Por Saverio Lodato-28 de enero de 2021

Es verdad. Un libro es un libro y nada más que un libro. Pero cuando ese libro es un libro-entrevista, con un entrevistador que responde al nombre de Alessandro Sallusti, y el entrevistado se llama Luca Palamara, la regla general sería que los periódicos al menos lo tuvieran en cuenta, ya que se trata, y este es el caso, de un libro-escándalo, impactante, incluso antes que incómodo, de los que se inscriben de pleno derecho en la corriente literaria de los "libros negros"; "negros" porque lo que revelan es desconocido para el gran público, y porque se trata de un tema, la vida interna del poder judicial, mantenida en secreto en perjuicio de la opinión pública en general.

Lo cual, aunque no es necesario decirlo, no significa en absoluto que tal libro deba ser suscripto, tratado como oro puro, ni tenido como evangelio, sobre todo teniendo en cuenta lo discutida que es la figura de Palamara, quien ostenta la desagradable prerrogativa de ser el primer magistrado en la historia de Italia que fue expulsado del poder judicial y que sigue bajo investigación, aún hoy, por sus propios colegas de Perugia.

Pero hay un pero. Y este "pero" es tan grande como una casa.

El discursito autoabsolutorio que circula en ciertos ambientes, según el cual, viniendo del púlpito de Palamara, cada palabra suya sería basura, no funciona.

Porque a causa de haber vivido durante décadas en ese mundo, a niveles tan altos como para haber sido definido por sus colegas como "El Sistema", definición que él con un inevitable hábito narcisista terminó haciendo suya, Palamara hoy juega el doble papel de acusado y acusador.

Acusado, porque ha hecho demasiadas. Y de todos los colores.

Acusador, porque sabe demasiado. Porque los ha conocido a todos. Porque a él iban los políticos con la intención, y es una afrenta que dura desde hace décadas, de componer, como siempre, las relaciones con la magistratura. Y en el poder judicial había quien se sentaba y quien se ponía de pie. En cuanto a los políticos, en cambio, parecen entender que la unanimidad frente al "control de legalidad" era un pasaporte necesario para acceder al club.

No demos más vueltas.

Porque ya lo dijo admirablemente Giorgio Bongiovanni aquí, en este periódico, cuando puso de manifiesto que sería un gran error hablar de "magistratura corrupta", cuando sería mucho más justo hablar de "magistrados corruptos", aquellos que iban a los banquetes con Palamara del brazo, si es necesario, incluso de la mano.

Todo a expensas de algunos colegas –ver también el trabajo de Bongiovanni para la minuciosa lista de sus nombres (desde de Magistris a Di Matteo, a Ingroia, a Scarpinato), y de tantos otros menos "conocidos" que tenían profesionalmente las piernas cortadas- que fueron condenados al olvido, amenazados de muerte, humillados en su carrera y puestos en la picota mediática si sus nombres resultaban demasiado molestos.

Sallusti pregunta. Y Palamara responde.

¿Es posible fingir que no ha pasado nada?

Si esto sucediera, Palamara tendría buenas razones para decir de sí mismo que lo han convertido en un cómodo chivo expiatorio.

¿Es cierto lo que dice Palamara sobre cómo fueron las cosas entre el ministro de Justicia, Alfonso Bonafede y el fiscal, Nino Di Matteo, con motivo de la nueva dirección del Dap?

¿Es cierto que a un magistrado de la talla de Giuseppe Pignatone -quien, dicho sea de paso, también cuenta con un historial raro: es un magistrado que ha tenido tiempo, en su carrera, para servir primero al Estado italiano y luego al Estado Vaticano- no le gustaba la orientación de Di Matteo sobre la Tratativa Estado-Mafia, que culminó en el juicio de Palermo?

Nos gustaría saber, y responder.

Creemos –sin embargo- que para muchos sería muy cómodo salirse con la suya diciendo: "son palabras que vienen del púlpito de Palamara", por lo tanto,"falaces" por definición.

A nosotros, en cambio, y para ser sinceros, nos gustaría mucho que se le diera la palabra a Palamara hasta el agotamiento.

Porque demasiadas cosas, demasiados detalles, demasiadas circunstancias específicas, demasiadas llamadas cómplices, deberían aclararse, de una vez por todas, en interés de las propias instituciones.

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*Foto de portada: original © Paolo Bassani