Han pasado solo diez años y el panorama ha mutado completamente. Todo el mundo industrializado, desde los Estados Unidos hasta Europa, está atravesando una muy profunda crisis económica que, a despecho de los optimismos de fachada y de conveniencia de los jefes de estado y demás, no tiene salida. Este hecho es particularmente inquietante y grave para un sistema como el nuestro que ha apuntado todo en la economía y ha hecho del dinero el único valor realmente compartido: el “Dios Dinero”. Si efectivamente este Dios fracasa no queda más que el desierto (otros mundos, los pocos que no hemos conseguido homologar completamente, como el Islam, pueden por lo menos defenderse aferrándose al fanatismo religioso).
La globalización, que empezó en silencio al amanecer de la Revolución industrial, que se ha acelerado vertiginosamente en los dos siglos sucesivos ha alcanzado su completa madurez con la adhesión a nuestro modelo económico de países como Rusia, India y China, enfatiza y dilata de hecho enormemente las devastadoras potencialidades del dinero que, siendo inmaterial, abstracto, conceptual, no conoce fronteras, barreras, obstáculos y allí donde logra imperar sin molestias devora al hombre así como sucedía en los circos de un tiempo donde la boa devoraba al conejo tembloroso y acorralado en el rincón y del cual, por un poco de tiempo y por detrás del cristal, se entreveía la silueta completa en la garganta monstruosamente dilatada del reptil. Nosotros ya estamos en las mismas condiciones que el conejo, ya no somos hombres, sino siluetas de hombres, estilizaciones, trágicas parodias, degradados a consumidores, a tubos de digerir, a lavabos, a inodoros por donde tiene que pasar en el tiempo más breve posible todo lo que con la misma rapidez producimos para complacer al omnipotente Moloch que domina sobre nosotros. Ya no somos patrones del mecanismo, que sin embargo hemos creado nosotros mismos, sino sus servidores cada vez más dóciles. Porque el dinero no destruye solo nuestras economías además de las del así llamado Tercer Mundo, lo que es solo una paradoja en apariencia, sino que disgrega al hombre desde su interior, en sus núcleos constitutivos, antropológicamente existenciales, éticos, volviéndole cada vez más débil.
El hecho es que el dinero, en su esencia extrema, es futuro, proyección del futuro, representación del futuro, imaginación del futuro, expectativa en el futuro. Y nosotros hemos introducido en el sistema una cantidad tan colosal, imaginaria (la moneda, que a su vez es también una abstracción pero que tiene por lo menos una consistencia física, ya casi no existe), como para hipotecar este futuro hasta épocas tan lejanas sideralmente que hacen que en realidad sea casi inexistente. Este futuro orgiástico que nos hace destellar como la Tierra Prometida, retrocede constantemente ante nuestros ojos con la misma inexorabilidad que el horizonte cuando alguien corre como loco intentando llegar hasta él.
Esta broma atroz dura desde hace demasiado tiempo como para que pueda durar mucho más. Hace diez años yo concluía así mi libro: en cualquier caso, este futuro inexistente “que nuestra fantasía y nuestra locura ha dilatado a dimensiones monstruosas, un día se nos caerá encima como un presente dramático. Ese día ya no habrá dinero. Porque ya no tendremos futuro, ni siquiera para poderlo imaginar. Nos lo habremos devorado”.
Ese día ya está aquí.
Massimo Fini
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