteo, y todos los magistrados como él, serán llamados, como se dice en estos días de embriagadores partidos de fútbol, ​​a sufrir, para llevar a casa el resultado. El resultado, por supuesto, de la legalidad, la verdad y la justicia.

Ahora, sin embargo, muchos ya no tendrán coartadas.

Un jefe de Estado es un jefe de Estado. Y su palabra importa.

Y las palabras de Sergio Mattarella, en toda la historia, son tan concisas como claras, por lo que no se prestan a interpretaciones convenientes. No importa si algunos periódicos y algunos canales de televisión se cortan la lengua para no referirlas, difundirlas o grabarlas para siempre en sus archivos.

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*Fotos de portada: © Imagoeconomica