Viernes 29 Marzo 2024

Después de todo este tiempo y sobre todo sólo después de que han declarado Massimo Ciancimino, el hijo de un mafioso, que desde hace tiempo ha tomado la valiente decisión de responder a los magistrados y Gaspare Spatuzza, un feroz asesino que se ha arrepentido y se ha convertido en colaborador de justicia, sus señorías entre política, magistratura y fuerzas del orden que muestran tanto desprecio por estos “infames que hablan”, recuerdan detalles, reuniones, apuntes en agendas, medidas de emergencia, cambios de estrategias políticas que ocurrían a las espaldas y sobre la piel de quien estaba sirviendo a ese Estado y que quizás habría podido salvarlo.
Partamos de Vía D'Amelio, la madre de los misterios del bienio de los atentados.
A este punto seguramente lo único que sabemos es que el 19 de julio de 1992 un comando de Cosa Nostra, bajo orden de la cúpula de la organización mafiosa, observó todos los movimientos del juez y de su escolta. Ésto nos lo han contado los hermanos Ganci, Salvatore Cancemi y Giovan Battista Ferrante entre otros. Este último fue quien luego indicó el arribo de Borsellino a Vía D'Amelio a alguien que desde una posición que todavía no ha sido comprobada, tenía una visual tan precisa como para hacer explotar la bomba en el momento exacto en el que Paolo Borsellino estaba por entrar a la casa de la madre. Y ésto es todo lo que conocemos. No sabemos ni quien, ni desde donde.
Creíamos saber que un malviviente de la Guadagna, Vincenzo Scarantino, con la ayuda de otro par de delincuentes de poca monta, era quien había robado el auto que una vez cargado de tritol desfiguró una vez más a Palermo. Hoy en cambio, Spatuzza nos dice que no es cierto, que quien robara el auto fue él y ha dado detalles y cotejos capaces de convencer a los jueces de que su versión es la creíble. Y mientras se prepara la revisión del proceso iniciado a algunos despiadados jefes de Cosa Nostra, los jueces de instrucción se encuentran en la posición de tener que investigar sobre un misterioso hombre presente, siempre según el colaborador, en el lugar en el que estaban cargando el auto con explosivo y sobre la maniobra de despistaje que al parecer estuvo orquestada por un policía fuera de serie como era Arnaldo La Barbera.
En el primer caso las investigaciones se han concentrado sobre la enigmática figura de Lorenzo Narracci, un hombre de los servicios secretos civiles cuyo nombre a lo largo de los años apareció varias veces en el ámbito de las investigaciones sobre los atentados, reconocido, si bien con grandes titubeos, tanto por Spatuzza como por Ciancimino, como un hombre cercano a Cosa Nostra y especialmente ligado al ya célebre así como desconocido aún “señor Franco”.
En el segundo en cambio el súper policía, amigo personal de Giovanni Falcone, cuyo nombre resulta que figura en la nómina de los servicios secretos y que es el probable autor de las falsas confesiones de Scarantino. La Barbera ha muerto y los magistrados están tratando de reconstruir la verdad con el encausamiento para tres oficiales de primera como Vincenzo Ricciardi, Mario Bo y Salvatore La Barbera.
En cuanto al lugar del cual podría haber sido accionado el detonador ha vuelto al centro de la atención de los fiscales de Caltanissetta un edificio de 10 pisos apenas edificado (en el 92'), precisamente detrás del muro que encierra Vía D'Amelio, desde cuya terraza la visual es perfecta. Dos agentes de la Criminalpol, que buscaban descubrir el punto de observación de los ejecutores,  encuentran en ese lugar un número considerable de colillas de cigarrillos y una vez individualizados dos constructores preguntan por radio a la central que los identifiquen. Son dos de los seis hermanos Graziano, desde siempre testaferros de los Madonia y de los Galatolo. Los dos agentes quieren proceder con el arresto, pero justo sobreviene un equipo de policías que los detienen: “Colegas, está todo bien. Ahora nos ocupamos nosotros”. Llenarán un informe detallado, pero desde el día siguiente estarán encargados de ocuparse de otra cosa. Y por una década este rastro desaparece así, lo mismo que fue bloqueada la pista sugerida por Gioacchino Genchi sobre el Castillo Utveggio, otro lugar estratégico para actuar cómodamente sobre Vía D'Amelio.
Si se piensa bien, lo que inquieta no es la sombra de Cosa Nostra, sino la del Estado.
Pasamos a las razones y a los mandantes.
La revista ANTIMAFIADuemila fue una de las primeras en sostener que el juez Borsellino fue sacrificado sobre el altar de la “negociación” del nuevo pacto de cohabitación entre Estado y Mafia, renegociado al sonar de bombas y de 41 bis*, de modo tal que una política con la cara refrescada y una Cosa Nostra más pacífica volvieran a hacer negocios y acuerdos.
No podemos saber con cuánta claridad Borsellino y quizás antes que él Falcone hubiese intuido el plan de maquillaje democrático surgido luego de la caída del muro de Berlín con el acostumbrado motivo de los atentados italianos, pero hoy podemos decir con suficiente certeza que en los últimos 57 días que separaron su destino del de su amigo fraterno, Paolo Borsellino sabía que había sido traicionado, sabía que partes del Estado habían decidido pactar y que tramaban a sus espaldas. “Estoy viendo a la mafia en directo” dijo a su mujer sintiéndose presa del desconsuelo y del disgusto.
Han sido necesarios 17 años para que ex ministros como Claudio Martelli, funcionarios de rango como Liliana Ferraro y Fernanda Contri, políticos de primer plano como Violante etc., etc., esforzaran las meninges y proveerán elementos suficientes para probar que Paolo Borsellino estaba al corriente del diálogo que estaba teniendo lugar entre el entonces coronel Mori y el referente político y económico de Cosa Nostra, Vito Ciancimino, para “poner fin a los atentados”.
Mori y su vice De Donno juraron y perjuraron que no hicieron mención de ello al juez en las reuniones que tuvieron con él el 25 de junio y el 10 de julio cuando les llamó con total reserva. Su superior Subranni incluso llegó a sostener que si Borsellino había aceptado cenar con ellos, los hombres del ROS*, después de las conversaciones era porque no tenía nada que decir sobre su accionar y el de sus subordinados. Lástima que poco antes de morir el juez había confiado a su mujer que “Subranni era punciuto”, o sea hombre de la mafia. Incluso sobre esto los fiscales de Caltanissetta, empeñados en desenredar la mefítica madeja están investigando.
Resumiendo por comodidad: el Estado le pide a los ciudadanos indefensos que testimonien cuando asisten a un crimen, que rompan el muro del silencio y denuncien a quien les amenaza, arriesgando la propia vida, que acepten una existencia de incertidumbres incluso en lo que se refiere a la propia identidad y a la de sus hijos y ellos quienes tendrían que encarnar al Estado tardan casi veinte años para dar su aporte, casi siempre contradictorio y quizás para quitarse alguna piedra del zapato. ¿Cómo les tenemos que definir, sino como traidores?
Para volver a Borsellino, cualquier cosa que hubiese descubierto el juez la habría anotado en la agenda roja y quien le espiaba estaba tan bien informado como para saberlo y organizar el secuestro de la preciosa caja negra de sus pensamientos, pocos minutos después de la devastación de Vía D'Amelio.
Y aquí otra secuencia de mentirosos, personas que se desdicen y/o apropiados confundidores del Estado. El teniente de carabinieri Giovanni Arcangioli, luego de haber sido inmortalizado en una fotografía que ANTIMAFIADuemila individualizó en el archivo de un conocido fotógrafo palermitano, fue sometido a una investigación. Éste fotografiado y filmado por las cámaras de video mientras con una escalofriante desenvoltura se aleja del corazón de la explosión con el maletín del juez en la mano, se enreda en explicaciones, una más contradictoria que otra arrastrando en el caos de las reconstrucciones incluso a otros sujetos que como el juez Vittorio Teresi, el periodista Felice Cavallaro y el diputado (hoy nuevamente magistrado) Giuseppe Ayala. Mientras los primeros dos se mantienen bastante coherentes desde el comienzo, el espectáculo de versiones y retractaciones, ofrecido por Ayala es para poner la piel de gallina. “Gran amigo” de Falcone y Borsellino, entregará a la prensa y a la magistratura cuatro diferentes variantes de su relato y no sabrá afirmar con certeza si tomó el maletín de su colega apenas destrozado en mil pedazos, si lo abrió, si lo entregó y a quién, si la puerta del auto estaba cerrada o no, si estaba la agenda o no, es más, primero se acuerda, luego se olvida, luego se corrige, luego se retracta.
Como si no bastase la Casación, increíblemente, en lugar de ordenar un proceso para verificar la verdad de esos hechos, dispone la absolución de Arcangioli “por no haber cometido el hecho” (la acusación era de robo agravado) y de un modo completamente informal se aventura en  evaluaciones y hasta pone en tela de juicio la presencia misma de la agenda, invalidando, sin problemas y sin ningún argumento verificable, los testimonios todos concordantes de los familiares de Borsellino, los últimos en haberlo visto ese día de domingo y todos aseguran que tenía consigo su cofre de informaciones.
He aquí otro secreto de Estado así sin más.
Ahora les toca a los peces gordos.
Quien amerita el primer lugar en la clasificación de los silenciosos de Estado es el ex Ministro Nicola Mancino que logra sostener que no recuerda si el 1º de julio, día de su asunción en el Ministerio Asuntos Internos, entre los tantos apretones de mano de rutina, en señal de felicitación, también estuvo el de Paolo Borsellino, es decir, el magistrado que era mayor centro de atención en ese momento, ya sea por el riesgo que todos sabían que estaba corriendo, como por la ansiedad general por el nombramiento de un sustituto de Falcone en la neo Fiscalía Nacional antimafia. Pero Mancino no se acuerda y frente a la agenda precisa del magistrado (aquella de las anotaciones ordinarias de color gris) que en cambio dice lo contrario, él presenta la suya: una agenda en blanco. Evidentemente nuestro Ministro no estaba tan ocupado, así como lo hizo notar la Diputada  Angela Napoli, en la reciente audición de la Comisión Antimafia, cuando después de la pregunta acerca de su presencia en Palermo en los días inmediatos siguientes y de la respuesta afirmativa del ex Ministro, le pedía que mostrara la agenda, que resultaba, tanto para cambiar, también blanca en esas fechas.
Ninguna réplica entre las risitas incómodas de los comisarios.
Lo que más molesta es que este nauseabundo pozo de los infames del Estado parece no tener fondo y poco a poco los está regurgitando uno a uno.
Por años se ha tratado de hacer creer que la así llamada “negociación”, concepto introducido por  Giovanni Brusca y confirmado obtorto collo por el General Mori y por el Coronel De Donno durante el proceso de Florencia, fuese fruto de la fantasía de jueces de instrucción y periodistas. Hoy descubrimos que mientras Borsellino moría y después de él los inocentes de Florencia y Milán, sectores del Estado bregaron bajo cuerdas para favorecer una de las más apremiantes solicitudes realizadas por Cosa Nostra: la eliminación o el ablandamiento del 41 bis, quizás con la esperanza de quedar aferrados a las ruinas de la primera República o al menos de su propio escaño.
Como si nada fuese, de hecho, el Ministro de Justicia Giovanni Conso, (sucesor de Martelli desde el 12 febrero de 1993) interrogado en la Comisión antimafia, declaró que en noviembre de 1993 revocó 140 decretos de “41 bis” para “evitar nuevos atentados”. Una decisión tomada en total autonomía, sin consultar a ningún funcionario de los organismos competentes, a sólo cuatro meses de distancia de las bombas en el continente italiano. Dijo haber arriesgado, “apuntando todo al ala de Cosa Nostra es decir sobre Bernardo Provenzano, que no era partidario de perpetrar atentados, que “pensaba más en los negocios que en la política de las bombas”.
Lástima que este análisis sobre la mafia invisible de Provenzano es fruto de evaluaciones muy posteriores a 1993, cuando se dudaba incluso que el padrino estuviese vivo, dado que había hecho regresar a Corleone a su cónyuge y a sus hijos, apenas antes de la primera temporada de los atentados.
Apenas pasados pocos días se descubre que también al día siguiente del atentado fallido a Maurizio Costanzo (presentador televisivo) en la Vía Fauro de Roma, fueron revocados otros 140 decretos de régimen de cárcel duro y que en 1993 habían “grandes presiones” por parte del jefe de la policía Vincenzo Parisi y por el Viminale (Sede Consejo de Ministros) para que no fuera prorrogada la ley de emergencia firmada por Martelli luego del homicidio de Borsellino. Esta vez quien lo relata es el ex jefe del Departamento de Administración Penitenciaria,  Nicolò Amato, quien en un informe del 6 de Marzo de 1993 proponía explícitamente una revocación del 41 bis y escribía “representaría una señal fuerte de que se está saliendo de una situación de emergencia y volver a un régimen penitenciario normal”.
Sobre este inquietante diálogo entre suspensión del 41 bis y bombas que ensangrientan durante todo al año 1993 y que se detienen sólo por la avería de la bomba del Estadio Olimpico como declaró Spatuzza, quien estaba investigando era el fiscal sustituto Gabriele Chelazzi, muerto en el 2003, por causas naturales, cinco días después de haber interrogado al general Mori en cuyas agendas había encontrado  el rastro de reuniones con el magistrado Francesco Di Maggio, que en aquellos años era Vice Director del Departamento de Administración Penitenciaria.
Será una casualidad pero apenas se dimitió del Departamento de Administración Penitenciaria, Nicolò Amato, eligió representar legalmente justamente a Vito Ciancimino, el eje operativo de la negociación entre Estado y Mafia, al menos en la fase de la destrucción de la Primera República. Hoy el hijo de Don Vito, Massimo, sostiene que la defensa de Amato le fue impuesta a su padre por el General Mori.
Obviamente toda esta mole de nuevos, repugnantes elementos debe ser analizada cuidadosamente por los fiscales que todavía están investigando sobre el contexto en el que tuvieron lugar los atentados. Pero más allá de la acción penal ya es evidente que por años nuestra clase dirigente ha sido ocupada, en la mejor de las hipótesis, por cobardes, en la peor, por conniventes con proyectos terrorista-subversivos con el objetivo de instaurar en nuestro país un régimen de bandidos y de corruptos que están destrozando la civilización italiana, fundada en el derecho, en la instrucción, en la cultura, en el patrimonio territorial.
El verdadero problema de nuestro país no es la mafia o su inmenso poder económico, sino estos lúgubres individuos que han cumplido la función de humus para permitir la proliferación desmedida de la bacteria infecciosa.
En tiempos de guerra los traidores eran procesados por la corte marcial y fusilados por la espalda.
Hoy, gracias a nuestra Constitución y a la pietas cristiana esto ya no es posible. Pero cuánto, cuán grande es el deseo de ver a los traidores de Falcone, Borsellino, Dalla Chiesa y de todas las víctimas de la mafia, condenados a cadena perpetua, al ergástolo.

Notas:
* 41 bis: Régimen de cárcel especialmente duro para los mafiosos.
* ROS: Grupo operativo especial de los Carabinieri.