En el episodio, de ribetes confusos, muere otro indígena y es herido otro; fue en el Cauca 
 
Por Jean Georges Almendras-18 de enero de 2022

Asesinar, es el verbo que se conjuga con extrema displicencia en territorio colombiano. Y no siendo colombianos, nosotros, al conjugar ese verbo, escribiendo estas líneas, y aún sin ser partícipes de la acción de segar vidas humanas, parecería que nos sintiéramos cómplices, porque permitir que la muerte siga siendo la herramienta para imponer ideas, o lo que es peor, intereses personales o al servicio de grupos armados -no importa de quienes y no importa de dónde- nos lleva de la mano, a todos, a transitar por los caminos de la indiferencia, lo que, es decir, a vincularnos pasivamente (indirectamente) con esos crímenes. El pasado viernes, una vez más, en Colombia, las balas asesinas de grupos armados pululando en apartadas regiones de espesa vegetación, segaron vidas de connacionales. Los proyectiles ultimaron a un ecologista adolescente indígena de tan solo 14 años, considerado por su comunidad como un cuidador de la madre Tierra, de nombre Breiner David Cucuñame López. Y en el mismo hecho, el grupo armado, que se estima podría pertenecer a una de las facciones disidentes de la FARC, también causó otra víctima fatal: nos estamos refiriendo a un integrante de la guardia indígena activa de la zona del Cauca de nombre Guillermo Chocante Ipia, mayor de edad, quien era escolta del gobernador indígena de la región, identificado como Luis Fabian Camacho Guetio, que también en la ocasión resultó herido de bala. No hay certeza, hasta el momento, sobre qué fue lo que ocurrió, lo que significa que para conocer respuestas certeras habrá que aguardar el resultado de las investigaciones.

Fue un atentado a la libertad y un atentado a la vida, uno más de tantos, en una tierra que desde siempre ha venido cosechando cadáveres, como si se tratase de una forma de pacto eterno con la muerte, en esa región de nuestra América Latina.

Las informaciones procedentes de Colombia, a través de las agencias internacionales, pautan que el episodio tuvo lugar en una zona cercana del resguardo Las Delicias, en el departamento del Cauca, y que el homicidio del menor es considerado como uno de los primeros atentados contra un activista ecológico en lo que va de este año. Se consignó que la víctima, de acuerdo al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) era, además “un defensor del territorio, un miembro de la guardia indígena estudiantil” y un niño protector de la vida”.

En los medios de prensa colombianos, desde la sede gubernamental, se dio a conocer el sentir del presidente Iván Duque: “La muerte del joven, un abanderado de la protección ambiental en su comunidad en el Cauca, nos llena de tristeza”.

A otros niveles, y en las comunidades indígenas y campesinas de la región, el malestar y la conmoción se hizo sentir con mayor énfasis, reclamando a las autoridades que el hecho no quede en la impunidad. 

A las pocas horas del ataque se dijo que cuando los integrantes de la Guardia Indígena acudieron al lugar de los hechos, a sabiendas de que allí había sido detectado un grupo armado, fueron literalmente baleados con armamento de largo alcance y se pudo saber que el joven de 14 años no estaba en tareas de reconocimiento del área, sino que regresaba de trabajar junto a su padre, que se desempeña en el rubro de la construcción.

Se fortalece la hipótesis -en el seno de las comunidades indígenas- que el adolescente se encontraba en la ruta de los intrusos armados, los cuales, sin tomar precauciones tiraron bala a todo lo que se moviera, sin tomar en cuenta que había caminos, que había trabajadores y había menores de edad; tal lo señalado por una mujer que estuvo en el lugar de los hechos, y que salvó su vida de milagro. En esas circunstancias también fue alcanzado por las balas asesinas el miembro activo de la Guardia Indígena de la región, nos estamos refiriendo a Chocante Ipia, la segunda víctima fatal de este nuevo episodio de violencia en Colombia.

Desde fuentes del Ministerio Público se informó que se iniciarán todas las investigaciones de rigor para hallar a los integrantes de ese grupo armado, estimándose que podrían pertenecer a antiguos miembros de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que en este momento se consideran disidentes, por no plegarse a los acuerdos de paz, operando en algunas regiones del país.

Se ignora si el atentado fue premeditado o si por el contrario se trató de un hecho confuso, en el sentido de que los guerrilleros disidentes interpretaron que las personas a las cuales tirotearon eran militares o grupos de narcotraficantes.

La cuestión es que, en ese contexto de habitual violencia en tierras colombianas, confusiones o no, el saldo fue de un adolescente y un hombre mayor muertos, fruto de una violencia desenfrenada extendida por la región, bajo la indiferencia de las autoridades y de la comunidad internacional. 

Colombia se desangra diariamente con estos hechos. Esta vez se cobraron dos vidas, una de ellas muy joven, que ansiaba defender la tierra y la región indígena. 

A distancia, no podemos sentirnos más que conmocionados, y repito -como consignaba al inicio- en alguna medida cómplices de las dos bajas, porque como sociedad internacional, creo que hacemos poco -o nada- para que esas violencias desaparezcan de la faz de esa bella tierra colombiana.

Las dialécticas sobre la vida política de Colombia, en este caso, y tomando en cuenta todo su contexto histórico y el motivo por el cual el surgimiento de la guerrilla fue una necesidad de su tiempo, no pueden justificar ni con creces, que el peso de las armas siga siendo la moneda de cambio, o el lenguaje que se utiliza para marcar territorios o forma de convivencia.

Quienes hayan sido los asesinos, deberán saber que cargarán de por vida, sobre sus espaldas, con la responsabilidad de haber segado una vida joven y la de otro connacional, en un episodio distante absolutamente de una confrontación o de una operación militar.

Eran indígenas desarmados, protectores de su tierra, frente a gente armada. Un crimen desde donde se lo mire.

Horrendo, hoy y siempre.  

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*Foto de portada: El País de Madrid / Parques Nacionales Naturales de Colombia