Por Saverio Lodato-20 de marzo de 2021

Cuando, para llegar a la sentencia de un aparentemente simple proceso por mafia, se necesitan 32 años, es decir treinta y dos, significa que hay un desagradable hedor a Estado, hedor a instituciones podridas, hedor a uniformes manchados por el compromiso y la corrupción, hedor a órdenes llovidas desde arriba, hedor a autores ideológicos y ejecutores que, a pesar de tener unos kilos de más, todavía caminan imperturbables entre nosotros.

De hecho, estamos hablando del juicio por el homicidio del agente de policía Antonino Agostino, asesinado junto con su joven esposa Ida Castelluccio, el 5 de agosto de 1989, en Villagrazia di Carini, un barrio periférico de Palermo.

Crimen que, en su momento, golpeó no solo por su ferocidad (una mujer embarazada asesinada a tiros era todavía una rareza en la colección de horrores mafiosos), sino también por el perfil normal de un policía que prestaba servicios en el barrio de San Lorenzo (en Palermo) y que, al menos en los papeles, no formaba parte del grupo de trabajo antimafia de la época, en aquellos años revueltos de Palermo.

Sin embargo, Agostino fue asesinado y, solo un año después, una suerte similar le tocó a Emanuele Piazza, también policía, y del cual era amigo.

Que se trata de dos delitos, de alguna forma paralelos, los juicios y las verdades a medias han terminado por certificarlo. Los dos jóvenes policías, juntos o por separado, lo cierto es que se habían puesto a cazar fugitivos de la mafia, unidos por la amistad y compartiendo su trabajo. Una profesión de muy alto riesgo en ese momento.

Las comisarías periféricas donde los dos prestaban servicio eran solo una tapadera, ambos tenían las espaldas cubiertas por su colaboración (la forma exacta de esta relación ni siquiera la conocemos hoy, más de 30 años después de aquellos crímenes) con el SISDE. Pero con el paso del tiempo, la pregunta se convirtió en otra: ¿estaban realmente sus espaldas cubiertas por la pantalla de los servicios, o en cambio estaban descubiertas y expuestas a los cuatro vientos? He aquí el corazón negro del asunto. Por eso han pasado tres décadas. Si se pudiera resolver este dilema, todo lo demás vendría por sí solo.

Hoy Antonino Madonia, el histórico jefe mafioso de Resuttana, en cuyo distrito estaba incluida Villagrazia di Carini, donde tuvo lugar el doble crimen Agostino-Castelluccio, fue condenado a cadena perpetua. Pero la historia procesal no termina ahí.

Madonia, condenado por el juez de instrucción Alfredo Montalto, haciendo lugar a la solicitud de la Fiscalía General, encabezada por Roberto Scarpinato, había optado efectivamente por el procedimiento abreviado; a diferencia de los otros dos acusados, Gaetano Scotto y Francesco Paolo Rizzuto; ​​contextualmente acusados, uno por ejecución, el otro por complicidad agravada. En este medio pueden encontrar la reconstrucción exhaustiva de Aaron Pettinari.

Hace bien entonces Vincenzo, padre del agente Agostino, en no cortarse la barba.

Hace bien, al tiempo que comenta favorablemente la sentencia de Madonia, en pedir y exigir que aparezcan los titiriteros que actuaron en las sombras, y que él, defendido por el abogado Fabio Repici, afirma que fueron tres funcionarios, del más alto nivel, que aún siguen vivos y en buena forma.

Y hace bien, además, en recordar que fue precisamente Giovanni Falcone, durante los funerales de su hijo y pocos meses después del fallido atentado en Addaura, quien le dio a entender que ese crimen era un delito de alta mafia, un delito excelente.

Otra que la triste ejecución de un agente de una comisaría periférica. Y, obviamente, lo mismo vale para el pobre Emanuele Piazza.

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*Foto de portada: © Emanuele Di Stefano

*Reelaboración gráfica de Paolo Bassani