La imagen de un Cristo en la cruz. Un niño desnudo. Un cura que lo acaricia: “No tengas miedo, son las manos de Dios”. Es uno de los muchos casos de curas pedófilos que jamás han salido a la luz. Ahogado en el llanto de un niño de once años, que se ha hecho adulto incubando un secreto terrible. No estamos en Irlanda, afectada por el más grande escándalo que la Iglesia recuerde, después de los Estados Unidos y ni siquiera en Alemania, donde los abusos han sobrepasado las fronteras de las arquidiócesis de Munich y Frisinga, donde el cardenal Joseph Ratzinger fue obispo. Estamos en la Italia de cada día, en el catequismo en un famoso monasterio de la Toscana. Un lugar seguro para Mario, pero que de improviso se convirtió en la peor de las trampas: “Cuando se estaba desvistiendo hubo un rumor, entraron algunas personas y solo así evité lo peor”. De esta tragedia olvidada nadie volvió a hablar. Y sin embargo quien tenía que saber, sabía: obispo, superior y familia. “Ha sido la Iglesia la que aconsejó a mis padres que no denunciáramos la violencia y al final incluso me convencieron a mi de que no me dirigiese a los tribunales”. No se trata de un episodio aislado.
En Lombardía el mismo drama afectó a una niña en un convento de monjas, también esta vez en la ley del silencio. “Recibí insinuaciones explícitas de una monja y cuando lo dije mi familia se enfureció. Queríamos ir a la policía, luego intervino el obispo: dijo que sería mejor resolver el problema internamente y que sería Dios el que castigaría a los culpables”, cuenta Simona.
Es la otra cara de la pedofilia que acecha en la oscuridad de las iglesias y las sacristías. La más solapada, la más peligrosa, un crimen disminuido a un simple pecado que se puede absolver y olvidar. Tapado por los himnos y las penitencias, protegido por el secreto de la confesión, impuesto después de la misa como un ritual al cual los niños no saben oponerse. La carta de Benedicto XVI a los católicos irlandeses parece romper este silencio culpable que ha durado por décadas. El papa se arroja en contra de los sacerdotes manchados de violencias y contra los obispos que lo han ocultado, invitando por primera vez a denunciar los casos en los tribunales. Una ola que se extiende e impacta también a Italia, donde ya hay decenas de condenas en Bolzano y Palermo.
Más de 40 historias, a las cuales se le suman los avisos sin respuesta. Los casos archivados, las víctimas que señalan con el dedo a religiosos que ya están en prisión, trasladados a otras parroquias, enviados al extranjero o encerrados en los institutos para ser asistidos espiritualmente. Y sin embargo los casos del Trentino-Alto Adige, Piemonte, Lombardia, Veneto, Campania, Apulia, Molise, Lacio, Cerdeña, Sicilia, Umbria y Liguria son sólo la punta del iceberg. Porque apenas afuera del Santo Oficio, el anatema del pontífice se choca con una realidad muy diferente: las presiones de las curias sobre las familias, para que callen los escándalos, están probadas, así como la movilización de los fieles. Homilías y rosarios hacen de marco a muchos procesos. Que a menudo terminan en prescripción.
El frente se extiende. La confirmación se encuentra en un solo dato: en Italia no existe un estudio oficial sobre los abusos en los ambientes religiosos. No sólo en las sacristías, sino también en los oratorios, en los círculos deportivos y en los campamentos scout. Ninguna institución se ocupa y ningún partido lo pide. Sin verificar qué sucede detrás del altar. Bastaba con llamar al Teléfono Azul, que el año pasado recibió 105 denuncias de abusos sexuales a menores, de los cuales 59 eran a menores de 11 años. En las categorías oficiales no están los curas. Pero revisando entre los informes ahí si aparecen: casi el 3-4 por ciento de las violencias tienen como autor a un religioso, un porcentaje similar aparece en las escuelas (3,9 por ciento) y es mucho más alto que el del deporte (0,8 por ciento).
Un dato destinado a crecer, según los expertos, porque la víctima todavía es reacia a revelar que el violador es un religioso. Se trata de casos similares entre sí y jamás divulgados. Un chico de 16 años denuncia a un cura: lo llevó a una fiesta, lo emborrachó e intentó besarlo. Fue el primero de una serie de encuentros, entre sms y llamadas telefónicas obscenas. En mayo llega la llamada de una niña, que había sido tocada en sus partes íntimas durante el catecismo.
Por otro lado un testigo habla desde el Veneto: siete chicos sometidos a abusos sexuales por dos sacerdotes, uno de los cuales tiene 72 años. El señor X dice que el párroco palpó a su hijo de diez años durante la bendición de la casa. El tío de Y cuenta que el sobrino llora en la colonia, porque el sacerdote entra de noche en la habitación y lo molesta. Un cura es acusado de hacerles ver a dos chicos de seis años una película pornográfica en el oratorio, otro cura de haber dormido con un niño de once años que se habría despertado “mojado de algo”. Están incluso quienes se autodenuncian y piden ser ayudados. “Hace diez años que advertimos de todo esto a las autoridades, pero por mucho tiempo en Italia la Iglesia eligió tratar las cuestiones en su interior, escapando de las vías judiciales para no poner en tela de juicio a todo el sistema”, explica el presidente del Teléfono Azul, Ernesto Caffo: “El número de llamadas demuestra cómo el fenómeno está presente y que todavía se denuncia poco, a menudo precisamente por las presiones que recibe la víctima”.
Santa ley de silencio.
Quien sabe calla por décadas. Ocurrió luego de los abusos en el instituto para sordomudos Provolo de Verona, revelados por el periódico 'L'Expresso', cuando los ex alumnos arrancaron el velo de silencio que había durado treinta años. Pero el desvío de las pistas, las presiones y las mentiras de la Iglesia se confirman incluso en las sentencias de muchos procesos. En Cento, en la diócesis de Ferrara, Don Andrea Agostini fue condenado a seis años y diez meses por violencias sexuales a una decena de niñas y los jueces no tienen dudas sobre la 'protección' recibida. Hablan de “silencio de la cúpula eclesiástica” y de “reticencia a poner en evidencia las noticias sobre las acusaciones que ya circulaban desde hace tiempo”. El mecanismo ha sido probado y casi siempre obtiene el apoyo de la comunidad. Inclusive en Campobasso donde Don Felix Cini pactó dos años y medio en Toscana, a pesar de las admisiones encontró a los fieles de Cercemaggiore divididos entre quienes lo creían inocente y quienes no. Hasta que prevalecieron las protestas y en febrero lo enviaron a un convento.
Historias idénticas a la de Alassio, cerca de Savona, donde alrededor de Don Luciano Massaferri, arrestado después de la declaración de una niña de 11 años, se alineó la parroquia con una demostracción de solidaridad a base de velas y plegarias. Un esquema que los expertos conocen bien: “Con respecto a los casos de pedofilia en ambientes familiares, deportivos o escolares, en el caso de los sacerdotes la fe desempeña un rol fundamental, ya sea en la seducción del menor, como en la conquista del silencio y si el caso sale a la luz, cuenta a menudo con una injustificada solidaridad externa”, le explican al Ecpat, la red internacional comprometida en la lucha contra la explotación de menores. Es así que por cada víctima que habla otras callan. Basta pensar que en la diócesis de Bolzano, luego de que un cura denunció los abusos ocurridos en los años Sesenta, hace algunos días el obispo Karl Golser les pidió a los fieles que se confíen en la página de Internet de la Curia. El efecto fue impresionante: ya han llegado decenas de casos de ex seminaristas, alumnos de escuelas católicas, scouts, monaguillos. Tal vez sean los procesos del mañana.
Misión niños.
Es por esto que la apertura de Benedicto XVI podría tener un efecto directo sobre esas sentencias. De hecho, por años las directivas internas firmadas por el mismo Ratzinger en el 2001 y las prácticas, impulsaban a los obispos a transmitir al Vaticano los dossiers, haciendo indispensable una exhortación internacional para discutirlos en los tribunales. Los pedófilos y los violadores fueron protegidos por el secreto de confesión: “Hace cinco años, un sacerdote me confesó que había abusado de un niño y estaba arrepentido. Para mí fue un shock y sin embargo me limité a sugerirle que se dirija al obispo. No podía hacer otra cosa, pero pensé que si un cura quería eliminar a un testigo incómodo bastaba con decirle todo”, revela un capellán lombardo. Tiene miedo de hablar. Porque, repite, una cosa son los dictados de San Pedro, otra es la realidad cotidiana de parroquias y seminarios. Si la Santa Sede cambia de ruta y les asegura apoyo a los magistrados, de hecho, institutos religiosos y órdenes monásticas no siempre ponen en práctica los preceptos pontificios. El caso de Marco Dessi lo demuestra. El misionero italiano de la diócesis de 'Iglesias', que actúa en Nicaragua, ya en 1990 fue señalado por algunas asociaciones católicas. Abusos sobre un grupo de niños, todos varones de edades que van desde los 11 a los 14 años y obligados a todo tipo de prestación sexual. “Después de relaciones completas les decía que se habían convertido en preelegidos”, cuenta el abogado Marco Scarpati, que se ha ocupado de más de cien casos de pedofilia en Italia. Fue él quien se dirigió al Vaticano: “La iglesia oficial nos ayudó, pero por el otro lado la congregación de la cual el misionero formaba parte lo protegía y lo defendía. Por más de una década actuó tranquilo, mientras muchos de esos niños podrían haber sido salvados a tiempo”. Eso lo saben bien Alberto, David, Marlon, Ignacio y Juan Carlos, todos huérfanos del Hogar del Niño. Tuvieron que viajar a Italia, a Emilia Romagna por motivos de protección. A una localidad secreta y con una vida blindada. Mientras Roma investigaba, Marlon y otros testigos fueron amenazados de muerte, su mujer ha recibido visitas en su casa. Pero no es todo: por esos silencios y esa complicidad, la condena de 12 años en primer grado, que fue reducida a ocho por la Corte de Apelación y después anulada por la Casación, debido a formalidades, corre el riesgo de caer en el vacío. El proceso recomenzará en octubre, pero a este punto la prescripción está cercana.
Víctimas dos veces.
Este es el drama dentro del drama para muchas víctimas. Porque levantar la cabeza no sólo es difícil, sino a menudo inútil. Ya. En el país de las sutilezas legales, donde un sello puede liberar a un cura pedófilo y hacerlo regresar al altar, el daño material para un niño violado es difícil de cuantificar. Y es casi imposible de cobrar, entre sacerdotes indigentes y curias que a menudo son indiferentes.
En Bologna Don Andrea Agostini, ha sido defendido por la diócesis, la cual no ha indemnizado con los míseros 28 mil euros exigidos. En Bolzano, Alice fue violada y filmada a la edad de ocho años, por el educador que tenía que impartirle la catequesis. El acusado, Don Giorgio Carli, fue condenado en primero y segundo grado, pero la Casación declaró que los delitos habían prescripto a causa de la ex Cirielli (la ley n. 251 del 5 diciembre de 2005). El único consuelo, si se le puede llamar así, era la condena civil: indemnización que nunca llegó. Es así por todas partes. En Florencia las víctimas de Don Lelio Cantini, culpable de abusos cuando era párroco en 'Reina de la Paz', querrían reabrir el caso: “Pero no es una elección fácil. Se trata de hechos terribles y cada proceso implica un peso enorme para nosotros”, explica Francesco Aspettati. Acusan a la curia de haber encubierto al cura y de no haber dado crédito a sus denuncias. Los compañeros que han tomado los votos en lugar de defenderlos, les atacan... “Y si incluso el papa la ha reducido al estado laico, la indemnización corre el riesgo de ser irrisoria, incluso humillante”. Su esperanza es que se abra el frente italiano. Muchas denuncias juntas serían el caballo de Troya para derrumbar el muro de la pedofilia en la Iglesia. Y obligar a las curias a pagar por décadas de abusos.
25 de marzo 2010
http://espresso.repubblica.it/dettaglio/pedofilia-linferno-italiano/2123759//2