Es menos auténtico el momento en el que se dispara la alarma. Han sido los especuladores los que han elegido el momento y el modo: las hienas asaltaban a los ñúes más aislados y más pequeños, haciendo un favor a las bestias más grandes y enfermas, pero que todavía son capaces de esconder el estado en que se encuentran. Dosificando las alarmas donde querían los depredadores, los tipos de interés por los títulos de estado griegos debían de subir vertiginosamente y su rating precipitarse hasta que queda apenas por encima del valor de papel usado: de esta manera resultaba fácil comprarlos a precios bajos, con la conveniencia a medio plazo de lucrar intereses dobles o triples respecto a hace pocos meses. El mismo mecanismo contra Portugal y España: profecías que amenazaban con auto cumplirse, en el frágil juego de la finanza siempre basada sobre las expectativas.
Ahora, para tapar las aventuras riesgosas de los corsarios globales, ha sido definitivamente arrastrada la construcción europea en su conjunto.
En teoría la finanza debería lubricar la economía subyacente, ahí tendría su justificación de más. Sin embargo la “economía de la estafa” en la que estamos cada vez más atornillados ha cambiado desde hace mucho tiempo y razón social. La finanza es completamente “antieconómica”, chupa recursos de la economía real, esquila más allá de lo intolerable a los contribuyentes, es una bomba de tiempo contra cualquier infraestructura de la vida civil de pueblos enteros. El círculo de amigos de siempre que comprende Goldman Sachs y otros lobos que están de guardia en el corral se beneficia de este ulterior salto de la deuda y consolida su dictadura sobre las linfas financieras del mundo.
Los Estados han sido empujados en los últimos dos años hacia los límites extremos de su capacidad de endeudarse y de derrochar los balances. En los ejemplos más vistosos, como la deuda norteamericana o la británica (precisamente en casa de quien nos insulta como PIGS) es evidente que las deudas están por encima del umbral de la posibilidad de pagarlas. Se pueden inventar enroscamientos de la espiral cada vez más sofisticados, se puede hacer por ejemplo este “upgrade” europeo, con la BCE que compra lo que no se puede comprar, pero alguien pagará.
Dada la dimensión de la deuda que resultará, se pagará durante décadas. Mientras que los sistemas políticos y los mundos sindicales – dado que no cuentan con un pensamiento alternativo a la altura de la situación, – evocarán por largo tiempo como un mantra el miraje del crecimiento, en cambio pronto deberán hacer las cuentas con su parte opuesta, el decrecimiento.
El decrecimiento ya está en el campo. Pero ahora está congelado, lo bastante como para dar respiro también a los depredadores financieros, listos para aprovechar dentro de poco la nueva carrera a los diferenciales de tipo de interés entre economías irremediablemente atascadas y economías apenas un poco más saludables.
Las lágrimas y la sangre impuestas por los banqueros degradarán la base contributiva y por lo tanto las finanzas públicas, cada vez menos capaces de afrontar el aumento de la desocupación y de la integración de los réditos de quien se ve obligado a suspender el trabajo.
Los 750 mil millones de “bailout” al euro son una cifra enorme, decidida en un fin de semana. Debería valer la pena asignarlos para un objetivo capaz de coincidir con intereses profundos de las poblaciones involucradas. Pero pensándolo bien, esta cantidad servirá solo para mantener en pie un sistema que tendría sentido si hiciese su labor, es decir, dar créditos a quien se ocupa de una empresa, pero que en cambio se ocupa de otra cosa: seleccionar recursos en favor de un grupo de criminales legalizados. Ellos, los protagonistas principales de la crisis de las finanzas privadas, han pasado el timón a las finanzas públicas. El sistema bancario en las sombras no se recorta nada. Los Estados reducirán sueldos y escuelas, como ya están haciendo, y mucho mucho más.
De vez en cuando un Obama, una Merkel o un Sarkozy prometen desastres contra los patrones de Wall Street. Pero poco tiempo después ceden y ofrecen más liquidez, en cantidades de cientos de miles de millones. Serán repagados con una ingratitud total por Soros y los demás filántropos de su calibre.
Porque éstos primero se hacen salvar, después –autodefiniéndose como “los Mercados”- pretenderán que los Estados demuestren que son menos cigarras y más hormigas, con los habituales recortes y las habituales recetas de masacre social que funcionarán como las patologías iatrogénicas, enfermedades para las que ellos creen que son el tratamiento. El erario disminuirá hasta que proporcione el pretexto para renovadas alarmas de insolvencia.
A ese punto, el tratamiento propuesto para el desastre provocado por los bancos y por las tecnocracias financieras será: más bancos y más tecnocracias.
Ellos en efecto no se exponen y no aparecerán. La cara que quedará expuesta a la rabia de los defraudados será la de los Papandreu de turno, de los políticos cada vez menos votados y menos legitimados (ya cunde el abstencionismo en las urnas), mientras las caras de bronce, las lenguas de madera y los culos de piedra de los Goldman Draghi, irradiarán la tranquilizadora tibieza de la tecnofinanza.
Esos 750 mil millones decididos en el fin de semana por el Consejo Economía y Finanza de la Unión Europea no sirven por lo tanto a los intereses profundos de las poblaciones involucradas. Para poder servir tendrían que haber sido acompañados por medidas drásticas de otro tenor: abolir los derivados, castigar con órdenes de captura internacional para quien practica técnicas bajistas, que usa los algoritmos para las especulaciones que se realizan en fracciones de segundo y todo el casino de las sutilezas tecno financieras que usurpan la palabra “mercados”.
Europa simplemente tenía que colocar todo ello bajo la denominación “estafa”.
No hubiera sido un escándalo nacionalizar los bancos. Y en vez de prometer, en caso de necesidad, la compra de bonos bancarios, los Estados hubieran debido dotarse de la posibilidad de adquirirlos directamente. El jefe de la Goldman Sachs, el señor Lloyd Blankfein, hubiera de esta manera agachado la cresta, sobretodo si le hubiese llegado también un simpático aviso que le explicase que no meta un pie en Europa por los próximos 50 años.
La globalización habría dado un cambio equilibrador. Pero no ha sido así.
El rey neoliberal está desnudo. Y tenemos que gritarlo fuerte. Sus recetas no son legítimas, ni pueden proclamarse ya más con el “There Is No Alternative”. La “TINA” se acabó. Cuanto antes la política lo entienda, mejor será. Los partidos que en estos años han intentado solo templar con retórica compasiva la agenda neoliberal no lo han entendido todavía. Pero por alrededor se mueven muchos espectros, que hablan de otra política y de otra economía.
Fonte. Megachip