¿Quiénes son hoy los mafiosos?

En esencia son los mismos de ayer. La mafia que ha quedado es aquella que el juez Rocco Chinnici (asesinado por la mafia) definió como “ideología dispuesta a mal vender la dignidad del hombre a cambio de dinero”. Claro que si la esencia sigue siendo la misma, lo que cambian son las formas. Los mafiosos de hoy ya no son los de los latifundios, los de la mafia rural. Hay una quinta mafia, la de los “cuellos blancos”, infiltrada sobre todo en los poderes financieros e inmobiliarios. Es una mafia que sabe moverse en los mercados económicos, que ha desarrollado competencias, que sabe encontrar los canales para lavar e invertir las enormes cantidades de dinero que provienen de todo tipo de actividades ilícitas. Es por ello que hoy la lucha en contra de las mafias tiene que tener en cuenta la gran 'zona gris' que une las actividades criminales a las varias formas de ilegalidad, corrupción, abuso. El problema no son sólo los mafiosos, sino las muchas personas, demasiadas, que las respaldan, que les hacen de bancos, que fingen no saber y no ver, están convencidos de que las mafias son sólo un problema del Sur.

Lombardía es la primer región del Norte por los bienes confiscados a la mafia. 665 en 16 municipios distintos y 164 son las empresas secuestradas a la criminalidad. ¿De qué manera contribuye la crisis económica e incluso social a la radicación de las mafias?

Contribuye a nivel económico, porque las mafias disponen de la liquidez que puede parecer como un recurso. Hay comerciantes, empresarios, profesionales independientes que caen en las redes criminales, incluso en buena fe, porque las mafias son muy hábiles para presentarse con un rostro insospechado. Contribuye a nivel social, porque las mafias desde siempre nadan en la falta de derechos, de trabajo, de oportunidades, comandando donde la desesperación y la pobreza vuelven a las personas más fácilmente chantajeables,

¿Existe una política capaz de decirle que no a las mafias?

Claro: es esa política que no traiciona su misión de servicio a la comunidad. Hecha de políticas sociales, culturales y educativas que ponen en el centro a las personas, a su inviolable libertad y responsabilidad. La democracia funciona si cada uno de nosotros, en su rol, aporta al bien común.
Hace sólo un mes en Milán el presidente de las asociaciones antiracket (anti chantaje), declaró que se siente abandonado por las instituciones. Parece que la política no considere a la lucha contra la mafia entre las prioridades...
No quiero generalizar. Pero veo una alternancia de luces y sombras. En comparación con el esfuerzo de los magistrados y de las fuerzas policiales y junto a iniciativas que van en la dirección deseada, como la Agencia nacional sobre los bienes confiscados, noto un relajamiento, una desatención en otros planos. El escudo fiscal, la falta de intervención en el municipio de Fondi, infiltrado por las mafias, las formas de inmunidad y de prescripción de los crímenes financieros, la misma norma de la “Ley Financiera” (que regula la vida económica del País) que prevé la posibilidad de la venta de los bienes confiscados, por citar algunos ejemplos, son señales de un empeño que no es constante, casi esquizofrénico, un construir por un lado y un destruir por el otro. En cambio tenemos necesidad de continuidad y de coordinación. No basta con la simple represión, es necesario un compromiso educativo, social y cultural.

Nuevas investigaciones de las cuales surge cómo el poder político alimenta a un sistema clientelar cada vez más institucionalizado. ¿No existe el riesgo de que cada uno de nosotros se convenza de que la corrupción es normalidad?

Es precisamente porque existe este riesgo, que tenemos que lograr que lo que se convierta en normal no sea la corrupción, sino la honestidad, la transparencia, el respeto de las leyes. No puede ser normal la corrupción, porque no es una sociedad normal aquella que se roba a si misma, que elige el privilegio y no el derecho, que apunta al beneficio de pocos y no al de todos, que deja crecer la desocupación, las desigualdades, el desmantelamiento de los servicios sociales. Aceptar la normalidad de la corrupción significa aceptar que no todas las vidas humanas tienen el mismo valor y que lo que gobierna las relaciones entre las personas es la fuerza, no la justicia.

¿Advierte la existencia de una Italia que tiene el valor de decir “basta”? ¿Le da miedo la resignación?

Yo viajo continuamente por toda Italia y veo a muchas personas que traducen el valor de decir basta en un compromiso verdadero, discreto, lejos de los reflectores, hecho de perseverancia, de pasión, de humildad. Hay una Italia estupenda, disponible y generosa, que las crónicas no siempre son capaces de interceptar, convencida de que más que las palabras sean los hechos los que hablen y que siempre, aunque no sea a corto plazo, las semillas del compromiso dan sus frutos. Más que de la resignación – la cual a veces nace del cansancio y del sentido de aislamiento – me asusta la indiferencia, que en cambio es un endurecimiento, una enfermedad del alma, algo que nos “come” sin que nos demos cuenta. Es el fruto envenenado del egoísmo, de la restricción de los deseos y de las pasiones. Indiferencia significa vida prisionera del yo, cuando en cambio el yo se realiza y se libera sólo en función de la vida.

¿De qué tiene necesidad Italia hoy en día?

De honestidad, de corresponsabilidad, de justicia social. De una política que elija la comunidad y no la inmunidad. Y hay necesidad de esperanza. Una esperanza que no está a la espera pasiva de un futuro mejor, sino en la construcción de un futuro a través del compromiso cotidiano de cada uno de nosotros. “¿De qué sirve estar vivo, si no se tiene el valor de luchar?”, escribió Pippo Fava, el periodista siciliano asesinado por Cosa Nostra el 5 de enero de 1984.

IL FATTO QUOTIDIANO 18 MARZO 2010