Domingo 19 Mayo 2024
Por Jean Georges Almendras-13 de mayo de 2021

La lucha del pueblo palestino por recuperar sus tierras, no es la novedad ni la noticia, aunque muchos en Israel pretendan ignorarla; o lo que es peor, pretendan reafirmar con celo criminal, de que el reclamo palestino no es legítimo, lo que es una barbaridad desde todo punto de vista.

Y que los ataques a la Franja de Gaza, con bombas y todo el aparato bélico imaginable e inimaginable, se hayan reiniciado, tampoco es una novedad, porque ya van años de incesante asedio. Un asedio, que raya con lo criminal, y que con el correr del tiempo ha sido recriminado y censurado desde diferentes frentes, no obstante que desde las entrañas mismas del gobierno israelí ha sido justificado, con bombos y platillos.

Para cualquier diccionario del mundo los sinónimos de “fatuo” son variados: presuntuoso, necio, tonto, impertinente, petulante y vano. Sinónimos que perfectamente pueden ser aplicados a la postura del Estado de Israel. Y deberíamos agregar otro sinónimo: criminal, porque las evidencias en ese sentido, superan también los límites más inimaginables. Pruebas hay suficientes para pensar y afirmar que la postura israelí, respecto a las tierras del pueblo palestino, son propias de un Estado autoritario y de un Estado tiránico. Un Estado expresamente ensoberbecido de indescriptible intolerancia, la que por otra parte se torna, nefasta en grado sumo.

Ríos de tinta se han dedicado para que toneladas de escritos salgan al mundo sobre el conflicto entre Israel y el pueblo palestino, censurándolo; horas y horas de programas de televisión y de noticieros se dedicaron igualmente a ese tema, con ánimo de dar apoyo a la causa palestina; escritores y periodistas famosos de diferentes países se han pronunciado comprometidos con Palestina y con su lucha: una lucha que es un asunto de neto corte político, que se ha incrustado en todos los rincones del mundo y ha sido recurrente por décadas. Un asunto, que no por recurrente, no deja de ser extremadamente punzante. Punzante para la inteligencia humana, porque desafortunadamente, la hostilidad y la intolerancia del Estado de Israel se ha tornado, desde hace años, en una constante agresión, ignorando desde los gobiernos del pueblo judío, todos los convenios internacionales que reconocen al Estado palestino, mismo desde los orígenes del conflicto hasta la fecha. Un conflicto que, a lo largo de no pocas décadas, ha tenido una muy fuerte resonancia mundial, sea porque ha habido gobiernos que se han opuesto tenazmente al reclamo palestino, o bien sea porque otros se han pronunciado a su favor, porque entienden con muy buen criterio, que el reclamo palestino se inscribe en un marco de legalidad irrefutable e indiscutible. No olvidemos que lo que ha hecho que el conflicto cobre mayor dimensión, dramáticamente, ha sido y sigue siendo, el costo de vidas humanas que ha tenido, principalmente dentro del pueblo palestino, que soportó y soporta el avasallamiento con estoicismo, y en diaria resistencia, sumando víctimas por doquier. Víctimas de una intolerancia racista, que hoy por hoy, coloca a los soldados del Estado “democrático” de Israel a la par del soldado nazi hitleriano, solo que esta vez los soldados genocidas de Benjamin Netanyahu no lucen esvásticas, pero sí la Estrella de David. Aunque en realidad, parezca lo contrario.

Mientras el periodismo mundial independiente, y aún el periodismo sistémico y complaciente con quienes denostan la lucha de los palestinos, da cuenta de los pormenores del conflicto, comprometiendo vidas y generaciones, especialmente después de los recientes bombazos a la Franja de Gaza, cada segundo que pasa hace que el conflicto vaya cobrando dimensiones mayores. Y lo que resulta verdaderamente más dramático, es que la cifra de muertos aumenta. Aumenta para unos y para otros. El fuego es cruzado, en el cielo y en la tierra, porque no solo hubo bombas, sino además hubo enfrentamientos entre palestinos y policías y colonos israelíes, en las calles, cuerpo a cuerpo.

Vidas destrozadas. Daños materiales en edificaciones y autos. Los hospitales palestinos no dan abasto. También se viven horas dramáticas en los hospitales israelíes. Se cuentan heridos y muertos sin distinción de edad, ni sexo, en ambos bandos. Los palestinos se defendieron porque del otro lado se activaron bombas. Y así, por enésima vez, la espiral de violencia en esa región del Medio Oriente vive un nuevo capítulo de uno de los conflictos territoriales (e ideológicos) más extensos en el tiempo y más mediáticos. Pero ni siquiera ese infortunio (de popularidad con visibles signos de tragedia histórica a la vista de la comunidad internacional) hace que se vea en el horizonte la firma de una paz, definitiva. Es que, además, hablando específicamente de Israel, ese deseo de pacificación, pregonado desde sus sitiales gubernamentales, siempre ha sido una arenga especulativa, donde las buenas intenciones han brillado por su ausencia, convirtiéndose exclusivamente en una promesa de “paz” entre comillas, y absolutamente falsa y engañosa.

En las últimas horas las agencias de noticias informaron que el primer ministro Netanyahu prometió al pueblo israelí que se iba a incrementar “tanto la fuerza como el ritmo de los ataques” en Gaza, principalmente contra los grupos islamistas palestinos. Y dijo, en tono enérgico: “Hamas recibirá ahora golpes que no esperaba”.

Vientos de guerra en el Medio Oriente. La administración Netanyahu lo anuncia gritándolo a los cuatro puntos cardinales, y a todos los medios de comunicación que le sirven de soporte y de campana de resonancia.

Los heridos se multiplican: más de 550 palestinos resultaron con lesiones de distinta entidad desde el viernes pasado en los constantes choques en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Pero lo más estremecedor de este conflicto que no escatima en virulentas confrontaciones, son los niños que mueren. Los niños palestinos y los niños israelíes. Pero si de niños o de adolescentes se trata, el pueblo palestino tiene su mayor cuota de víctimas, porque la represión por muchos años, de las fuerzas del Estado de Israel, ha dejado un saldo de jóvenes de ambos sexos presos, mayoritariamente acusados de terrorismo. Presos de conciencia -como lo fue la joven Ahed Tamimi-, porque para los esbirros del sionismo, protestar y reclamar lo que es legítimo, es terrorismo. Pero, según la visión israelí, no es terrorismo encerrar a personas solo por el hecho de ser palestinos; no es terrorismo reprimir seres humanos, descarada y criminalmente en la Franja de Gaza y en Cisjordania, solo por ser palestinos; y no es terrorismo mirar a un costado, desde los más altos niveles del gobierno, cuando manos criminales segaron la vida de Vittorio Arrigoni. Y la lista de ejemplos de terrorismos del sionismo sería interminable.

Hoy, como tantas otras veces, aviones de combate del Ejército de Israel, van de la mano del lanzamiento de cohetes y de asedios de muerte, desde el aire con helicópteros artillados. Una escalada de violencia de las fuerzas israelíes, alevosa. Alevosa con mayúsculas. Ya moneda corriente para muchas generaciones de palestinos.

Tal el panorama que ya recorre el mundo... ¿despertando especulaciones de una casi inminente guerra en el Medio Oriente?

Las guerras dicen presente, como mordazmente dice presente esa fatua postura israelí, de no entregar una tierra que los palestinos la estuvieron y la están (reclamando) defendiendo a costa de su sangre. Porque es su derecho reclamarla.

Está en nuestra libertad apoyar esa lucha. Está en nuestra libertad comprometernos por la causa palestina. Defenderla. Extenderla. Potenciarla.

Potenciarla, para que pueda pacificarse la región. Para que pueda cerrarse este círculo de violencia, que ha sido siempre una bandera del gobierno de Israel, demonizando al pueblo palestino e ignorando, además, la resolución de la ONU sobre el reconocimiento del Estado palestino.

El sionismo, corriente de poder dentro de Israel, a espaldas del pueblo, ha distorsionado verdades y ha tomado decisiones y tendencias de confrontación y de intolerancia, delineadas desde personajes recalcitrantes. Personajes que me recuerdan a los personajes que decidieron el holocausto judío.

El pueblo palestino sabe que la lucha, para recuperar su tierra, ya forma parte de su vida, y de su convivencia. Esto fue ayer y esto es hoy. Y adherirse a esa causa, es competencia de quienes entendemos que la libertad de los pueblos es el valor absoluto al que nos debemos, si hablamos de paz. El único cometido es no hacerle el juego a quienes, en el Estado de Israel, buscan maquiavélicamente instalar la idea de que la guerra contra los palestinos es el valor absoluto para imponer modelos económicos, tal cual los imperios que ya pululan por el mundo, siendo el principal y el primero en el ranking, el del país del Norte.

El pueblo palestino no debe bajar ni brazos. Y quienes apoyan su causa, menos. Y en eso estamos.

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*Foto de portada: Foto © Norsk Folkehjelp Norwegian People's Aid / www.antimafiaduemila.com