Miércoles 24 Abril 2024

A 70 años de la temprana partida de Santa Evita

El mundo recuerda a la mujer más importante de la historia política de América

Por Alejandro Diaz-26 de julio de 2022

“Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista”.

Era el 1 de mayo de 1952, Evita estaba por cumplir 33 años, y pesaba tan solo 37 kilos. Serían estas palabras, parte del último discurso que diera al pueblo argentino, y al mundo. Pocos días después, un 26 de julio de hace 70 años, Eva Duarte de Perón, pasaría a la inmortalidad, dejando un legado, un sendero, una militancia, y al mismo tiempo, dejando un cuerpo que acompañaría los vejámenes de la triste, y larga noche argentina.

“Santa” y “puta”. Tales eran, las extremas consideraciones que despertaba Evita en el amplio espectro social de la década de 1940. Una sociedad atravesada por los rumores de guerra, por el ostracismo de las grandes oligarquías, por el conservadurismo católico, por el nacionalismo, por el gen fascista, pero por sobre todas las cosas, por la revolución cultural nacida de las asambleas, fundadas al calor de las rondas de campesinos, de la solidaridad de los pueblos obreros y de los jóvenes estudiantes, que tomaron como lengua sobre todo los discursos del anarquismo. Revolución, nacida desde el pueblo y para el pueblo, a la que Juan Domingo Perón le daría identidad e institucionalidad.

La Confederación General del Trabajo (CGT), sería el bastión orgánico del peronismo, su columna vertebral, y su fuerza de choque. Evita, desde la secretaria de Trabajo y Acción Social, y luego desde la Fundación Eva Perón, daría identidad primero y derechos después, a aquellos sectores más relegados de la sociedad: “Donde hay una necesidad, hay un derecho”, repetiría una y otra vez.

“Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos una larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también, alegre despertar de auroras triunfales! Y esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional”. El 23 de setiembre de 1947, Evita, en nombre de una tradición de mujeres que pusieron sus cuerpos ante la historia, anunciaba la promulgación de la Ley 13.010, que otorgaba el derecho al voto a la mujer, siendo este gesto cívico, un acto de empoderamiento simbólico en la historia del feminismo.

“¡Bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria!… ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios oligárquicos y la negación nacional! (…) Hoy, victoriosas, surgimos conscientes y emancipadas, fortalecidas y pletóricas de fe en nuestras propias fuerzas”, arengaba aquel día.

Evita sería siempre provocadora, siempre incómoda para aquella patriarcal sociedad que rechazaba el progreso, una sociedad forjada en el egoísmo y en el miedo. “Era el miedo de los hombres a una mujer sin miedo”, dijo en una reciente entrevista la actriz uruguaya Natalia Oreiro, que personifica a Evita en la miniserie “Santa Evita”, basada en la novela homónima de Tomás Eloy Martínez, publicada en 1995. Una tira, producida por la mexicana Salma Hayek que cuenta con actores de primer nivel como Darío Grandinetti, en el papel de Perón; y el valioso Francesc Orellá, quien dio vida al protagonista de Merli, y hoy da vida al doctor Pedro Ara Sarría, quien fuera el responsable de embalsamar el cuerpo de Evita, hecho que sirve como eje de la trama. 

“El poder de Eva muerta era enorme, un cuerpo que estuvo a la espera de ser enterrado durante 20 años, sin saber su paradero. Claramente fue utilizado políticamente, por eso desapareció. Sentían que era un símbolo, y que tenía que ser una muerta más, y nunca lo lograron, porque las ideas no se matan”, sintetizó Oreiro.

Una lluvia torrencial se despertó con el ocaso de Evita, aquel 26 de junio de 1952. Durante varios días el cielo y las lágrimas del pueblo forjaron un mismo río. Durante 16 días el cuerpo de Evita, ya en proceso de embalsamamiento, recibió el abrazo de millones de personas. Aquellos descamisados que veían en ella una patria, aquellas mujeres que veían en ella la igualdad, aquellos fieles que veían en ella a una santa, durante horas, días y noches, bajo la envolvente lluvia esperaron, paso a paso, poder llegar al último adiós, de la mujer más grande de la historia contemporánea de América.

El doctor Ara, que temía que el largo velorio deteriorara el cuerpo, rogo a Perón que diera fin a la despedida, e inició al largo luto de los argentinos. Ara, fue instalado, contra su parecer, en el segundo piso del edificio de la CGT, donde al cabo de un año finalizaría el procedimiento. El descanso eterno de Evita, duraría poco, afuera las mezquindades y las fervientes pujas de poder, amenazaban una guerra civil, que iniciaría cuando los aviones de un grupo de militares golpistas despegaran de las pistas, y terminaría minutos más tarde con el bombardeo de Plaza de Mayo. Una guerra civil, que nunca fue, puesto que en la argentina jamás lucharon dos ejércitos. Siempre se impuso uno, el ejército genocida del general Roca. 

El 22 de noviembre de 1955, ya corriendo uno de los capítulos de la larga noche, bajo el título de la Revolución Libertadora, el cadáver de Evita, es robado por orden del general y dictador Pedro Eugenio Aramburu. Comenzaría así uno de los hechos más aberrantes de la historia argentina, y del mundo. El secuestro, la profanación y la desaparición del cuerpo de Evita, y con el de una parte de la dignidad del pueblo. “Lo que me desbordaba emocionalmente era sentir la vejación que sufría una mujer. La manipulación de ese cuerpo, femenino, desnudo. Sin poder defenderse, eso me parece super actual, me indignaba”, alega Oreiro.

Varios años pasarían, y el cuerpo de Evita sería uno de los tantos que el terrorismo no solo de Estado haría desaparecer. Las historias, y leyendas, que oscilan entre la perversión y el oscurantismo son muchas, pero hay una en particular que para mi entender le da relevancia, al valor nefastamente simbólico que tenía aquel cuerpo. Aquella historia es la de la aparición del cuerpo de Evita.

Estando en el exilio en Puerta de Hierro, Perón recibió a Licio Gelli, el fundador de la infame logia masónica Propaganda Due, que operó de manera clandestina y terrorista dentro de las dinámicas de la Operación Gladio en Europa, y la Operación Cóndor en América. Gelli, quien arribo a América, al igual que Perón, en los años de la Segunda Guerra Mundial, armó una poderosa red de contactos, dentro y fuera de los parámetros del Estado. La PDue sería un servicio de inteligencia en sí mismo. En aquella reunión en Puerta de Hierro, Gelli le ofrece a Perón sus servicios para materializar su regreso a la argentina, luego de más de 17 años de exilio y proscripción. Como garantía, Gelli prometió conseguir el cadáver de Evita en 72 horas, y así fue. Tal era el poder de este oscuro personaje, que podía gobernar el cuerpo de la figura política más importante de la historia moderna.

“Ocupas todo el largo de la mesa en que yaces, y tu cabellera cae tan crecida que parece ignorar tu muerte”, comienza diciendo Erminda Duarte, la hermana de Evita, en una carta que escribiera resumiendo las primeras reacciones, luego de que su cuerpo fuera devuelto. Continúa: “Tu frente continua siendo serena, pese a que muestras un puntazo en tu sien derecha, y la señal de cuatro golpes. Veo un gran tajo en tu mejilla derecha, y lo que queda de tu nariz destrozada, casi completamente destrozada. Miro las plantas de tus pies desnudos, cubiertos por una lámina de brea, ¿Qué significado tiene esa capa mineral en la planta de tus pies? ¿En qué suelo de brea has estado parada, sostenida por tu propia muerte? Perdón por esta infinita herida, y por las otras. Por el golpe que se llevó uno de tus dedos. Por los que muestras en tu frente, por la lesión cuya señal guarda tu mejilla derecha. Por… mejor no continuar, ya que estoy segura de que, a cada golpe, desde el temblor de tu alma, a imitación de Cristo habrás dicho, ‘perdónalos Señor que no saben lo que hacen’”.

Evita fue y será siempre del pueblo argentino, de los pobres, de los ancianos, de las mujeres, de los descamisados. Evita será, como lo fue, un punto de referencia, para aquella revolución que debe ser construida siempre, desde el pueblo, para el pueblo. 

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*Foto de portada: caracteristicas.co