Jueves 28 Marzo 2024

Por Alejandro Diaz-2 de noviembre de 2022

Históricamente, la humanidad ha intentado unirse en una amplia cultura gobernada por valores que son universales y que comprenden a la criatura toda. Valores que atraviesan distintas pieles, distintos ojos, distintas lenguas, distintos rituales, que, en un camino eterno, pretenden fundirse en el infinito, en el absoluto, en la vida, en Dios. Nada intentan demostrarles unos a otros, nada intentan imponerles unos a otros, porque no hay un conocimiento superior a otro. La vida se acepta abundante. Todo se comparte, todo se celebra. Nace así una nueva melodía que refleja armónicamente cada componente, descubriendo aquella cultura que es siempre universal. ¿Sería bello, no?

Históricamente, la humanidad ha simulado alcanzar valores universales y ha destruido aquello que intentaba descubrir. No ha encontrado el amor por la vida reflejado en otro cuerpo. Por el contrario, lo distinto es motivo de odio, motivo de violencia. Reina por sobre la ignorancia la codicia y la perversión. Recorrer las calles de las ciudades latinoamericanas, es un constante peregrinaje sobre sitios de memoria, que nos traen al presente historias trágicas de choques civilizatorios, que nada tuvieron de culturales, pese a que paradójicamente grandes monolitos convertidos en mausoleos persisten de un tiempo a otro.

La Plaza de las Tres Culturas, en el Distrito Federal de México -inaugurada oficialmente el 21 de noviembre de 1964, durante la presidencia de Adolfo López Mateos-, fue un intento hipócrita para marcar una reconciliación entre el pasado con el presente. La plaza pretende aunar la cultura prehispánica, la cultura imperialista europea y la mixtura cosmopolita, hija bastarda de estas dos, que sobreviven el día a día bajo la ley de los vencedores vencidos. En el contorno de la explanada, yacen las ruinas de Tenochtitlan y los edificios evangelizadores de la cultura católica, construidos sobre los lugares de culto y con sus restos, en un evidente gesto de poder, de negación, de genocidio. Por otra parte, los edificios modernos contrastan con la solemnidad de las ruinas religiosas. Entre estos destaca la Torre de Tlatelolco, donde funcionó hasta 2005 la sede de la secretaria de Relaciones Exteriores, y hoy en día la de Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La Torre de Tlatelolco, tuvo su momento máximo de hipocresía el 12 de febrero de 1967, cuando representantes de los países de la región, firmaron el Tratado de Tlatelolco, que establecía la desnuclearización de los territorios de América Latina y el Caribe. Un gesto que, en aquel contexto, plena guerra fría, aún con la crisis de los misiles fresca, parecía ser un paso decidido y determinante hacia la paz y la justicia. Pero mientras las marionetas, quizás tan solo ilusos, firmaban estos tratados, por lo bajo las castas políticas y militares acordaban con los grandes capitales imperialistas una nueva etapa de genocidio, que estaría dirigida nuevamente contra aquellos valores universales que en pleno apogeo revolucionario encarnaba a los jóvenes y estudiantes. La furia de Hernán Cortez, la furia de la Iglesia Católica, la furia del Imperio Romano, se preparaba para arrasar nuestros territorios. El águila calva rapaz y depredadora, volvía a asesinar a la serpiente emplumada.

El movimiento estudiantil de 1968

La revolución juvenil, mayoritariamente estudiantil pero también obrera, se esparce por todo el mundo. La difusión de las imágenes y los testimonios sobre los crímenes de guerra cometidos en Vietnam, pero no solo, sumados al terror de la guerra nuclear y la temprana afirmación de académicos e intelectuales como Noam Chomsky o Sartre, de que el modelo capitalista eurocentrista era la ruina de la sociedad moderna, sirvieron como catalizador para el nacimiento de los movimientos estudiantiles que en todo el mundo -con casos anecdóticos de estudio como Paris, Córdoba, Rosario, Rio de Janeiro, Santiago de Chile, solo por nombrar algunos-, se volcaron a las calles a revalidar la idea de una humanidad.

En México el Movimiento del 68, se expresa con fuerza, con determinación. Miles y miles de jóvenes se activan en la vida pública y en la participación ciudadana, convencidos de ser los protagonistas de una cambio generacional, genético y cultural. El gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz, se enfila completamente a convertirse en un régimen autoritario. Las medidas de constricción económica propias del modelo de industrialización eurocentrista y la falta de inversión en infraestructura abocada al desarrollo civil y social de la comunidad –no solo de los grandes centros urbanos-, volvieron a evidenciar la distancia entre las castas de poder, sus clases medias serviles, y el grueso del pueblo, que pese a los índices macroeconómicos, continuaban subsistiendo sin acceso a la educación, a la salud, al desarrollo sustentable de sus territorios y de sus culturas.

Miles y miles de estudiantes de la UNAM, del Instituto Politécnico Nacional, del Colegio de México, de la Escuela de Agricultura de Chapingo, de la Universidad Iberoamericana, entre otros numerosos centros formativos de todo el país, lograron consolidarse en un único órgano de referencia, el Consejo Nacional de Huelga. Las medidas de fuerza, pacificas, no pudieron ser ignoradas por el gobierno. Las protestas estudiantiles y la contraposición de los sectores académicos, destruyeron el relato del Desarrollo Estabilizador de Diaz Ordaz, que buscaba posicionarse a nivel mundial como parámetro de progreso en América Latina. Por este motivo es que México ocupaba un lugar destacado en la agenda política de los gobiernos centrales. Es por ese motivo que México, particularmente el Distrito Federal, se convierte en sede de acontecimientos de interés geopolítico como el Tratado de Tlatelolco, o los Juego Olímpicos que se desarrollaron en la ciudad por aquellos días. Como hemos visto a lo largo de la historia, no hay régimen (democrático o dictatorial) que no se haya alimentado del populismo del futbol. Lo hizo Díaz Ordaz, lo hizo Videla, lo hizo Berlusconi, lo hizo Macri.

Punto final

El 28 de agosto de 1968, el embajador estadounidense en México, Fulton Freeman, luego de una reunión con el presidente Diaz Ordaz, envía un telegrama al Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde informa la decisión del presidente mexicano “de poner punto final a los desórdenes estudiantiles”. En aquel cable “diplomático”, el embajador también anuncia la inminente detención de Heberto Castillo, por aquellos años uno de los referentes más destacados del movimiento estudiantil, que llegaría con los años a ocupar una banca como legislador y ser candidato a presidente. Esa misma noche, una patota de civiles intentó secuestrar a Castillo, que muy mal herido logró escapar. En los días siguientes, los grupos de tareas proliferaron por toda la ciudad, y realizaron varios atentados contra casas de estudio y lugares de reunión del movimiento estudiantil. Ya no había punto de retorno.

Algunos días después, el 1 de setiembre, Díaz Ordaz da una conferencia donde oficializa la necesidad de restablecer “el orden jurídico”. Como siempre, los actos de violencia y de subversión cívica fueron infiltrados por los mismos cuerpos de las Fuerzas Armadas convocados a extinguirlos. Una receta que se repetirá una y otra vez en toda Latinoamérica, cada vez que el pueblo comienza a organizarse por fuera de las estructuras políticas hegemónicas que cumplen con la función de censurar y condicionar la democracia. Tras aquellas declaraciones, la violencia sistematizada del terrorismo de Estado se esparció por las calles como una plaga.

Las manifestaciones, masivas, fueron acorraladas por los militares que sobre carros de asalto y tanquetas envestían las columnas de personas intentando persuadirlas. Incluso, durante todos estos días se detectaron francotiradores que desde distintos edificios realizan disparos, no letales, en la mayoría de los casos. Contra toda mentira oficial, con el tiempo se comprueba que se hacen disparos hasta desde el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Un edificio infranqueable -sobre todo en aquellos años-, para personal armado que no fuera dependiente del Estado. Los atentados también se repiten contra sedes estudiantiles. La represión se sistematiza, y también las detenciones. Indudablemente un cuerpo de inteligencia operaba en el terreno.

El 13 de setiembre, siempre de 1968, miles de estudiantes marchan en silencio por las calles del Distrito Federal, dejando en claro las motivaciones pacificas de las protestas.

Archivos filmográficos de la época permiten divisar personal vestido de civil entre los soldados que arrasan con todo durante los allanamientos. Son identificados por un pequeño pero simbólico detalle; todos tienen un paño o un guante blanco en su mano. Son los agentes del Batallón Olimpia. Este cuerpo de inteligencia, formado por más de 1500 agentes reclutados entre las filas del Estado Mayor Presidencial, la Dirección Federal de Seguridad, la Policía Judicial Federal, la Policía Judicial del Distrito Federal y la Inspección Fiscal Federal, acompaña las razzias por un lado, mientras, que por el otro, continua sistemáticamente promoviendo acciones terroristas para justificar la represión generalizada.

Tlatelolco en Mexico 2

El 18 de setiembre el ejército ocupó la ciudad universitaria. Una maniobra que atentó contra la autonomía del cuerpo académico, un componente fundamental de cualquier revolución social. Los detenidos se cuentan de a cientos. Cientos de estudiantes que no solo fueron desplazados de su participación cívica, sino que fueron anulados como futuros profesionales y educadores. Muchos, también obreros, fueron desterrados de sus lugares de trabajo. Desarticular no una organización, sino un movimiento cultural fue el objetivo primario de este y todos los regímenes militares de América.

2 de octubre de 1976, crónica de una masacre

Los estudiantes no aflojan y convocan a una gran movilización en la Plaza de las Tres Culturas. Díaz Ordaz siente la mirada incisiva del mundo, que espera ansiosamente el inicio de los Juegos Olímpicos, donde el poder pueda exhibir los beneficios del capitalismo. Otra vez, el pueblo, los intereses colonos y los traidores vuelven a verse las caras en aquel sitio de emblemático de la tragedia latinoamericana.

Desde temprano la tropa esta exaltada. La costumbre de la tortura y de la humillación enciende ciertas perversiones en los uniformados. Desde los altos mandos se organiza un fuerte operativo militar, dispuesto en tres contingentes, que atenazaran la plaza desde tres lugares.

Cerca de las 17:30 horas, se moviliza, desde el norte de la ciudad, un contingente de soldados, conformados por el 1° Batallón de Paracaidistas, el 2° Escuadrón Blindado de Reconocimiento, y el 1° Batallón de Infantería de Guardias Presidenciales. Un segundo contingente se agrupa en el monumento a la raza, a menos de 5 kilómetros de distancia de la plaza, compuesto por el 40° Batallón de Infantería y el 19° Batallón de Infantería y un escuadrón Blindado de Reconocimiento. Un tercer contingente parte desde la Estación de la Buena Vista, con dos batallones de infantería, el 43 y el 44, y además se mueven escoltados por un tercer escuadrón blindado. Todo coordinado bajo el nombre de Operación Galeana, planeada por el general Marcelino García Barragán.

Los soldados, no se disponen a custodiar espacios y edificios sensibles, ni a dispersar una multitud. Por el contrario, fuertemente armados se disponen al fulgor de la batalla, ¿pero contra qué ejército?

Armados con la tecnología de la posguerra -con la cual las naciones imperialistas luchaban entre ellas-, los militares se vuelcan sobre los derechos civiles y democráticos. Por un lado, empuñan el Mosquetón modelo 1954, desarrollado en México a partir del Máuser M1936, con cartuchos de cinco balas, y soporte para montar la bayoneta. Otros portan carabinas semiautomáticas M1 y M2, con cargador de 15 balas y 30 balas. También pistolas de mano. Se desplazan en varios camiones y en vehículos blindados. Algunas semanas antes (el 20 de julio de 1968), tropas del ejército utilizaron una bazuca para derribar el portón de madera de la Preparatoria 1, San Ildefonso de la UNAM. Una reliquia de la arquitectura del barroco colonial del siglo XVII.

La naturaleza de un ejército es enfrentar a otro, pero cuando enfrente no hay un ejército profesional, toda acción es un abuso de poder. Cuando enfrente esta la propia población que el ejército se comprometió a proteger no podemos hablar de guerra, ni de maniobra antisubversiva, solo podemos hablar de terrorismo de Estado; y cuando este es sistematizado, enfocado contra una población en particular, en este caso el proletariado estudiantil, debemos contemplar la figura de genocidio.

La plaza aquel día esta atiborrada. El ánimo de los estudiantes está muy alto, la unión es muy fuerte, y la inminente mirada del mundo sobre México a raíz de las olimpiadas funciona como un estímulo. Quizás, solo quizás, la gran prensa abandone la superficialidad y cumpliendo con su rol moral, señale frente a los millones de telespectadores, la crueldad que sufre el pueblo latinoamericano y sus represores. Quizás, solo quizás.

Pero el poder no titubea; no se arriesga. Poco después de las 18:00 horas, de aquel 2 de octubre de 1976, desde un helicóptero que sobrevuela la zona desde temprano, se dispara una bengala que ilumina el cielo mexicano, al tiempo que hace oscurecer la plaza. Los soldados avanzan, y se despliegan sobre la explanada con las bayonetas montadas en los fusiles. La multitud, acostumbrada a los atropellos no se sorprende, hasta que ya es demasiado tarde. Las primeras detonaciones traen consigo el caos. La confusión incluye a los propios soldados que disparan contra todo lo que se mueve, pero no es casual. Desde los edificios, francotiradores promueven la violencia sobre la calle.

Tlatelolco en Mexico 3

En el documental Operación Galeana, el periodista Francisco Ortiz Pinqueti, quien estaba cubriendo los hechos aquel día, recuerda que un grupo de civiles fuertemente armados, pero de innegable formación militar, coparon el tercer piso del edificio Chihuahua, un complejo habitacional que amuralla la plaza, donde él estaba. Allí el Consejo General de Huelga, se encontraba reunido definiendo los últimos puntos de la convocatoria. Entre empujones, golpes y gritos los agentes reducen a los presentes, y es en ese momento, cuando desde el balcón terraza, abren fuego contra la multitud. Desde el llano, algunos soldados devuelven el fuego. Los tiradores vestidos de civil, se agazapan cuando vuelven las balas, y comienzan a gritar, “¡Blanco, blanco, blanco!”, al tiempo que sacuden el distintivo del Batallón Olimpia, aquel pequeño trozo de tela blanca, que en manos de un traidor no trae paz.

Las ráfagas de metralla retumban en los edificios alrededor de la plaza por espacio de 40 minutos. Una leve lluvia comienza a caer sobre la ciudad, pero la violencia no cesa. Los soldados encañonan a grupos de manifestantes, obligándolos a pararse frente a la pared semidesnudos. Los cautivos serán retenidos y vejados durante horas. Mientras, columnas de camiones trasladan a los miles de detenidos a distintos puntos de la ciudad, la gran mayoría al Campo Militar n°1, que es transformado en aquellas horas en un campo de concentración. Desde un primer momento los heridos se cuentan por decenas. Esparcidos por todos lados, muchos agonizan sin recibir atención médica. El sistema sanitario, por supuesto, está saturado. Decenas morirán al cabo de pocas horas a causa de las heridas infringidas. Las horas corren, la noche se acerca, y los soldados cargan los cuerpos como bolsas de papas. No se preserva la escena, no se toman muestras, no se recolecta evidencia. Pese a la lluvia, personal de bomberos lava el piso del matadero. La sangre corría por las bocas de tormenta siguiendo el patrón genocida de la conquista.

La verdad contra cualquier mentira

Al día siguiente la gente recorre las calles esquivando los retenes militares, intentando dimensionar lo ocurrido. No hay cadáveres, no hay sangre, solo queda de evidencia los centenares de perforaciones de bala sobre la piedra citadina, y la memoria de aquellos que se niegan a olvidar. La historia oficial y que publican los diarios de aquella época hablan de treinta muertos. Tal seria la envergadura del aparato represivo y mediático que casi 50 años después, las cifras de muertos de calculan alrededor de los 400 y miles de heridos. Una masacre, llevada a cabo por un ejército profesional contra la población civil desarmada. No podemos hablar de enfrentamiento cuando soldados profesionales, miles de soldados profesionales arremeten contra jóvenes que se manifestaban pacíficamente.

Las tropas, muchas de civil, se empeñan en el procedimiento de limpieza en toda la ciudad, al menos en las partes turísticas. Miles de pintadas, de grafitis, de carteles, de posters, son cubiertos y arrancados de los muros. El Estado mexicano lava más rápido su rostro que sus manos. Todo se hace con celeridad. El mundo mira. El mundo espera, pero no por justicia. La frivolidad se sienta junto a la violencia, y aún con el olor a sangre y pólvora en el aire, el 12 de octubre, día fatídico si los hay para la historia americana, se da inicio a los Juegos Olímpicos de 1968.

Todo parece marchar con naturalidad. Todo es circo, hasta que dos hombres afrodescendientes, dos atletas, Tommie Smith y John Carlos, luego de triunfar en la competencia de los 200 metros llanos, durante la entrega de las medallas, y mientras sonaba el himno estadounidense, agacharon sus cabezas y pusieron su puño en alto. Millones de telespectadores vieron en vivo el saludo de The Black Panther Party, el movimiento afrodescendiente que en los Estados Unidos luchaba por los derechos cívicos de los excluidos por el profundo racismo euro centrista y se oponía a la guerra y sobre todo al alistamiento de los jóvenes pertenecientes a las minorías étnicas. Ambos serían fuertemente sancionados por el Comité Olímpico, que olímpicamente, como siempre, se puso del lado del opresor, y a favor de la guerra atentando contra su ideal de unir a los pueblos. Aquellos puños en alto, no pudieron darle visibilidad a las atrocidades que ocurrían en México en aquellos días, pero sí lograron dejar en claro, que siempre habrá quienes estén dispuestos a empuñar la verdad en contra una marea de gente estupidizada, que ama a los sistemas de poder criminales.

Año tras año, en México, el 2 de octubre se convirtió en una procesión multitudinaria, que agrupa a cientos y miles de jóvenes, estudiantes y obreros, que vuelven a concentrarse en la Plaza de las Tres Culturas a reclamar por su derecho a existir en paz. En el 2014, entre el 26 y el 27 de setiembre, un grupo de estudiantes normalistas en el estado de Guerrero, se preparaban para viajar a la capital para unirse a la manifestación en memoria de la masacre. Estos jóvenes fueron secuestrados, y desaparecidos por las fuerzas militares y policiales.

Su caso será recordado como el de los 43 normalistas Ayotzinapa, a quienes rendiremos memoria en una próxima entrega.

--------------------

*Foto de portada: laizquierdadiario.com.uy

*Foto 2: laotraopinion.com

*Foto 3: laizquierdadiario.mx