La hoja que Riina, o quien por él, habría escrito con sus peticiones al Estado a cambio de poner fin a las bombas del ’92. Un continuar de noticias, declaraciones, golpes de efecto que están creando fermento alrededor de la involucración de aparatos institucionales en la tratativa puesta en marcha en 1992 entre el Estado y Cosa Nostra y el rol que tuvieron estos en el crimen de la calle Mariano D’Amelio. Un capítulo que tiene en el eje central a Massimo Ciancimino el cual continúa siendo fiel a su promesa de decir la verdad.
Una verdad que –nos ha confesado Massimo Ciancimino durante nuestro reciente encuentro- le está exponiendo a presiones de todo tipo y género.Hasta el punto que se ha visto obligado a trasladarse a un hotel donde vive atrincherado en una habitación. No hace mucho tiempo el comité para el orden y la seguridad le había asignado una tutela bajo petición del Tribunal de la República de Boloña, formada por dos hombres vestidos de civil que lo acompañan durante sus desplazamientos. Una protección superficial de todas formas, seguramente no a la altura del alcance de las declaraciones del hijo del ex alcalde de Palermo el cual, “reconociendo el esfuerzo” de sus “protectores”, alquilará un coche blindado: “Tengo que proteger a mi mujer y a mi hijo cuando viajo con ellos”.
Muy preocupado nos dice: “Temo que no llego al proceso de Dell’Utri”. Un proceso en el que con toda probabilidad (los jueces se han reservado de decidir) será llamado a comparecer el próximo 17 de septiembre.

ciancimino1El temor de Massimo Ciancimino no es debido a su ansia, ni a su protagonismo, nace en cambio de otras formas de amenazas recibidas por parte de individuos que no son ni siquiera demasiado anónimos. Pero él no quiere hablar de esto. Hay en juego intereses demasiado altos que no se deben tocar. Recientemente contestando a las preguntas de los magistrados había dicho “es un juego más grande que yo”. Hay equilibrios que desestabilizarían el actual poder político, nacido precísamente en esos años de crímenes y de contrataciones, cuando la era de “Tangentopoli” (sistema de corrupción en el mundo político y financiero italiano en los años ‘90) había rastrillado los viejos partidos históricos colusos y corruptos.

Fue en ese momento que Cosa Nostra lanzó su ataque al Estado para dar una señal a esa clase política que no había logrado garantizar el cumplir algunas promesas. Por esta razón fue asesinado Lima y después Falcone. Pero el Estado en vez de demostrar su puño de hierro entabló lo que para todos ya es la “Tratativa”. Ese diálogo entre mafia e instituciones que en realidad, según el testimonio de Ciancimino junior, tuvo tres fases. La primera. La que -a diferencia de lo que sostiene hoy el diputado Mancino- fue puesta en marcha por el ROS (Grupo operativo especial de los Carabinieros), cuando a finales de junio del ’92 el capitán De Donno se puso en contacto, durante un viaje en avión Palermo – Roma, con Massimo Ciancimino para pedirle que convenciese a su padre para verse con el general Mario Mori y poder efectuar un intercambio con Riina. El desarrollo de esta primera fase se conoce gracias a las varias reconstrucciones procesales. Vito Ciancimino dió su disponibilidad esperando poder obtener algún beneficio para su detención y el mismo Riina aceptó con agrado ese primer paso. De ahí surgió su frase “se han atemorizado” y la realización de un “papello” lleno de peticiones que el mismo Alcalde de Palermo consideraría inaceptables.
Y es precísamente en este momento que alguien, en alto, muy probablemente dentro de los servicios o por orden de los llamados poderes fuertes, convenció a Riina de que acelerara los tiempos y pusiera a punto el atentado de la calle D’Amelio. Para desbloquear el diálogo y para eliminar un obstáculo incómodo y peligroso: Paolo Borsellino.
La segunda fase de la tratativa es la de otoño ’92 en la que entra en juego Provenzano, que hasta ese momento había sido solo espectador. Binnu (Provenzano), retomando en secreto el diálogo con los carabinieros a través de Vito Ciancimino condujo esta parte de la tratativa sirviéndose de Riina como objeto de intercambio.
¿Quién efectivamente hubiera podido revelar a Vito Ciancimino el escondite del padrino que él mismo indica en los mapas de Palermo hallados por los Carabinieros?
Así fue que el jefe de los corleoneses fue capturado, a cambio de nuevos acuerdos, pero en enero del ’93, a pesar de que el ROS hubiese localizado el escondite (en el que habría podido hallar documentación importantísima) los carabinieros al mando de Mori descuidaron la casa de la calle Bernini, que se quedó sin vigilar por 18 días. El tiempo suficiente para que los hombres de Cosa Nostra hicieran limpieza del chalet de todos los papeles comprometedores y para trasladar a la familia del jefe de mafia a Corleone.
De ahí nacería una tercera tratativa: en la que Provenzano pasa por encima incluso de Vito Ciancimino en las relaciones con las instituciones.
El comerciante de Cosa Nostra efectivamente estaba buscando referentes políticos en condiciones de garantizarle impunidad y facilidades legislativas para aquella que será la nueva mafia del después de los atentados. Interlocutores creíbles que, según los colaboradores de justicia más acreditados, como Nino Giuffrè, Provenzano encuentra en el partido político de Fuerza Italia que está naciendo y al que habría llegado a través de Marcello Dell’Utri, un viejo amigo de Cosa Nostra desde los años setenta. (Efectivamente muchos colaboradores de justicia han declarado que Dell’Utri es amigo de Cosa Nostra desde los tiempo de Stefano Bontade y de Vittorio Mangano, el famoso cuidador de caballos de Berlusconi. Pero es sobretodo Salvatore Cancemi, ex miembro de la “Cúpula” y actualmente colaborador de justicia, el que escucha en 1991 por boca de Riina en persona, las siguientes palabras: “Berlusconi y Dell’Utri están en mis manos y esto es un bien para toda Cosa Nostra).
Para la Cosa Nueva el viejo alcalde resultaba efectívamente ya demasiado comprometido.
Don Vito fue arrestado en diciembre del ’92 pero no dejará de todas formas de ser el consejero de Provenzano con el que se encontrará en su casa de Roma hasta el 2002, durante la prisión domiciliaria. En efecto el nuevo jefe de Cosa Nostra se dirigirá a él para una sugerencia cuando en 1994 tendrá que hacer llegar la carta con las amenazas al recién elegido Silvio Berlusconi a través de Dell’Utri. Intimidaciones preventivas que Cosa Nostra envía al Presidente del Consejo para recordarle “quien manda” y que “hay deberes que respetar”. La carta –así como ha contado Massimo Ciancimino a los jueces- había sido entregada en sus manos en casa de Pino Lipari, en San Vito Lo Capo, en presencia del mismo Lipari y Provenzano. El cometido de Ciancimino jr. era por lo tanto el de hacerla llegar a su padre, en esa época detenido en la cárcel de Rebibbia para que diese su parecer. Una misiva que quedó en manos de los Ciancimino, mientras una igual seguía su curso hasta llegar al destinatario final.
Esta reconstrucción completa las tesis expresadas por los distintos colaboradores de justicia que han sido escuchados durante todos estos años por las distintas Fiscalías y las hipótesis investigativas sobre los estragos del ’92-’93, que más de una vez se han estancado por falta de pruebas o por caducidad del tiempo útil de investigación, en el filón de las responsabilidades políticas e institucionales sobre los atentados en un período que ha marcado el paso de la primera a la segunda república italiana.
Quedan por entender algunos puntos que el hijo más pequeño de don Vito nos auguramos que pueda aclarar en debate, con una confrontación abierta, si los jueces lo consideraran oportuno, con los señores Riina, Ciná o Provenzano. El jefe de los jefes, mientras tanto, a sorpresa, ha expresado su opinión, a su manera, negando la primera tratativa, la que habría llevado adelante él mismo y aclarando que ha sido vendido por un acuerdo secreto entre el Estado y Vito Ciancimino. “Riina disculpándose por el atentado de calle D’Amelio –ha afirmado Ciancimino- sostiene implícitamente su rol en Cosa Nostra y no citando el atentado de Capaci no niega de haber participado”. O sea que Riina no habla así como así, sus acusaciones suenan como mensajes: “yo no tengo que ver con la muerte de Borsellino” ha dicho “le han matado ellos”. La pregunta es: ¿quiénes ellos? ¿A quién está mandando Riina sus advertencias? ¿Y por qué algunos personajes protagonistas de la política responden solo hoy y, muy parcialmente, a preguntas que habrían tenido que recibir respuestas exhaustivas inmediátamente después de los atentados?

27 de julio 2009