En este post, querría enfatizar los aspectos relacionados con los terribles daños ambientales de las armas más destructivas que no se escatima en comprar o en utilizar, a pesar de que se haya asumido la crisis cómo un vínculo insuperable para cortar los gastos por parte del Estado. Basta con sacar cuentas al ver los tanques de combustible o los escapes de los velívolos sembradores de muerte, para preguntarse por qué perversa razón el gobierno Monti le parecen indispensables y porqué en cambio Pisapia, el intendente de Milán, ha solicitado dignamente que se renuncie. Si nos fijamos en el consumo de un avión del tipo F-15 Eagle, éste utiliza alrededor de 16.200 litros por hora, un bombardero B-52 12.000 litros por hora, un helicóptero Apache 500 litros por hora. Sobre estas bases se calcula que un mes de guerra aérea implica la emisión de 3,38 millones de toneladas de CO2, el equivalente del efecto invernadero provocado en un año por una ciudad de 310 mil habitantes (similar a Bologna). Durante la guerra Desert Storm se efectuaron abastecimientos de combustible para misiones aéreas por un volumen de 675 millones de litros, equivalentes al tanque lleno de aproximadamente 17 millones de automóviles normales. El tanque de un F-35 contiene 8391 kg de combustible, la combustión por cada litro produce un promedio de 2,5 kg de CO2. Por lo tanto el vaciado de todo el tanque de un F-35 (viaje ida y vuelta a las misiones en Medio Oriente) producen alrededor de 21.000 kg de anhídrido carbónico, igual a la emisión diaria de 1.000 habitantes de nuestro País.
Estos datos aclaran lo que implica no sólo para los “enemigos”, sino también para toda la humanidad y las generaciones futuras aventurarse en la solución armada de los conflictos. Vamos detrás de los Estados Unidos, que en cambio están perdiendo terreno velozmente con respecto a China en el campo de la economía verde. Esto también por culpa del enorme gasto militar que quita recursos destinados a las inversiones públicas para mitigación y adaptación al cambio climático. El gigante asiático, ya líder insuperable de la green economy, gasta aproximadamente un sexto con respecto de la súperpotencia americana para los armamentos y el doble para reducir las emisiones y prepararse para los cambios climáticos. También en EE.UU. está creciendo una oposición a las elecciones de rearme continuo.
Un estudio realizado por el Quadrennial Defense Review propone un cambio de dirección, estimando que mil millones de dólares gastados en armamentos creará unos 8.000 puestos de trabajo, que si fueran invertidos para potenciar el transporte público crearían 20.000, si se gastara para la eficiencia energética en los edificios o para las infraestructuras alrededor de 13.000.
Si se elige el rearme, como indica el hecho de los F-35, además de la devastación de la paz se provoca tanto un daño ambiental en perspectiva como uno ocupacional inmediato. Si se quiere contener en 2°C el aumento de la temperatura del planeta, es necesario limitar las emisiones de CO2 a los 350 ppm. Por lo tanto no sólo renunciar al espantoso consumo energético de las armas modernas, sino destinar a la reconversión ecológica de la economía un porcentaje de PBI equivalente al menos a la mitad de lo que gran parte de las naciones destinan a los gastos militares, creando más riqueza y ocupación. El descenso a 350 ppm se podría alcanzar con una inversión de entre el 1 y el 3% del PBI global. Una inversión previsora, considerando el riesgo enorme del “global warming” y las ventajas económicas, ambientales y ocupacionales que esta decisión procuraría. Entonces, que recapacite el gobierno de Monti, que está tan atento, así dice por lo menos, a la contención y a la productividad del gasto público.
http://www.ilfattoquotidiano.it/2012/05/14/quanto-inquinano-armi/228632/