Por Salvo Vitale-5 de enero de 2021

Peppino Impastato, nacido el 5 de enero de 1948, hoy hubiera cumplido 72 años. A 42 años de su asesinato, alguien me pregunta o se pregunta qué estaría haciendo hoy, qué camino habría tomado, al lado de quién estaría. Está claro que no hay respuestas, sino ejercicios de fantasía, en los que se admite cualquier hipótesis. Peppino fue y ha sido lo que es, lo que fue, un contestatario del sistema de poder, no solo el de su tiempo, sino el histórico que se ha solidificado desde los albores de los tiempos. Su identidad era la de comunicador, uno que tenía un proyecto político muy claro, la construcción de una sociedad sin injusticias y sin diferencias de riqueza, es decir, una sociedad de iguales, en la que no solo la ley sea igual para todos, sino también la vida. Y si igualdad no significa banalidad, conformidad, adicción, sino, por el contrario, la posibilidad de desarrollar las propias capacidades, entonces esto para él, era el comunismo. Lo escribió en un diario en 1972: "El comunismo no es un objeto de libre elección individual o una vocación artística. Es una necesidad material y psicológica".

Después de que sobre él se dijo de todo, se intentó volverlo elástico, convertirlo en un hombre "para todas las estaciones", un ícono para poner en cada sección del partido o para dar nombre a una calle, uno que luchó contra la mafia y eso es todo, alguien para rezar por él o hacer de él un santo para expresarle devoción y admiración. Muchos tienen la mala costumbre de decir: "Yo soy...", añadiendo el nombre del personaje con el que quieren identificarse o con el que quieren expresar su solidaridad. En diferentes momentos hemos escuchado a personas decir "yo soy Saviano", "yo soy Charlie Hebdo", "yo soy Lucano". En realidad, cada uno es lo que es y debe seguir siéndolo, sin necesidad de identificarse con modelos para ocultar sus carencias. Si alguien lo siente, que siga adelante y diga: "yo soy Peppino Impastato", siempre que luego tenga el valor de agregar "y soy comunista", como Peppino era y pensaba que era. Después de eso, homenajear a una persona que murió en 1978 solo tiene sentido si todavía la sentimos cerca para transmitirnos su flujo de energía y si creemos que sus ideas revolucionarias son una base de lucha para derribar las perversiones con las que la estructura de la sociedad capitalista aplasta la esencia de cada uno de nosotros. Pero esto también lo dijo el Papa Francisco, con coraje...

5 de mayo de 1984: por una de esas extrañas coincidencias, hoy también se cumplen 36 años de la muerte de Giuseppe Fava, sin duda el mayor periodista siciliano, asesinado, al igual que Peppino, "porque hablaba demasiado". Tengamos en cuenta que el número "48", la fecha de nacimiento de Peppino es, al revés, el número "84", la fecha de la muerte de Fava y que ambos se llamaban Giuseppe. Peppino hablaba y Pippo escribía "demasiado" en su espléndido periódico I Siciliani. Hablar y escribir: dos formas convergentes de informar y estimular el pensamiento. Tuvo la suerte de encontrar un grupo de colaboradores que nacieron periodistas, que sabían investigar, que habían comenzado a leer con claridad los mecanismos perversos de esta sociedad y supieron ilustrarlos y denunciarlos. Tanto Peppino como Pippo Fava fueron los precursores de la forma de hacer periodismo libre, sin jefes y sin censura: hacerlo en Sicilia no es fácil, porque la violencia de la mafia ha impuesto la ley del silencio, "mutucusapi u iocu", 'omertà "nunsacciu, nunvitti, nunntisi" y quien intenta desviarse de la regla, para decir abiertamente cómo están las cosas, es señalado como enemigo del sistema de poder que controla toda la información y decide cuáles hacer circular, gracias a sus obsecuentes reporteros. Fava dio un gran mensaje, que cada uno debería escribir en la entrada de su puerta, en el frontón del dormitorio, en el espejo del baño, dentro de la billetera o directamente en su cabeza: "¿De qué sirve vivir, si no se tiene el coraje de luchar?".

Unos días después de la muerte de Pippo Fava, escribí este poema:

Para Giuseppe Fava
Por los cadáveres vivientes
y el habitual "¿quién lo hizo?",
seguiremos muriendo,
para ver cómo nos roban
los mejores momentos de nuestra vida
porque no hemos aceptado
las reglas de la opresión,
porque quisimos
salvar la dignidad de los demás.
Seguiremos en soledad
nuestra frágil lucha
contra los cuervos del poder
sin renunciar
a la certeza del justo:
en la rendición de pocos
está la derrota de todos.
Todavía podemos hacerlo:
si esto de salir a la luz,
y ofrecerse como blanco,
sirviese como semilla
para la rebelión de los vencidos,
moriríamos con menos angustia.

Los aniversarios tienen sentido si no son ejercicios estériles de memoria y conmemoraciones retóricas de lo que fue y de lo que nunca podrá volver. A menudo en este "nunca más" se da la aceptación resignada de que determinadas acciones, mistificadas, son irrepetibles e inalcanzables, o una declaración de rendición e incapacidad para justificar las propias deficiencias. El héroe es una persona poco común y, por lo tanto, la gente común no puede ser un héroe. Heroísmos y mistificaciones sirven para medir presuntas magnitudes que van más allá de la normalidad y que defienden esta normalidad, muchas veces mediocridad, mediante una identificación imaginaria con el personaje que se volvió un mito. 

Danilo Dolci, el gran sociólogo de Trieste, de quien hace unos días (30.12.2020) se recordó el 23º aniversario de su muerte, y que también eligió vivir y morir como siciliano, esbozó el método para darle sentido a la propia vida, que es darlo todo uno mismo, encontrar en cada uno las energías presentes y transformarlas en compromiso. Estos son sus pasos esenciales para emprender el cambio, para encender la mecha: rechazo a la resignación, encuentro y diálogo, análisis del territorio, de las personas y sus necesidades, construcción de un proyecto, investigación y apropiación de las herramientas necesarias, lucha común sin tregua a los amos del poder, a las injusticias, a la incompetencia, a la explotación, a la construcción de falsos valores y falsas religiones, y a no darles tiempo para recuperar las inevitables perlas de la contraofensiva, que a menudo se sirven del crimen para no perder una pulgada de sus privilegios.

Peppino Impastato y Giuseppe Fava tenían, como Danilo, esa gran capacidad de sacar lo mejor de sí mismos y dedicarlo para mejorar a la sociedad, a la de Sicilia en particular, mediante la creación de continuas iniciativas, asociaciones, huelgas, quejas, investigaciones con nombres y apellidos de mafiosos y políticos, sus protectores. 

De esos grandes momentos parece que hoy queda muy poco, sobre todo en esta fase en la que el virus ha reducido los espacios de búsqueda e investigación, ha restringido la comunicación a una basura de noticias homogeneizadas e inútiles, mezcladas y dadas como alimento ya digerido, sin ningún espacio de participación de las bases y sin ningún estímulo para la reflexión crítica.

Por eso no basta con recordar a estos hombres, ni hacerse pasar por amigos, compañeros, testigos, únicos herederos y custodios del saber, nostálgicos repetidores de testimonios a menudo alterados por curiosos chistes de lejana memoria. Lo digo por mí también. Necesitamos ir más allá de ellos. O al menos intentarlo.

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*Foto de portada: www.antimafiaduemila.com