Martes 19 Marzo 2024
Por Jean Georges Almendras-22 de enero de 2022

Siguen desatados los demonios en Colombia. Esos demonios que en cuestión de segundos hacen que la vida no valga nada. Los demonios con nombre y apellido, que siempre responden a otros demonios, en mayor o menor grado, para atentar contra la vida, de otros. Y si bien no hay justificativos para esos ataques, ellos los encuentran. Ellos juegan a ser Dios, atribuyéndose el don de tener en sus manos, las vidas de otros. Una vez más esos demonios se desataron en esas tierras colombianas y dejaron sus huellas. Dejaron a una víctima, tiradas como si tal cosa. Víctima, a la que ahora la llora una familia y toda una comunidad, porque cada vez que se registran este tipo de episodios, en realidad, la que pierde y la que sufre -en paralelo a los dolientes más cercanos- es la sociedad colombiana, que debe asumir sin tapujos, y públicamente (ante ojos de la comunidad internacional) de una de los males endémicos de su cotidianidad: la violencia, como estandarte, dramática instalada en esas tierras, desde hace décadas y décadas. Hoy, Colombia, o mejor dicho los colombianos que no están devorados por la indiferencia social, lloran la desaparición física de un líder social -además defensor de los DDHH- presuntamente a manos de bandas criminales que operan en la región fronteriza con Venezuela. La víctima de este nuevo ataque a la libertad y al derecho de vivir han sido identificada como José Avelino Pérez Ortiz -de la región del Arauca- quien era uno de los principales referentes de la Fundación de Derechos Humanos “Joel Sierra”. El atentado lo convirtió en el octavo activista social asesinado en Colombia en lo que va del 2022.

Los medios de prensa colombianos señalaron que José Avelino Pérez fue atacado en la vía que conduce a vereda Clarinitero, en la zona rural del municipio Arauca y que él había vivido una persecución judicial “que lo había llevado a la cárcel por al menos cinco meses”.

Las noticias locales aluden que este atentado tuvo lugar después de que el pasado día miércoles se registrara la explosión de un carro en la sede de organizaciones sociales de Centro Oriente en el municipio Saravena, en la región del Arauca, con el saldo de un muerto y varios heridos de diversa entidad.

Recientemente, desde la Defensoría del Pueblo se informó de que grupos armados (de origen venezolano) atentan contra los pobladores con frecuencia en esa región, desconociéndose los motivos de todos estos hechos, que son flagrantes atentados a la paz ciudadana.

No hay palabras para calificar cuando tenemos que abordar estas noticias, que nos llenan de amargura; que nos ponen con los pelos de punta, porque son noticias ya de casi todos los días. Noticias que ya están definitivamente naturalizadas, y que forman parte del imaginario popular, porque Colombia sigue desangrándose en cada uno de estos hechos.

Dolor y rabia, vivimos los periodistas que debemos informar sobre lo ocurrido. Dolor, rabia y la impotencia de saber, a conciencia, que en su mayoría estos casos quedan literalmente sumergidos en la más repudiable de las impunidades, por el Estado es ausente, cuando se trata de investigar, de ir más allá de sus narices.

Es la constante. Es el sello de estas sociedades, donde los demonios anidan en los conos urbanos y en las zonas rurales, respondiendo a intereses criminales. Como si fuera algo normal.

Y eso es lo que es repulsivo, y eso es lo que denunciamos. Y no nos cansaremos de hacerlo.

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*Foto de portada: nuevaya.com.ni