Adueñarse del fruto de su sacrificio logrado con falta de hombres, de medios, su justa compensación, es de cobardes, hipócritas y estúpidos, querido señor nuestro Berlusconi. A lo sumo podríamos felicitar al ministro Maroni que, bien o mal, representa las fuerzas del orden.
Después de constatar esta premisa, sin embargo, nos encontramos delante de un gigantesco “pero”.
La historia nos enseña que Cosa Nostra, así como la cizaña, ha estado siempre en condiciones de reproducirse y de reencarnarse.
Matteo Messina Denaro representa la continuidad con el pasado y podría ser el elemento de reorganización, pero si no lo es él, de seguro lo será otro listo para ocupar su lugar en la buena probabilidad de que sea tomado de un momento a otro.
No se trata de pesimismo, ni tampoco de querer minimizar los éxitos indudables de estos extraordinarios chicos a los que hacemos llegar toda nuestra gratitud, pero el arresto de estos prófugos significa agredir el problema a partir del efecto y no de la causa.
El Poder que ha dado poder a Cosa Nostra se ha quedado más bien intacto, los vínculos y los pactos no han sido mellados en lo más mínimo. Los pocos potentes rozados por la acción represiva de los varios Andreotti (aún habiendo sido considerado culpable de relaciones duraderas en el tiempo con Cosa Nostra hasta 1980, delito prescripto), Dell’Utri y Berlusconi (el primero condenado en primer grado y el otro por ahora aún archivado) se han quedado donde estaban, así como muchos otros; la agenda roja de Paolo Borsellino es aún un misterio y no hay ningún proceso en preparación para verificar ni siquiera las pruebas que han salido a la luz; el ámbito de la masonería desviada implicada más de una vez en las operaciones de terrorismo político y mafioso, a parte del paréntesis de Gelli, está todavía hoy inexplorado, por no hablar de la impotencia del Estado de frente al fenómeno del lavado de dinero, el invencible caballo de Troya con el que la economía mafiosa invade la legal. No solo no se ha obtenido casi ningún resultado sobre este punto, sino que además se le ha dado fuerza con el “escudo fiscal”, el más vergonzoso de los regalos de Navidad a la esencia de las criminalidades: el poder de comprar y corromper a cualquiera y a cualquier cosa.
Los mafiosos, por lo tanto, distinguiéndoles de los hombres de honor de Cosa Nostra, como me dijo en su momento el arrepentido de mafia Salvatore Cancemi, ya pueden, en cualquier momento, y esta es una opinión personal mía, volver a planificar la nueva base militar de la organización.
Nuestras fuentes nos dicen que ya están listos nuevos potenciales jefes ansiosos de demostrar que están en condiciones de sustituir a los Lo Piccolo, los Fidanzati, los Nicchi. ¿Donde está lo difícil?
El verdadero nudo es siempre el mismo. Si se quiere destruir de verdad a Cosa Nostra, a las mafias, hay que desmantelar los centros de poder, las híbridas alianzas entre política, servicios y masonería desviada, bancos complacientes (ver la voz Ior), grandes grupos económicos y financieros.
Es aquí dentro donde hay que buscar a los ideólogos externos de los estragos.
Por eso hay tanta preocupación por las declaraciones de Gaspare Spatuzza y de Massimo Ciancimino. El primero ha sido quizás más fácil de atacar y destruir, con el segundo en cambio, que ha entregado papeles que parecen ser muy comprometedores y que no tiene las manos sucias de sangre, habrá que moverse quizás con más cautela.
Quizás ellos podrán obstaculizar la reencarnación de Cosa Nostra, pero están también quienes pueden detenerla completamente. Son Riina, Provenzano o los hermanos Graviano.
Señores, vosotros que estais pagando la cuenta por todos, teneis una gran oportunidad: podéis impedir el hacer renacer sobre vuestra cruz a una nueva Cosa Nostra al servicio del poder que os ha traicionado.

7 de diciembre 2009