Por Jean Georges Almendras-15 de febrero de 2021

Testigos del momento en que muere el guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo, el 15 de febrero de 1966, una y otra vez hablaron elogiosamente de su persona y de su valerosa actitud a la hora de transitar por esta vida como un hombre en combate, al que no pocas veces los líderes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) trataron (en vano) de ponerlo a distancia de los riesgos propios de la confrontación cuerpo a tierra. Pero ese día las balas del enemigo dieron en el blanco: el hombre que había abandonado el sacerdocio en 1965 (habiéndose ordenado en 1954) y que había dejado atrás sus comodidades burguesas para comprometerse literalmente con la lucha guerrillera, en un muy particular momento histórico de su Colombia natal.

Cincuenta y cinco años después, los ecos de esa su lucha ejemplar, nos acarrean valoraciones que lejos de ser valoraciones revolucionarias, son más bien valoraciones humanas, que nos hablan de su calidad como ser humano. De su sensibilidad como ciudadano del mundo, que en su tiempo y en su tierra, lo catapultó desde el seno de una familia de clase media bogotana, primero a la ordenación como sacerdote y después a la lucha social (pero sin desatender sus responsabilidades como religioso) al punto de estudiar sociología en la Universidad de Lovaina en Bélgica y de fundar la primera Facultad de Sociología de América Latina. Los problemas sociales de su país fueron base y cimiento de su militancia. Una incansable militancia desde los púlpitos, desde los salones académicos y desde los sitiales donde le tocó estar. Una incansable militancia que abrazó al vincularse con el Ejército de Liberación Nacional, hasta el día de su muerte en su primer combate. Fue un hombre íntegro. Fue un revolucionario íntegro. Fue un faro de luz para muchos sectores de la sociedad colombiana y para muchos hombres y mujeres de otras sociedades, especialmente regionales, en una década donde las luchas por las libertades estaban a la vuelta de la esquina, porque el capitalismo carnívoro y demoledor de vidas y esperanzas, también estaba a la vuelta de la esquina, disparando balas y dando garrote, a diestra y siniestra.

Y fue precisamente una de esas balas, en un combate, la que le arrancó la vida a Camilo Torres. No obstante, hoy, mirando hacia atrás, lo vamos descubriendo como un pensador y un revolucionario de una vigencia admirable. Una histórica personalidad de hace 55 años, que hoy nos pone de bruces con su coherencia y con su ejemplo de aquellos tiempos, que se hacen necesarios, en estos tiempos.

Camilo Torres 2

Su ejemplo de hombre de fe y de hombre de acción humana, fue muy distante de la insensibilidad del indiferente, del pacato y del complaciente con un sistema que tanto ayer como hoy mina (y destruye) al hombre moderno, como si hacerlo fuese lo más natural del mundo.

Su ejemplo de hombre de fe escandalizó y confrontó a los ensotanados (adoradores de las clases privilegiadas) de su tiempo, a quienes señaló con el dedo, visibilizándolos como protagonistas de una liturgia vetusta, que no armonizaba con el Concilio Vaticano II, el que por otra parte fue columna vertebral de la Teología de la Liberación, de los sacerdotes de ideas avanzadas, a quienes se los ignoraba o se los desprestigiaba. Ideas avanzadas (opuestas principalmente al esquema de la Curia) abogando entre otras cosas por el ecumenismo y por el diálogo entre cristianos y marxistas.

Ideas retrógradas del clero de su tiempo (que no iban con la lucha social, ni con los desamparados) desengañaron a Camilo Torres de su Iglesia, y lo llevaron a apartarse de la institución a la que pertenecía; y las violencias de las clases dominantes lo derivaron celeramente a tomar el camino de la lucha armada como único camino para encontrar respuestas que resultasen útiles para quienes vivían las consecuencias de las opresiones sociales, desatando vendavales y tempestades, en las calles y los caminos de Colombia.

Tuvo propuestas para entrar en el terreno de la vida política. No las aceptó, y el 18 de octubre de 1965 se incorporó a la guerrilla del naciente Ejército de Liberación Nacional hasta el día que una bala enemiga acabó con su vida en el municipio de San Vicente de Chucurí (corregimiento de Patio Cemento, Santander). El cadáver del cura guerrillero nunca sería entregado a su familia y el lugar exacto donde fue enterrado sigue siendo hasta nuestros días, uno de los más insondables misterios.Camilo Torres 3

La bala que le arrebató la vida lo hizo eterno. En su tiempo, los ecos de su entrega por una causa social -revolucionaria- despertaron conciencias entre miles de jóvenes. Las generaciones que le sobrevivieron lo reconocen como un luchador. Hasta hoy.

Víctor Jara, a finales de los años sesenta, incluyó una canción sobre él, en el álbum “Pongo en tus manos abiertas”. Un canto del ayer, con la fortaleza de un presente inconfundible, revolucionario, sensible, militante y sudamericano.

Donde cayó Camilo
Nació una cruz,
Pero no de madera sino de luz.
Lo mataron cuando iba
Por su fusil,
Camilo Torres muere
Para vivir.
Cuentan que tras la bala
Se oyó una voz.
Era Dios que gritaba:
¡Revolución!
A revisar la sotana,
Mi general,
Que en la guerrilla cabe
Un sacristán.
Lo clavaron con balas
En una cruz,
Lo llamaron bandido
Como a Jesús.
Y cuando ellos bajaron
Por su fusil,
Se encontraron que el pueblo
Tiene cien mil.
Cien mil Camilos prontos
A combatir,
Camilo Torres muere para vivir.

También testigos nosotros, en este tiempo, de su entrega, decimos que Camilo Torres, está presente. Muy presente, 55 años después.

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*Foto de portada: edición de Paolo Bassani

*Foto 2: www.biografiasyvidas.com

*Foto 3: www.eltiempo.com