Martes 23 Abril 2024

Una negociación, dos, tres, cuatro..., una dentro de otra, una paralela a la otra, una que esconde a la otra...
Cuanto más pasan los años, más los hechos y los testimonios demuestran, ya sin ulteriores dudas, que la relación entre mafia y estado está basada en el diálogo recíproco. Desde siempre. Podemos intentar separar los acontecimientos de la historia y fingir no ver la repetición de los mismos esquemas, del recurso por parte del poder de la violencia ofrecida por Cosa Nostra, a partir del atentado de Portella della Ginestra y del pacto continuamente renegociado según la contingencia del momento, así como nos enseña la sentencia de Andreotti. Hasta los años Ochenta, es más hasta 1989, cuando las relaciones en el mundo cambian e incluso el “do ut des” entre mafia y Estado se adecua al nuevo orden internacional.
En el momento en el cual Giovanni Falcone, que se había salvado del dramático atentado de L'Addaura el 20 de junio de 1989, explica al periodista y amigo Francisco La Licata que ha habido “la soldadura de intereses”, inicia la cuenta regresiva para la llamada Primera República. El juez no da detalles, no da a conocer públicamente sus intuiciones, pero cuando el 12 de marzo de 1992, Riina manda a asesinar a Salvo Lima, el “traidor”, Falcone dejará a quien le escuche dos indicios que aún hoy podrían ser fundamentales.
A la colaboradora Liliana Ferraro en viaje en los Estados Unidos le pide regresar inmediatamente porque: “Ahora puede pasar de todo”. Y les dice a los colegas con los cuales está pensando en voz alta: “No se mata a una gallina de los huevos de oro si no hay otra lista para dar más”.
Falcone comprende gracias a un sólo acontecimiento que de allí a poco tiempo se desencadenaría el infierno e incluso el móvil: un nuevo referente, un nuevo interlocutor para restablecer esos pactos, que ya estaban rotos con una clase política que de todos modos estaba en decadencia, con algún otro capaz de hacer volver a Cosa Nostra a sus tiempos de la gran ganancia y del control absoluto y silencioso del territorio.
La mecha de la estrategia de atentados inicia el 30 de enero de 1992, el día en el que la Casación confirma las cadenas perpetuas para la élite mafiosa condenada en el maxi proceso. Quien la encendiera una vez más fue Giovanni Falcone, al empujar al entonces Ministro de Justicia Claudio Martelli a firmar el decreto para la rotación de los magistrados de la Suprema Corte, desafiando así la sentencia final de la longa manus del juez Corrado Carnevale.
El acto formal lleva el nombre de Martelli, considerado por los mafiosos como un “castrón”, un cornudo, otro traidor, pero todos saben que la mente es él, Giovanni Falcone, el enemigo número uno, ahora expuesto más que nunca.
El juez ya se había hecho sus cuentas, probablemente había hablado de ello también con Borsellino. Pero no son sólo ellos quienes quieren leer el futuro.
Mientras se está por desplegar la ofensiva al Estado, que terminaría definitivamente dos años más tarde con el fallido atentado en el estadio Olímpico de Roma, contemporáneamente se mueven más negociaciones. Las más claras son las que nos cuenta Cosa Nostra. Una de ellas fue iniciada personalmente por Giovanni Brusca a través de Nino Gioé, su hombre de confianza, al cual se le acercó un personaje ambiguo, cercano a ambientes de los servicios secretos, un tal Paolo Bellini, con quien trata de intercambiar obras de arte con un trato carcelario condescendiente para el viejo Bernardo Brusca y de otros “peces gordos” de la cúpula mafiosa. La segunda es la que surge como la principal: Totò Riina habla “con personas importantes” para buscar nuevos referentes e inicia los diálogos con el homicidio de Lima, planificado específicamente en esa fecha para enviar una clara señal a Giulio Andreotti, que de hecho, a pesar de ser el mejor posicionado para la Presidencia de la República, está obligado a dejar paso libre y a renunciar a la ambición de toda una vida.
Lima no es más que el primero, así dicen las gargantas profundas de Cosa Nostra. Riina había introducido en la lista negra a otros políticos entre los cuales se encontraban Calogero Mannino, Vincenzo Purpura, Nino e Ignazio Salvo. Pero antes de proceder a la rendición de cuentas, alza la apuesta, para demostrar su potencia y la seriedad de sus intenciones: asesina a Falcone con el terrorífico espectáculo de Capaci.
Luego de ésto espera, pero no mucho tiempo porque, como revelaría Brusca poco después: “Empezaron a temer”.
Años de reconstrucciones judiciales nos dicen que quienes empezaron a temer fueron los carabinieri. El coronel Mario Mori y el capitán Giuseppe De Donno, a través de Vito Ciancimino, buscan un canal de comunicación con Riina y lo encuentran.
A esta altura el jefe de Cosa Nostra, confortado por la eficacia del propio plan, plantea sus solicitudes y apunta alto. Esta vez el pacto de cohabitación debe garantizar la inmunidad de personajes como Falcone y Borsellino, cárcel razonable y sobre todo anular el perjuicio de los arrepentidos.
Según cuenta Massimo Ciancimino, testigo directo de ese diálogo, las peticiones son “excesivas” e inaceptables, como por otro lado ya había explicado Brusca. Y mientras Provenzano le ruega a Don Vito Ciancimino que elabore una solución alternativa, Riina no espera y surge en escena el segundo acto subversivo: el atentado de Vía D'Amelio.
Hoy sabemos que Paolo Borsellino estaba al tanto de este diálogo, pero ninguno de los testigos tardíos de aquellos tiempos nos habla de su reacción. Sólo su mujer, Agnese Borsellino, cuenta que el marido estaba disgustado, profundamente perturbado por lo que se estaba enterando mientras luchaba por quitarle un día más a la muerte.
El próximo en orden de eliminación en la lista negra del jefe de Cosa Nostra tendría que haber sido Calogero Mannino, otro hombre fuerte de la Democracia Cristiana, quien por años estuviera bajo proceso por concurso externo en asociación mafiosa y luego definitivamente absuelto por la Casación.
Pero ocurrió algo que indujo a Riina a cambiar sus prioridades. Sin explicaciones le ordena a  Giovanni Brusca que interrumpa los preparativos para el homicidio del político porque se estaba desarrollando otro “trabajo”.
Con una aceleración repentina, con respecto a los plazos preestablecidos, Riina decide “liquidar a Borsellino”.
Es poco el tiempo, pero en la fase crucial de la ejecución no habrá necesidad de probar y verificar el plan como se había hecho para Falcone, en el lugar, al lado de los mafiosos habrán profesionales, gente habituada a operaciones rápidas y limpias. Gente igualmente veloz como para hacer desaparecer la agenda del auto del juez aún humeante, gente preparada para orientar las investigaciones hacia los suburbios de la Guadagna, donde se puede preparar la reconstrucción más increíble y lograr mantenerla a lo largo de los tres grados del juicio. Hombres del Estado, nos dicen hoy las investigaciones ¿pero hombres infieles? Seguramente infieles al Estado que Paolo Borsellino personificaba, seguramente fieles a ese estado que les había encargado quitar del medio al obstáculo de la negociación. Don Vito lo entiende inmediatamente. Y lo pone por escrito en una  especie de admisión de responsabilidad.
En este momento se cambia de estrategia. Provenzano y Ciancimino se ponen de acuerdo para ofrecer en plato de plata, una contrapartida que podría permitirle al estado recuperar el aliento y un poco de credibilidad: la entrega de Riina. Según lo que ha contado Massimo Ciancimino, la captura del boss mafioso, el 15 de enero de 1993, anunciada con bombos y platillos por el entonces Ministro Mancino, es justamente fruto de la traición de la triple alianza corleonesa.
Si para Ciancimino la ventaja podría ser sobre todo personal, está claro que Provenzano a cambio esperase mucho más. Al contrario de Riina es un hombre paciente, muy previsor y con indudables dotes tácticas que le permiten jugar en distintas mesas. Contemporáneamente.

“La negociación le salvó la vida a muchos políticos”
Esta declaración concedida al periódico “La Stampa” el 18 de octubre de 2009 por el fiscal antimafia Piero Grasso podría proporcionar una interpretación inédita de estos hechos si se lee en la perspectiva de las inquietantes novedades surgidas en las semanas precedentes, durante las sesiones de la Comisión parlamentaria antimafia.
De hecho luego de casi 18 años se ha descubierto que el 12 de febrero de 1993 durante una reunión del comité para el orden y la seguridad se encendió un álgido debate sobre el tema del 41 bis. La norma que regula el endurecimiento de la detención carcelaria en carácter especial de emergencia y que es prorrogado según las exigencias del momento. Fue el Ministro Martelli quien la aplicó a los mafiosos después del atentado de Vía D'Amelio, pero al parecer no fueron muchos los que estuvieron de acuerdo con su utilidad, a pesar de ser evidente la eficacia de este instrumento para aislar al boss del mundo exterior y sobre todo para inducir a otros a la rendición y por lo tanto a la colaboración con la justicia.
Se conoce de este enfrentamiento interno, que los protagonistas insisten en definir que era de naturaleza metodológica y jurisprudencial, gracias a un artículo, con fecha del 6 de marzo de 1993, enviado por el entonces jefe del DAP Nicolò Amato al Ministro de  Justicia, Giovanni Conso (sustituto de Martelli que mientras tanto era investigado por el escándalo de la “cuenta Protección”). Se lee: “El jefe de la policía (Vincenzo Parisi, fallecido hace 16 años) ha expresado sus reservas en cuanto a la excesiva dureza de semejante régimen penitenciario. E incluso recientemente por parte del Ministerio del Interior han sido presentadas algunas insistencias para la revocación de los decretos aplicados a las cárceles de Poggioreale y Secondigliano”.
En esa época el Ministro del Interior era Nicola Mancino y las  dos instituciones penitenciarias eran de la región de la Campaña, de donde era oriundo el político, quien sin embargo ya ha afirmado en la Comisión su total convicción por la línea de la firmeza. Quizás alguien en el Ministerio hablaba por su propia cuenta sin que él lo supiera.
Con presiones o no el 15 de mayo, al día siguiente del fallido atentado a  Maurizio Costanzo, en  Vía Fauro, Roma, el 41 bis para 140 detenidos no fue prorrogado. Si Cosa Nostra hubiese entendido este gesto como una respuesta positiva a sus solicitudes se le podría asignar un ulterior significado a la bomba de Florencia, por la cual murieron 5 personas inocentes y fue dañada la Academia de los Georgofili, el 27 de mayo siguiente. Pero los primeros días de julio otros 325 “41 bis” fueron renovados y a fin de mes, el 27, 28 de julio explotan otros artefactos en Milán y Roma con otros muertos, otros heridos y otros daños al patrimonio.
Luego silencio. Los primeros días de noviembre otros 340 “41 bis” que no son prorrogados. Y podría decirse incluso que toda esta alternancia de medidas y bombas tan contradictoria e ilógica sea casual, o por coincidencia, si el ex Ministro Conso no les hubiese explicado a los comisarios, y también a los magistrados de Palermo que quisieron interrogarlo inmediatamente, que los 140 decretos no prorrogados en noviembre de los cuales se recuerda (por lo tanto recuerda sólo una parte, los otros 200 fueron individualizados por los jueces de instrucción) eran fruto de una elección suya, autónoma y personal con la finalidad “de detener la amenaza de más atentados”.
“Ya había sido arrestado Riina – ha agregado el anciano profesor – y se hablaba de un cambio de marcha de la mafia con el nuevo jefe Provenzano que tenía otra visión: apuntar sobre el aspecto económico y abandonar los atentados. Y es por ello que decidió no darle importancia a un acto que no era obligatorio. Y de hecho no hubieron más atentados”.
Estas declaraciones de Conso son una bomba, quizás inconscientemente, ya que la teoría de las dos Cosa Nostra y de las divergencias entre Riina y Provenzano pertenecen a un período muy posterior, a menos que Conso y los demás protagonistas de este hecho no estuviesen al corriente de lo que el nuevo boss de la mafia estaba planificando con la ayuda inicial de Vito Ciancimino: vender al jefe sanguinario y dar comienzo al proceso de debilitamiento del ala extremista de Cosa Nostra (como de hecho ocurrirá) para así poder volver a la cohabitación, a los negocios, al equilibrio de las partes. En este caso sería cierto lo declarado por Massimo Ciancimino acerca de la existencia de un flanco institucional detrás de los carabinieri como última terminal de los diálogos.
De otra forma no se explicaría porque Conso pueda haber hecho un razonamiento tal, dado que en esa época se sospechaba que Bernardo Provenzano estuviera incluso muerto, ya que el año anterior, justo antes de que explotara la guerra al Estado, había hecho volver a Corleone a la familia que siempre había vivido prófuga. Fue Salvatore Cancemi, quien al entregarse a los carabinieri el 22 de julio de 1993 sostuviera en cambio que Provenzano estaba vivo y señalara el lugar de la cita que tenía con él esa mañana, pero de hecho no le creyeron inmediatamente. (Esa fue la primer captura fallida de Provenzano).
Por lo tanto demasiado poco tiempo para elaborar un análisis de las nuevas dinámicas internas de Cosa Nostra, incluso porque en realidad por al menos todo el año 1993 y en parte también sucesivamente, la cúpula de la organización desapareció entre Provenzano por un lado, Bagarella, Brusca y los hermanos Graviano por el otro. Todos ejecutores de atentados con quienes el viejo padrino acordara realizar nuevas masacres, pero no en Sicilia, sino que en la península. De hecho no hay que olvidar que la decisión de atacar el patrimonio artístico fue tomada por la cúpula de Cosa Nostra en el verano del 92' en  Mazara del Vallo con Riina que aún estaba en libertad y detrás de la sugerencia ni siquiera tan velada de Bellini, mediador de aquella primera negociación entre obras de arte y beneficios carcelarios.
De hecho es Bellini quien insufla en los oídos tensos de Cosa Nostra un concepto muy simple: “A un magistrado siempre lo puedes reemplazar, a un monumento no”.
Por lo tanto si bien era de importancia estratégica para los diálogos entre mafia y Estado, parecería ser bastante restrictivo vincular en forma unívoca los atentados de la península con la cuestión del 41 bis. Cosa Nostra, incluso antes de la captura de Riina, está planificando atentados terroristas de gran calibre, con propósitos subversivos y desestabilizadores. (Habría que recordar la loca idea de esparcir jeringas infectadas en las playas de Rimini). El objetivo final de la estrategia de los atentados de Riina era “destronar al viejo” para darle lugar al nuevo. Y no cambió ni siquiera cuando el jefe fue arrestado. Cancemi dice que no hay dudas detrás de bambalinas para ninguno de los jefes mafiosos: “Se continuará como dijo el tío Totuccio” (Riina, ndr.).
Y por lo tanto Vía Fauro y luego Florencia, luego Milán, luego Roma. Y ni siquiera después de la revocación de los 340 “41 bis” se detiene la furia homicida de Cosa Nostra. Giuseppe Graviano explica a un Spatuzza confundido por el homicidio de inocentes como la pequeña Caterina Nencioni, de 50 días, que es una cuestión política. Hay que hacer el último esfuerzo para mantener al país entre las manos.
El 23 de enero de 1994 es domingo. En el estadio Olímpico se juega el partido Roma – Udinese.  Esta vez el objetivo son los carabinieri, muchos carabinieri. Spatuzza llenó de trotil un Lancia Thema y “para hacer más daño aún” lleno de varillas de hierro.
Por la piedad de Dios el detonador no accionó el artefacto. Nadie moriría.
Cuatro días después, el 27 de enero de 1994, los directores de este final de megalomanía homicida, los hermanos Giuseppe y Filippo Graviano fueron arrestados en Milán.
El 31 de enero se renovaron los “41 bis” a otro gran grupo de detenidos. A propósito de ésto Conso sigue explicando: “Puede parecer contradictorio, pero se trataba de jefes: Fidanzati, Calò y muchos otros. Había la misma relación que existe entre ricos y pobres”.
A pesar de que se tratase de “peces gordos” la estrategia de atentados se interrumpe definitivamente. El atentado en el estadio Olímpico no se repite. Comienza la era Provenzano, precisamente la evocada por Conso, la de la pax mafiosa y de los negocios.
La Primera República cae definitivamente del caballo y sobre la montura se sube la Segunda, el nuevo.
Según lo que Vito Ciancimino le cuenta a su hijo Massimo, Dell’Utri es el barquero, el mediador, el titiritero junto con Provenzano del renovado pacto entre Estado y mafia.
En este sentido también convergen los testimonios de Salvatore Cancemi y Antonino Giuffré. Este último declara que el nuevo jefe de Cosa Nostra, contraviniendo a su habitual y cautelosa reserva, no temió exponerse personalmente al señalar a todos los hombres de honor cuál era el nuevo partido de referencia: Forza Italia.
A cambio de un reino de más de quince años, casi sin molestias, protegido cuidadosamente de cualquier intento de captura, Provenzano facilita los arrestos de toda el ala extremista que poco a poco, progresivamente, sale de escena.
“Había una divinidad a la cual se le debían ofrecer sacrificios humanos”, sintetiza con una eficaz metáfora Giuffré y señala como el “sacrificio más grande” la traición de Riina, la cual es sólo concebible para un fin más grande: Cosa Nueva.
Por cuanta sea la cantidad y la plausibilidad de las negociaciones que se superpusieron entre enero de 1992 y enero de 1994, es evidente que todas encajan en un único proyecto de “juego grande”, en el cual Cosa Nostra prestara su know-how de la violencia, como desde 1943 en adelante, con el fin de que se instaurase en Italia un régimen alineado con el nuevo orden global.
Luego de veinte años al borde de la quiebra total del liberalismo capitalista, tiemblan también los cimientos ficticios de la Segunda República. El futuro que se avecina no hace presagiar nada bueno y en todo caso lo que hay que esperar es que no irrumpa, una vez más, con la violencia, terrorista o de la mafia del aún hoy prófugo Matteo Messina Denaro, probable heredero de los secretos y de los métodos corleoneses.

ANTIMAFIADuemila N°66