Sábado 5 Octubre 2024
Pido perdón de antemano: no soy un economista. Ya me ha sucedido en el pasado de tener que afrontar temas económicos a pesar de no ser un especialista. Lo hice porque algunas cosas se ven, incluso sin ser un especialista y alguien como yo se pregunta cómo es posible que la colectividad no lo vea, o aún viéndolo no se pregunte qué está sucediendo y qué podrá suceder si no se busca una solución. Yo creo que no se ven porque la sociedad del espectáculo en el cual estamos a baño maría, desde nuestro nacimiento a este punto nos impide comprender. Final del paréntesis.
Y vamos al grano. Al inicio de enero del 2010, ya a dos años de la explosión de la más grande crisis financiera de los últimos 80 años, la “Comisión de investigación sobre la crisis financiera” (Financial Crisis Inquiry Commission), comenzó su labor desde el área de Wall Street.
El objetivo de la iniciativa debería ser el de comprender por qué ha sucedido el desastre. Algo similar a la Comisión de investigación que los historiadores recuerdan con el nombre de su presidente, Pecora y que trabajó en los años ’30, para llegar a la raíz del desastre de entonces.
Recordarlo no es algo inútil, porque a menos de 10 años después estalló la guerra mundial. ¿Cómo la llamarán los historiadores a ésta Comisión? no se sabe. Bauticémosla Comisión Obama, por comodidad.
¿Qué se está sabiendo? Nada. Para explicarlo mejor: los banqueros que han sido llamados a dar su parecer no han visto ni sentido nada.
Paul Krugman, indignado igual que yo, que no soy economista, cita en un artículo del "The New York Times" (14/01/2010), la declaración de Jamie Dimon, de la JP Morgan Chase: “No hay de qué sorprendernos, sucede cada 5 o 6 años”.
Se ha olvidado que el gobierno americano, es decir los ciudadanos (incluso nosotros los europeos) han tenido que desembolsar varios trillones de dólares y euros para recompensar los desastres efectuados por aquellos como él, y por los gobernantes que, pagados por aquellos como él, han renunciado a todo tipo de controles sobre al accionar de gente como él. Que este año seguramente no habrá ganado menos de 10 millones de dólares.
Otro convocado para expresar su opinión, Lloyd Blankfein del Goldman Sachs, ha hablado de la crisis como de un huracán que te pasa por encima. ¿Cómo hacer? No queda más que rogar a Dios.
Si se refiere a nosotros tiene razón. Pero ellos han creado la crisis con sus propias manos. Y han obligado al mundo a pagarla, con la ayuda de Obama. Quien hasta ahora no ha cambiando ni una coma de las normas que esta nueva clase ha escrito, mejor dicho, ha borrado.
Ladrones astutos que pueden hacer derrumbar el templo si se les llama a rendir cuentas.
¿Y entonces pobres nosotros? Ahora es peor. Alrededor de 60 mil millones de dólares serán pagados a los alrededor de 100 mil banqueros americanos en premios y prebendas por éste apenas difunto 2009 que ha sido el colapso para las rentas de decenas de millones de personas en América y para centenares de millones en todo el mundo.
La apenas citada Golden Sachs ha pagado a sus 28 mil empleados que han quedado, luego de haber despedido otros tantos, la cifra de 16.700 millones de dólares, alrededor de 595 mil dólares por cabeza. JP Morgan ha hecho más o menos lo mismo con sus 25 mil empleados restantes, con 11.600 millones de dólares en total.
Ellos no han visto la crisis, ni siquiera la han sentido.
Pero todavía falta lo mejor. Barack Obama, el reformador, que ha destinado dinero público para salvar a los ladrones privados, ha creado una comisión para verificar cuanto siguen robando. Una comisión que negocia con ellos la medida de los próximos robos. En éste caso se trata específicamente de las siete corporaciones que fueron mantenidas en pie directamente con fondos públicos, es decir emitiendo moneda para nivelar sus locuras.
La comisión se llama TARP (Troubled Asset Relief Program, es decir Programa para el Rescate de los Activos en Dificultad). Los activos eran en realidad muy pasivos, pero dejémoslo así.
El salvataje es para los banqueros de siete sociedades que han tomado los fondos públicos. Y son, para curiosidad de muchos, Chrysler Financial, General Motors, American International Group (AIG), Bank of America, Chrysler, Citigroup, GMAC. Para no perdernos en los detalles tomemos como ejemplo sólo a la cúpula AIG, que acaban de pagar 168 millones de dólares, incluidos los premios por producción a un puñado de empleados del sector de la corporation que se ocupaba de los Derivados Financieros, es decir precisamente esa que si el banco no hubiese recibido un préstamo de 180 mil millones de dólares de la Federal Reserve, “habría arrastrado al fondo a toda la economía mundial”. ("International Herald Tribune", 2-3/01/2010).
Aquí están en discusión, por decir algo, las rentas individuales de las 25 personas que están en la cúpula de esas instituciones privadas. En total se trata de un puñado de rufianes que comprenden 136 nombres. Los cuales, despreocupados por todo, resisten aferrados a sus montañas de dinero. Y en caso de que alguno quisiese hacerles bajar, aunque sean de algunos peldaños, amenazan con represalias, gritan que se irán a otro lugar, rechazando todo compromiso.
Pocos pero muy potentes. Ellos son los verdaderos dueños del mundo. Y lo prueba el hecho de que ninguno ha tenido el coraje, hasta ahora, de publicar la lista de sus nombres en las primeras páginas de los periódicos americanos. Y pienso que estas listas tendrían que ser publicadas en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo, porque – aunque si no todos han sido salvados con inyecciones regeneradoras de las dimensiones estratosféricas de estos ladrones americanos – todos se han salvado con los mismos mecanismos. Cada uno de ellos a expensas de los ciudadanos de referencia. Otra que Madoff, el banquero chivo expiatorio que fue dado como alimento para la curiosidad mundial. Víctima sacrificable, no diré pobrecito porque de todas formas este término no le corresponde, al fin de que todos estos 163, junto a los demás 99 mil, pudiesen permanecer tranquilos en la cumbre del mundo.
Un funcionario de entre los que estaban encargados de negociar con ellos algún porcentaje menor al de sus prebendas, se ha dejado escapar – habiendo estado en contacto con ellos “es gente que cree vivir en otro planeta”.
Pero en realidad es al contrario: somos nosotros los que vivimos sobre su planeta. Huéspedes indeseados. Para nosotros hay lugar solo como consumidores temporáneos del espectáculo que nos ofrecen y por el cual tenemos que pagar el ticket de ingreso.