Por Saverio Lodato-10 de febrero de 2021

A veces, se dice que alguien se fue y, aunque ya esté muerto y enterrado, sigue siendo el más popular, pensar mal es pecado, aunque a veces se acierte. Y fieles a las palabras de Giulio Andreotti, en todos estos años en los que se habló de la Tratativa Estado-Mafia, hemos pensado mal. Hemos hecho todo lo posible para pensar mal. No nos olvidamos de nada, preocupados por no parecer crédulos, por no entrar al coro mediático, aguantando los mocos en detrimento de las pruebas.

Por ejemplo, pensamos mal de Giorgio Napolitano, jefe de Estado durante dos períodos. Cuando -lo recordarán- doblegó perentoriamente las instituciones a sus deseos, bloqueando el camino a esa constatación de la verdad que, al menos en los papeles, debería haber representado, precisamente por el cargo que ocupaba, su principal preocupación, su deber número uno, el primer tema en ser honrado.

En lugar de eso, hizo -también recordarán esto- exactamente lo contrario, pidiendo y obteniendo la destrucción de sus llamadas telefónicas con las personas equivocadas y en el momento equivocado.

En consecuencia, pensamos mal de todos aquellos que, armados con pluma y tintero, escribieron frenéticas alabanzas en defensa de un presidente de la República insolente con los ruidosos fiscales de Palermo que irreflexivamente se habían convencido, en palabras de Andrea Camilleri, de que un mundo que nace redondo puede morir cuadrado. Una locura total, de hecho.

Seguimos pensando mal durante los largos años del juicio de Palermo cuando a muchos les parecía que un Tribunal Penal, el que presidía Alfredo Montalto, con la juez a latere Stefania Brambille, iba en busca de luciérnagas, malgastando tiempo y dinero de los contribuyentes para demostrar lo indemostrable: que el Estado había llegado a un acuerdo con la mafia.

Y seguimos pensando mal, cuando muchos periodistas y profesores, sociólogos con doble pasaporte, comentaristas y magistrados, ya sea en el servicio o fuera de carrera, abogados de los partidos "incivilizados" o puntales políticos de la Primera, Segunda y Tercera República, de derecha, de izquierda y de centro, dieron origen a la cruzada de la "infamia loca", definiendo así el trabajo investigativo que llevó al banquillo de los acusados, juntos, por primera vez en la historia, a mafiosos, políticos y altos mandos de los carabineros.

Y seguimos pensando mal, de esto y de aquello, hasta el día de las sentencias de condena, en primera instancia, en el juicio de Palermo.

Y aprovechamos todas las oportunidades mediáticas (no muchas) que se nos ofrecieron para decir a los cuatro vientos que pensábamos mal de los compromisos que había hecho nuestro Estado (incluso esto, quizás, haya sido pecado, pero antes o después dimos en el clavo).

Y por otro lado observamos estupefactos el inexplicable via crucis profesional al que fue sometido el fiscal Nino Di Matteo, y no solo él, convertido, a su pesar, en el símbolo de un proceso que avanzó a través de los cruzados de la "infamia loca".

Pensamos mal pero no tan mal 2

También recordarán esto: inexplicables rechazos a sus solicitudes de ingreso a la Fiscalía Antimafia, cuando se prefería a colegas que, en comparación con él, aparecían con cero títulos; destitución del grupo masacres -cuando finalmente pasó a formar parte de la Fiscalía Nacional- por el titular de la misma Federico Cafiero de Raho, que primero quiso a Di Matteo, luego despidió en el acto a Di Matteo, luego rehabilitó a Di Matteo; los juegos de un prestidigitador de la gracia y la justicia, Alfonso Bonafede, que una noche soñó con Nino Di Matteo al frente del Departamento Penitenciario pero que, en su rudo despertar, ya no recordaba nada y se salía con la suya diciendo que lo sucedido era sólo un problema "de percepción del Doctor Di Matteo". No era él quien soñaba, sino el otro al que había visto en un sueño... Qué historia que podría haber escrito Borges sobre los sueños de Bonafede...

¿Y nosotros? Nosotros siempre ahí, pensando mal.

¿Y por qué?

Porque las cuentas no cuadraban. Porque nos parecía muy curioso vivir dentro de un "amarillo" permanente, una ficción criminal redundante, en la que demasiados indicios no hacían más que dar a luz "pruebas" sin fin.

Ahora, ante esa Voz que viene de dentro de un cierto Poder Judicial, representado por Luca Palamara, y en particular ante lo que está surgiendo sobre el por qué y el cómo de las auténticas persecuciones contra Nino Di Matteo, y tantos otros con él, en cuanto considerados "diferentes" respecto al "Sistema", nos estamos dando cuenta de que no pensamos lo suficientemente mal.

Pensamos mal, pero no tanto como deberíamos.

Solo podemos decir en nuestra disculpa parcial, que todavía no sabíamos que se celebraban cenas en las terrazas romanas para decidir estas o aquellas nominaciones, para aplastar estas o aquellas carreras, para arreglar este o aquel recurso, para favorecer a Tizio antes que a Caio o Sempronio.

Y nos detenemos, porque con esto alcanza.

Y nos damos cuenta por nosotros mismos de que el primer ministro encargado, Mario Draghi, en un momento como este, tendrá problemas de cabeza que no son plumas. Y de él, que acaba de llegar, no tenemos nada que pensar, sino todo el bien posible, para dar crédito a lo que, espontánea o servilmente, dicen de él. Tampoco podemos esperar, ni mucho menos pedirle, que derrote a la mafia y a sus complicidades con el Estado italiano.

Para tal programa serían necesarias, si se nos permite el juego de palabras, aguerridas legiones de Draghi (Draghi en italiano significa dragones, ndt).

Pero en su caso, tenemos que pensar bien.

Querríamos, esto sí, que Mario Draghi dejara entender que ni siquiera él aprecia una historia de Italia mezclada con sombras y misterios y que no tiene ninguna intención de sumarse a la cruzada de la "infamia loca". No nos gustaría seguir pensando siempre mal.

Eso es todo.

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*Foto de portada: © Imagoeconomica