transferencias de la cuenta del “Credito Artigiano” a la JP Morgan de Francoforte, para comprar bonos de Estado alemanes.
Nada misterioso, nada que esconder. Pero esta versión no corresponde a lo declarado por los dirigentes del “Credito Artigiano” a los fiscales titulares de la investigación, el fiscal adjunto Nello Rossi y el fiscal Stefano Rocco Fava. Según su testimonio habrían insistido varias veces a las autoridades del Banco IOR para obtener informaciones necesarias con respecto al decreto de 2007 sobre el anti lavado de dinero y en cambio, no sólo no habrían obtenido respuesta, sino que habrían notado incluso una cierta “rigidez” que ha hecho “difíciles” las relaciones.
Serán los próximos pasos los que establecerán si la manifiesta perplejidad de la Santa Sede está justificada o no. El abogado Vincenzo Scordamaglia podría elegir atenerse a la Reexaminación y aducir un conflicto de jurisdicción que quizás quitaría las castañas del fuego, pero haría naufragar los presuntos intentos del banco vaticano de limpiar su imagen. O bien el Banco IOR podría entregar los datos previstos por la ley italiana y los fiscales estarían dispuestos incluso a desembargar los 23 millones de euros en cuestión.
El problema es más complejo, pero si se introduce este hecho en el cuadro general de investigaciones que la fiscalía de Roma está llevando a cabo sobre las cuentas y los movimientos del Banco IOR, que involucran a otras instituciones crediticias, cuyas modalidades están bien lejanas de aquellos principios de transparencia impuestos por las nuevas directivas y por las intenciones de colaboración tan propugnadas por los distintos portavoces. En todo caso los millones de euros que viajan a través de las cuentas vaticanas traen cada vez al centro la cuestión de la legalidad de una Iglesia rica y poderosa, cada vez más lejos de sus fieles y convierten en como mínimo vanos, si no hipócritas, los llamados del Pontífice a una redistribución más ecuánime de los recursos del planeta.
Quizás el Banco IOR se comprometerá incluso a ser más transparente o al menos un poco más astuto para evitar los escándalos, de acuerdo a su propia historia, pero ésto no basta para asemejar a esta iglesia, “la gran ramera” (Apocalipsis Cap. 17, 1-18) a la Iglesia pobre y humilde fundada por ese Cristo y por sus mártires como San Francisco, quien sin medios términos definía al dinero como: “el estiércol del demonio”.
Quizás si los creyentes, los católicos, en lugar de esperar a la magistratura de Bankitalia o del Uif, hicieran sentir su propia voz, la propia indignación, así como hizo el Maestro que echó a los Mercaderes del Templo con las cadenas, quizás entonces si que habría un cambio, una verdadera revolución.
También el creyente tiene sus responsabilidades, callar, consentir, justificar...
Hagámonos todos, nosotros católicos, un buen examen de conciencia. ¿Estamos seguros de que cuando estemos en presencia de Aquel que regresará con “potencia y gloria”, según su misma promesa, seremos considerados inocentes?
Quizás mirar a la cara la realidad y porqué no, tratar de decir la Verdad podría valernos incluso de atenuante.