Colombia militarizada
 
Por Jean Georges Almendras-30 de mayo de 2021

No porque lo esperábamos -viniendo de Iván Duque- deberemos aceptarlo. De ninguna manera. Más bien, repudiaremos, esa reciente arbitraria decisión suya -con el componente criminal que lo ha caracterizado desde que se sentó en la silla presidencial en Colombia- de militarizar 13 ciudades de su país.

La noticia de la presencia militar ha hecho que numerosos organismos de derechos humanos alerten a la opinión pública de que ese uso indebido de la fuerza acarreará más desastres de los que podemos imaginar. Ya ahora mismo, se han contabilizado 59 muertos en las calles, más de dos mil detenciones arbitrarias, cerca de 700 civiles heridos, de ambos sexos y múltiples edades, de los cuales medio centenar han perdido la visión totalmente o presentan graves lesiones oculares.

Ya vamos un mes de protestas. Treinta días de intensas movilizaciones que despertaron odios y amores. Odios dirigidos al pueblo, desde filas gubernamentales, desde donde no se cansan de tildarlo de terroristas, por manifestarse harto de desmanes, corrupciones y balas. Amores a la lucha en contra de los represores, desde los cinturones poblados de las ciudades importantes y desde filas de los trabajadores y los estudiantes, y de las amas de casa y padres de familia, que ya llegaron a los límites más inimaginables, al ver que en Colombia ya el hambre y la desocupación, hacen trizas la calidad de vida de miles y miles de personas y familias; y al ver que las más elementales necesidades para sobrevivir dignamente y sin lujos, no han sido contempladas en lo más mínimo por el gobernante de turno (llámese en este caso Iván Duque) desde hace ya bastante tiempo, pero más aún desde el mismísimo momento en que se decretaron medidas fiscales, que en consecuencia se transformaron, en un abrir y cerrar de ojos, en la chispa inevitable que habría de encender los fuegos de la rebelión y de la resistencia, que no por ser desorganizada y popular, debe ser calificada como terrorista.

Iván Duque y la caterva de políticos aferrados a su aureola de gobernante de la línea dura -como satélite indiscutible de Uribe, y juntos, como viles serviles de los modelos económicos e ideológicos de los Estados Unidos- como autoritarios que son por naturaleza, accionaron para que no pocas ciudades se transformen en ciudades donde solo la fuerza bruta policial y militar es la única que tiene la palabra y el don de mando, sin contemplaciones, al ritmo de los palos golpeando cabezas, o de las balas sacando ojos o tronchando vidas, principalmente, vidas jóvenes. Y ni hablemos de los desaparecidos, que ya van superando los 300, con el agravante de que solo 123 son reconocidos oficialmente.

Los oídos sordos de los gobernantes, a las súplicas de pacificación (de basta, de sanguinarias represiones) en las calles, sublevan a cualquiera; y los desastres que han causado (y siguen causando) forman en suelo colombiano una espiral de violencia, inevitable. Y siguen sublevando a cualquiera.

Los oídos sordos de los gobernantes a los airados reclamos, redoblan fuerzas populares y resistencias. Y el pueblo colombiano, que históricamente no conoce de tolerancias (cuando se trata de avasallamientos o autoritarismos dictatoriales) sale a las calles y se moviliza, a mano limpia, cuando puede y cuando no puede, porque es su naturaleza, rebelarse. Rebelarse sin medias tintas.

Con casi 60 víctimas fatales, a los ojos del mundo, la Defensoría del Pueblo pidió que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) adelantara su viaje a Colombia. En paralelo, integrantes de la Misión Internacional de Solidaridad y Observación de Derechos Humanos de la Argentina viajaron a Colombia con el cometido de hacer un relevamiento de la situación de las protestas callejeras, y finalmente denunciaron públicamente el ejercicio del terrorismo de Estado sobre la población. Así de claro. Así de dramático.

Los oídos sordos de los gobernantes colombianos, han abierto las puertas del infierno: Iván Duque en persona, se tomó la libertad de ordenar el despliegue de militares fuertemente pertrechados en más de una docena de ciudades, bajo la figura de “asistencia militar” en tareas de control, extendiendo la medida con un muy numeroso contingente de uniformados (cerca de ocho mil hombres) para los departamentos donde se realizan bloqueos viales.

El pretexto insolente que baraja Duque, sin medir palabras, es la subterránea actividad de guerrilleros (que no se sometieron a los acuerdos de paz) en las movilizaciones callejeras. Entonces, no hay mejor pretexto, que ese panorama de presencias guerrilleras (obviamente, desde la visión oficial), para la militarización más descarada, en perjuicio de la población colombiana. Una trastada inconcebible.

En el lenguaje del presidente de Colombia Iván Duque, ahora revenido en represor (o capaz, en asesino) la “asistencia militar” es sinónimo de asistencia, para la galería local e internacional, pero en realidad es sinónimo de represión dura, pero dura de verdad.

Sobran las evidencias de ultrajes, abusos, violencia asesina, desapariciones. Sobran las evidencias de atentar contra el pueblo colombiano. Sobran evidencias de un autoritarismo con luz verde para segar vidas, y hasta para justificarse con un descomunal cinismo, que no hace otra cosa que ensombrecer las palabras delirantes y demagógicas que se utilizan a la hora de las conferencias de prensa, buscando demonizar una rebelión, legítima por naturaleza.

“Es una masacre y es el ejercicio del terrorismo de Estado sobre la población”, fue la reciente denuncia del vocero de la Misión Internacional de Solidaridad y Observación de Derechos Humanos de la Argentina.

"Acá la situación es absolutamente crítica, se han viralizado videos donde se muestra la actuación de las fuerzas policiales en conjunto con civiles, hay denuncias de torturas a estudiantes, abusos sexuales a mujeres, vejaciones, detenciones arbitrarias, una situación represiva muy compleja que requiere de la mayor cobertura internacional", fue la reciente denuncia pública de Marianela Navarro, delegada del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) y parte de la delegación que viajó a Colombia el pasado 25 de mayo.

El más cándido de los ciudadanos del planeta entiende perfectamente que cuando Iván Duque ordena para su pueblo la “asistencia militar” (que es el eufemismo más descarado que se pueda atrever a subrayar), está ordenando, literalmente, masacrarlo.

Mejor dicho, asesinarlo.

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*Foto de portada: captura de YouTube