Viernes 19 Abril 2024
En Irán existe una cuestión social. El país es muy joven (la gran mayoría de la población tiene menos de 30 años). La casi decenal guerra contra Irak, en los años ’80, que cobró millones de muertos, ha segado a la generación que hoy tendría 40-50 años. Hay un elevado nivel de cultura en todas las clases sociales, pero las escuelas occidentales, las que podríamos llamar “modernización”, pertenecen solo a algunas minorías. La mayor parte del país es tradicionalista.

Teherán, donde vive además el 10% de la población iraní en su complejo, es un claro ejemplo. La burguesía comercial e industrial (sobretodo ligada al sector petrolífero), los profesionales licenciados, la masa de estudiantes universitarios (donde la cantidad de mujeres actuálmente supera la de los hombres) presentan niveles civiles, sociales, económicos, que son casi ignoradas en las provincias rurales lejanas de los centros urbanos.
Es decir que, si los acomodados habitantes de los barrios del norte de Teherán, o en los ambientes burgueses medio-altos de las grandes ciudades industriales como Isfahan, piden mas libertad y más derechos civiles, para el resto del país los problemas más apremiantes y actuales están relacionados con la elevadísima inflación y el desempleo.
Estos contrastes se reflejan en la clase dirigente que se presenta dividida como nunca desde la revolución khomeinista hasta hoy. En Irán está en curso un propio y verdadero choque de poder. Actuálmente al mando está el grupo dirigente que el Occidente define comúnmente conservador o incluso ultra-conservador, la Guía Suprema espiritual es Ali Khamenei y el presidente Mahmud Ahmadinejad. En la República Islámica de Irán existe una fuerte interrelación entre el poder religioso y político, aunque formálmente distinto, al menos desde el cambio radical en sentido teocrático deseado por el padre espiritual de la revolución, Ruhollah Khomeini, que hizo calzar para si mismo la función de Guia Suprema y determinó el exilio del primer presidente laico post-revolucionario, el socialista Bani Sadr. A partir de entonces los presidentes que se sucederán en el poder serán todos religiosos (Khamenei – después sucesor de Khomeini como Guía Suprema, Rafsanjani, Khatami), al menos hasta el 2005, cuando vuelve a la butaca del ejecutivo un laico, con un perfil marcádamente espiritual (más adelante veremos en que sentido), es decir Mahmud Ahmadinejad.
El primer mandato de Ahmadinejad ha tenido la característica de un parcial retorno a la primacía de la política en la conducción del estado, apoyándose sobre esos potentes componentes del sistema de seguridad del cual Ahmadinejad mismo proviene. Y así el ejército, pero sobretodo los Guardianes de la revolución (Pasdarán) es decir, la milicia militar que ha sostenido el país durante la guerra contra Irak y el trístemente famoso Basij, la milicia civil voluntaria, se han convertido aún más en la columna vertebral de la nación. Estas estructuras cuentan con articulaciones autónomas administrativas e incluso financieras. Son elementos del estado cada vez más influyentes y potentes que han logrado colocar un hombre suyo en la presidencia en perjuicio del poder del clero.
La auténtica eminencia gris de esta parte de sociedad que ve su propio poder corroerse es Hashemi Rafsanjani, el hombre más rico del país (sector inmobiliario y comercio agrícola – en particular pistachos de los que Irán es un gran exportador), estrecho colaborador de Khomeini desde que nació la República Islámica, de quien había sido discípulo en la Escuela teológica en la ciudad santa de Qom, ha mantenido por dos mandatos el cargo de presidente (1989-1997) y está actualmente a la cabeza del Consejo de Expertos, un consejo teológico de sabios con el cometido de resolver conflictos institucionales, nombrar la Guía Suprema y eventuálmente ordenar la destitución.
Rafsanjani es por lo tanto la natural expresión del clero moderado que desea volver a ser determinante en la conducción del estado y de esos sectores sociales productivos, de la burguesía comercial y de los estudiantes que han animado las protestas de las últimas semanas. Pero, aun siendo potente, Rafsanjani resulta más bien antipático al resto de la población. Mientras estaba al poder se oían muchas voces acerca de una gestión opaca del poder, por no decir corrupta, hasta el punto que a finales de los años ’90 le costó no poco hacerse elegir de nuevo al Parlamento y en el 2005 fue derrotado en las Presidenciales por Ahmadinejad. Es decir que Rafsanjani se está moviendo por detrás y ha apoyado al candidato moderado Mir Hossein Mussavi en las últimas elecciones.
El programa político de Mussavi responde perféctamente a las peticiones del electorado de referencia de Rafsanjani. Más derechos civiles, en particular para las mujeres (la mujer de Mussavi, en primer plano durante la campaña electoral, es una ferviente sustentora de las reivindicaciones feministas); liberalismo económico que prevé privatizaciones macizas, en particular en el sector petrolífero, potenciálmente el más lucroso; atenuación de los conflictos con la comunidad internacional al fin de superar los embargos económicos y financieros que todavía agravan a Irán, para que el país pueda volver a ser un actor de primer plano en el comercio internacional y atraer las inversiones extranjeras, en particular occidentales.
El perfil de Ahmadinejad no podría ser más distante. Se le aprecia por un estilo de vida sobria y modesta que contrasta evidéntemente con las acusaciones de corrupción contra el clero moderado, es autor de una economía social-estatista que indica las masas populares como las destinatarias de ayudas públicas a través de una política de créditos a bajo costo y subvenciones a la agricultura. Ahmadinejad tiene su electorado de referencia entre las masas rurales y las obreras, especiálmente en los sectores del petróleo y de la química contrarios a la privatización de las empresas públicas. Y del clero más ligado a la concepción de una comunidad (Umma) cohesa, solidaria y tradicional.
En lo que concierne a la colocación geopolítica del país, Ahmadinejad apunta a que Irán se convierta en la potencia regional de referencia y en un protagonista absoluto en el tablero de ajedrez mundial. Actuando una política de influencia emergente en Irak, Líbano, Palestina, haciéndo el portaestandarte de un revanchismo islámico y tercermundista contra los intereses occidentales y sionistas, Teherán está amenazando el rol estratégico de las monarquías árabe-sunnitas del Golfo (Arabia Saudita en cabeza), de los llamados “regímenes moderados” como Egipto y ya es el único verdadero enemigo de Israel en la región (teniendo en cuenta que Siria está mostrando, al menos diplomáticamente, un perfil mucho más bajo y prudente).
Pero Irán es también un nudo fundamental para los recursos energéticos de Asia central. Ahmadinejad pone su atención decidídamente hacia oriente, apuntando a establecer acuerdos estratégicos con los fronterizos Afghanistan y Pakistan para construir gaseoductos y hacer entrar al país, con todos los derechos, en la SCO (Organización para la Cooperación de Shangai) junto a Rusia y China. En particular con Pekín, Teherán sería el aliado y partner ideal, en condiciones de abastecer gas y petróleo a cambio de manufactura, tecnologías, infraestructuras. La alianza política, militar, económica y en prospectiva financiera, entre China, Irán y Rusia, pudiera saldar un bloque capaz de minar el dominio nordamericano.
Pero esta visión ha abierto grietas también dentro de la leadership conservadora iraní.
En las últimas elecciones presidenciales Ahmadinejad se ha debido de enfrentar también con un candidato que hace referencia a su mismo bloque social y de poder, ese Mohsen Rezai ya por mucho tiempo jefe de los Pasdarán. Rezai critica duramente el aventurismo del presidente en política extranjera y preferiría la función de “tierra de en medio” para el país, predisponiéndose a lo que ofrece la Administración Obama para actuar una política de interés nacional en más frentes que aproveche al máximo las coyunturas y las condiciones favorables. De esta componente forman parte otros exponentes de relieve del establishment, como el presidente del Parlamento Ali Larijani, ex mediador con el occidente sobre el tema nuclear.
Todas estas dinámicas e impulsos parecen haber entrado en colisión simultáneamente en ocasión del voto del 12 de junio. En la situación actual es imposible tener certezas acerca del elemento que ha desencadenado esta crisis, es decir la acusación por parte del candidato derrotado y de la oposición contra el presidente, confirmado, de haber robado las elecciones con fraudes macizos. Si es verdad que probáblemente no se podrá nunca aclarar, algunas circunstancias pueden de todas formas ser remarcadas:
El voto, oficiálmente ha tenido un resultado avasallador con una diferencia de treinta puntos de porcentaje entre Ahmadinejad y Mussavi, que corresponden a más de 10 millones de votos. Si ha habido fraude ha sido de notable dimensión y difundido en todo el país, siendo necesario que al menos un voto de cada cuatro fuese manipulado. Pero las irregularidades relevadas no han parecido ser tan sustanciales como para volcar el resultado final; a la víspera ningún comentador o analista pensaba que pudiese ganar Mussavi en la primera vuelta. Aunque es verdad que en los últimos días de campaña electoral el desafiante parecía ganar terreno con una mobilización en aumento por parte de los que le apoyaban. El fenómeno alcanzaba sobretodo la capital y en cualquier caso el apoyo popular a Ahymadinejad en la misma Teherán (de la que, conviene recordar, el presidente ha sido alcalde) nunca se ha quedado atrás, incluso bien evidente, en reuniones y comicios oceánicos; una agencia de sondeos americana, tres semanas antes del voto, ha efectuado en Irán sondeos demoscópicos independientes certificando que hasta ese momento la ventaja de Ahmadinejad sobre Mussavi era efectívamente amplia, con una relación de 2 a 1, después confirmado en las urnas. Los datos y el análisis sociológico sobre las intenciones de voto vuelven impracticable la hipótesis de que Mussavi pueda haber dado vuelta en pocos días a una orientación tan consolidada (2); la concatenación de los eventos hace pensar en una especie de maniobra con la intención de servirse de las elecciones y de los presuntos fraudes como pretexto y todas las partes en causa, conscientes o no, han jugado un papel bien preciso. Cuando faltaban dos semanas para el voto el atentado terrorista en una mezquita en la región del Balucistan (veinte muertos), ha contaminado la campaña electoral mediante la más clásica metodología de las estrategias de la tensión, haciendo aflorar contrastes étnico-religiosos entre los chiitas y la minoría sunnita; el choque entre candidatos ha sido insólitamente duro y con un fuerte impacto mediático. Por primera vez han sido transmitidos “cara a cara” televisivos directos, en particular ha impresionado al público el de Ahmadinejad y Mussavi. Ahamadinejad ha sido particulármente duro y despreciativo, acusando al adversario de debilidad, una especie de marioneta manejado por su pareja y de ser, además, el protegido de Rafsanjani, refiriéndose a él sin medias palabras como un corrupto. El efecto ha sido devastador, con doble sentido: provocar y escandalizar al electorado moderado, galvanizar el suyo; a partir de ese momento la campaña electoral se ha incendiado, trasladándose a las plazas, una especie de polarización entre facciones contrapuestas. En las asambleas de la oposición, especiálmente en las universidades, empezaron a circular las palabras de orden contra el “tirano” Ahmadinejad y las voces de que el régimen estuviera preparando fraudes.
La noche del voto la situación empezó a precipitarse. Mussavi, mientras estaba en curso el escrutinio, declaraba (parece ser después de haber recibido indicaciones no oficiales, en tal sentido, por parte del Ministerio del Interior) de ser el vencedor con más del 60% de los votos. La comisión electoral se vió casi obligada a librar un comunicado, cuando estaban a mitad del escrutinio, en el que resultaba que Ahmadinejad estaba en ventaja con un amplio porcentaje.
Como ha declarado Thierry Meyssan, periodista investigador francés que reside en Beirut y que está en estrecho contacto con el servicio de inteligencia de los Hezbollah, los teléfonos celulares de los sostenedores de Mussavi (sobretodo de los jóvenes de Teherán) estaban acosados de sms que afirmaban que estaban en curso grandes fraudes, estas voces fueron inmediátamente confirmadas por los blog de la oposición y en los network sociales (3).
Grupos de manifestantes turbulentos, a altas horas de la noche, asaltaban las calles de algunos barrios de la capital, incendiando contenedores de basura y rompiendo escaparates de tiendas y bancos; en los días siguientes, después de las primeras manifestaciones populares y de los incidentes (el más grave de ellos ocurrió durante una manifestación, cuando un grupo de manifestantes intentó asaltar un puesto de policía, incendiándolo, provocando la reacción de los agentes que dispararon a la gente), ni Ahmadinejad ni Khamenei han intentado calmar los ánimos y buscar una mediación. Por el contrario el presidente se ha demostrado más despreciativo, encendiendo aún más los ánimos, paragonando las manifestaciones y los enfrentamientos con las peleas que hay después de un partido provocados por los hinchas descontentos del resultado.
Hasta el 2002, en las páginas de Clarissa.it, razonando en términos geopolíticos, se había pronosticado que la estrategia imperial anglosajona habría llevado inevitablemente a un enfrentamiento con Irán. Quedaba por verificar con que modalidades, si diplomáticas u ofensivas y con que intensidad. Los sucesivos eventos, en estos años, parecen confirmar esos análisis y preocupaciones.
Irán es una tierra fundamental para el control del corazón de la tierra y por lo tanto de Eurasia. Además del motivo de las riquezas de ese territorio, queda el nudo crucial de la gestión del Oriente Medio, del Asia Central y de la cuenca del Mar Caspio. Resulta determinante tener bajo tutela a Irán, diréctamente o indiréctamente, o al menos hacer de manera que ninguna otra potencia pueda hacerlo. La antigua Persia es un punto fundamental del planeta y ningún dominio imperial puede prescindir de tener la supremacía. La historia contemporanea de Irán demuestra, en efecto, como, primero el colonialismo británico y después el imperialismo norteamericano, hayan siempre, constántemente, buscado tener este control, chocando repetídamente con la voluntad de autodeterminación de esas poblaciones. El golpe de estado del ’53, con el que se truncó la tentativa nacional-progresiva de Mossadeq, llevó al régimen del Sha Palevi el cual intentó por casi treinta años la modernización, o mejor dicho la occidentalización de Irán, sin lograr, sin embargo, incidir con profundidad en los carácteres más tradicionales, culturales y políticos.
La gran revolución del pueblo que echó a Reza Palevi hubiera podido tener de nuevo características progresistas complétamente originales y peculiares, tanto en sentido político como espiritual, pero, debido también a la presión de fuerzas externas, fue enseguida declinada en un sentido teocrático más bien que regresivo.
La vitalidad de Persia, como si su pueblo tuviese una indomable alma escondida, sigue buscando un camino suyo conpulsivamente, chocando perénnemente con esas fuerzas externas, ambiguas o abiértamente amenazadoras.
El destino de Irán se cruza ahora con el del mundo. Desde el fin de la guerra fría los arquitectos del planeta están poniendo las bases de un nuevo orden mundial. Desde ese momento una nueva estrategia de dominio se ha desarrollado sistemáticamente para confrontarse desde una posición de fuerza con la area geográfica que está naciendo con la que se tendrá que hacer cuentas en este siglo: Asia.
Ya desde la primera guerra del Golfo, las guerras en los Balcanes, la estrategia de las “revoluciones coloradas” (como puede ser considerada también, ante litteram, la toma de poder de Eltsin en Rusia), el post 11 de setiembre que llevó a las invasiones de Afghanistan y de Irak y la desestabilización del Pakistán, toda la zona euroasiática de Europa oriental hasta el Asia central, pasando por el Oriente Medio, ha entrado en fibrilación. El anillo que falta es Irán, ahora el círculo está por cerrarse. En los últimos años han aflorado opciones diferentes en el ámbito de las Administraciones americanas sobre como cerrar el dossier Irán. Una facción nacional-militar, temiendo en perspectiva, sobretodo, al peligro del resurgente nacionalismo ruso, ha empujado, o quizás lo está haciendo todavía, a favor de una transición pacífica de Irán en el campo occidental, o por lo menos, que no esté muy integrada en la oriental. A esto se contrapone la visión neo-con y filo-sionistas, que cuenta con fuerzas preponderantes también dentro del partido democrático, la cual fiel a la estrategia original busca una solución definitiva usando la fuerza, o incluso la aniquilación de Irán como entidad nacional y de pueblo.
Los últimos hechos, lamentáblemente, parecen ir en esta dirección.
Parece probable que en la crisis de Teherán esté la mano larga de potencias extranjeras. No es una casualidad que el gobierno denuncie infiltraciones de agentes provocadores después de haber sido adiestrados en el fronterizo Irak, tanto por los británicos en el sur chiita, como en el Kurdistan iraquí donde desde hace años han llegado los consejeros militares israelitas y en cuyos territorios obra la organización exiliada iraní de los Mujaheddin del Pueblo, considerada por Washington terrorista o guerrera según las necesidades. O que al país persa haya llegado el terrorismo político y étnico a través de las fronteras de Afghanistan y Pakistán. Al Qaeda pone las bombas también en Irán.
Víctima ilustre de las sublevaciones de Teherán ha sido la unidad nacional del país, indispensable cuando se deben afrontar momentos claves en la época, como el actual. Sobretodo entre reformistas y conservadores, pero también en el ámbito del mismo campo conservador. Es improbable que las manifestaciones fueran con la intención de actuar enseguida un cambio de régimen, más bien crear las condiciones fértiles para el futuro: se ha obtenido por un lado la ruptura de la paz social interna del país, por el otro un amplio resultado mediático/psicológico sobretodo a nivel internacional. No es una casualidad que las manifestaciones y el uso de internet se dirigieran más que nada a la opinión pública occidental (europea y americana), como testimonian los slogan en inglés (“Where is my vote? ¿Donde está mi voto?) y por el macizo tam tam de la comunicación que, casi sin filtro (o quizás con un filtro cuidado aténtamente), afluía de la red diréctamente a los noticieros occidentales contra un impacto poco manifiesto en el pueblo iraní.
Otra víctima ilustre la posibilidad de diálogo entre occidente y la leadership iraní sobre el tema nuclear. Aunque ambigua, la abertura de Obama se traducía en instancias concretas dentro de su administración. Es de preocupar que la actual leadership iraní no parece rendirse ante la gravedad del peligro. Hubiera sido necesario despuntar las armas del enemigo y sus maniobras, mejor que optar por una radicalización del choque. Por el contrario Ahmadinejad y su bloque de poder militarista parecen intencionados a cortar todos los puentes con occidente, también con esos elementos con los que se pudiera instaurar un diálogo.
Los acontecimientos que se subsiguen miran a romper el hilo de la diplomacia, continuar prestándose a instrumentalizaciones sobre antisemitismo y negación de la Shoah, el presidente Ahmadinejad parece ser de verdad el hombre justo en el justo lugar para los radicalismos de ambas partes que hacen de todo para llegar al enfrentamiento.
¿Pueden existir otras motivaciones además de las políticas y sociales internas o para una visión nacionalística y del papel a nivel regional del país? Cuando hace cuatro años llegó a la presidencia, Ahmadinejad fue indicado como el representante político de una antigua sociedad secreta esotérica que había hegemonizado las fuerzas armadas y los Pasdarán, la Hojjattieh. Esta organización tiene como último objetivo preparar el evento del Mahdi (El Esperado), que tendrá que restablecer el orden y la justicia a través del Juicio divino. Una visión escatológica que halla homólogos en la tradición hebrea y cristiana con Armaghedon y el Juicio Universal.
En la tradición de todas estas religiones, se llegará a la Revelación final a través de pruebas apocalípticas, de fin del mundo. Si Ahmadinejad ha hecho referencia a menudo, incluso en sus discursos públicos, a estas pruebas finales, es también posible encontrar estos impulsos en ambientes de poder en Israel que desearían la creación de una Gran Israel que sea el espejo de la Jerusalén Celeste, pero también en las Iglesias Evangélicas americanas que han contribuído no poco a la ideología de la neo conservación en las administraciones de George W. Bush.
Si estas fuerzas están, como parece ser, actívamente en juego, entonces el tren en carrera hacia el choque final parece difícil de detener. El síndrome persa que quiere impedir a este pueblo una voluntad auténtica de autodeterminación golpeará otra ve. Quizás de una forma decisiva.

7 de julio 2009