Jueves 5 Diciembre 2024

Desearía ser más grande y probablemente lo será. Pero no será tan grande como desearía serlo. Desearía dar lecciones a los demás, pero su voz no es una sola y a menudo casi ni se escucha. Pienso que entre quienes están aquí reunidos hay una unanimidad sobre un punto: todos desearían una Europa más fuerte, capaz de desempeñar un papel decisivo en un mundo al mismo tiempo globalizado y multipolar. Pero el planteo que muchos se hacen es: ¿ésta Europa, así como está hoy es capaz de desempeñar un papel mundial de este tipo? Yo creo que no lo sea.
¿Por qué? Porque Europa se encuentra en el punto más critico y difícil de toda su historia de más de 50 años. Y en estas condiciones ésta no puede ser una protagonista real. El hecho es que una Europa “única” no existe: hay más de una Europa, seguramente al menos dos, que viven juntas, pero que están enfrentadas entre ellas, a menudo incluso demasiado ríspidamente.
Y los pueblos de Europa están cada vez más alejados de sus instituciones, como demuestra el impresionante dato de que menos de la mitad de los europeos participan en la elección del parlamento común.
Esta Europa está jugando una partida íntegramente dentro de una lógica inter-Atlántica. Una partida vieja, porque es evidente que su gran aliado, los Estados Unidos de América, está gravemente lesionado por una crisis que no tiene solución, mientras que ya es evidente que el poder de los tiempos modernos se está trasladando cada vez más claramente hacia el Oriente.
Y son pocos quienes pueden negar la previsión de que el Siglo XXI no será “americano” (al contrario de las previsiones, es más, de los planes, que anticipara en su tiempo Zbignew Brzezinski y que el PNAC, el proyecto para un nuevo siglo americano, ha retornado al auge), pero que se volverá cada vez más netamente “chino”.
En esta situación me parece que seguir el viejo juego, dejando inalteradas las partes, no concederá a Europa ninguna posibilidad: ni de ser un sujeto primario en la escena mundial, ni de ser más grande, ni de estar más unida y cohesionada interiormente.
Temo incluso que el riesgo sea más grande: desaparecer de escena, o por lo menos ser redimensionada a una simple unión monetaria, o a un mercado común. Es decir, algunos pasos  “back to the future”.
¿Entonces qué partida es la que hay que jugar en alternativa a ésta, que seguramente saldrá perdedora?
Es un interrogante abierto, aquí y donde sea. Creo personalmente que Europa y Rusia, a pesar de ser radicalmente diferentes por su naturaleza, su historia, condiciones políticas, psicológicas, están en la misma, idéntica situación.
Ambas no pueden jugar solas (o, si intentasen hacerlo se condenarían a los márgenes de los procesos que se anuncian). No pueden porque no tienen la fuerza de hacerlo y eso significa, en otros términos, que no disponen de las “bases fundamentales” que pueden garantizar su autonomía de acción y de decisión.
Ambas no pueden permitirse ser el “hermano menor” de cualquiera de los dos “grandes hermanos”, América y China. Ni Rusia, ni Europa, al menos en su amplia mayoría, desean un éxito de ese tipo, ni lo aceptarían voluntariamente.
No pueden permitírselo, incluso porque abandonados a su suerte, sin que nadie intervenga para tratar de corregir sus trayectorias, los dos protagonistas aparecen como destinados a colisionar.
Por lo tanto Rusia y Europa tienen una única posibilidad real de influir sobre esas trayectorias: emprender rápidamente un trabajo en conjunto para construir un “tercer polo” de influencia, para delinear una estrategia común, un plan de acción, una gran alianza.
No digo que éste sería un juego automáticamente vencedor. Por lo menos no lo sería en el viejo sentido y aún en el vigor que esta palabra contiene. No creo ni siquiera que tendría que haber un ganador en esta nueva, gigantesca partida, porque la misma hipótesis de un solo ganador sería altamente peligrosa para todos.
Pero sin embargo se puede hablar de un juego vencedor para todos, basta que lo sea en un sentido totalmente diferente. De hecho el vencedor sería el juego, el único, que permite evitar la colisión entre el viejo imperio, que perece frente a nuestros ojos, pero que quedará monstruosamente armado durante toda su parábola en declive, y el nuevo imperio naciente, que constituye una inmensa incógnita, pero que ya ninguno es capaz de detener.
En todo caso ninguno es capaz de detenerlo en términos de paz.
Los peligros que corremos están delineados claramente aquí y tenemos los cometidos en frente, en todo su gigantesco alcance.
Frente a ellos nosotros disponemos de una política vieja y de liderazgos inadecuados. No es un cuadro alentador, pero observarlo con valor puede sernos útil para entender qué es lo que tenemos que empezar a hacer.

11 de octubre de 2010
Extracto de: megachipdue.info