Jueves 5 Diciembre 2024
donde nadie escucha a nadie, y nadie influye sobre la realidad que en cambio está manejada por una banda de gangsters y de sus subalternos.
El mundo árabe está en llamas, pero las noticias llegan de forma fragmentaria y casi casual. Yemen está al borde de una guerra civil; los Emiratos Árabes Unidos (los mismos que colaboran con la misión “Odisea al alba” en los cielos Libia) usan su policía despiadada para reprimir en sus países los reclamos de libertad; a Túnez la dejaron a su suerte, y lo único que puede hacer la gente de allí es escapar en carretas flotantes hacia Pantelleria.
Kadafi mata. No es la primera vez. Lo hacía también cuando era nuestro amigo y nuestro cómplice; incluso cuando distribuía libretas verdes a algunas prostitutas y aceptaba el beso de manos de sus socios en negocios y colegas de aquel que las convenciones obligan todavía a definir como “de gobierno”. En otros lugares también se mata, se reprime, se tortura, se encarcela. Pero el punto, para el democrático Occidente, no es intervenir donde las situaciones son más difíciles y donde se hace más dura la ferocidad de los asesinos. No. El objetivo es elegir, según la conveniencia y al mismo tiempo mostrar los músculos. Luego de la exportación de la democracia iraquí que recordamos bien, ahora estamos en las “razones humanitarias”: y el mismo presidente de la república finge que se lo cree: y recita la comedia del “ésta-no-es-una-guerra”.
Mientras algunos, de derecha y de izquierda ¿cuentan algo a este punto las distinciones? - se  preguntan si en el fondo no sería mejor prestar más atención a quién estamos apoyando, y que los rebeldes de Bengasi podrían ser peores que los lealistas de Trípoli, podrían incluso ser ¡un horror!, ser “fundamentalistas”... y por lo tanto “terroristas”. Es como decir que aquí lo que a ellos les importa no es intervenir en tutela de los más débiles, una farsa en la que nadie cree, sino atacar a quien se lo considera más peligroso para los propios intereses.
¿Entonces quién es peor? El pais a quien había que llamar al orden ya que amenazaba la introducción en el negocio del petróleo libio de partners no agradables para los occidentales, ¿o los “rebeldes” que quizás sueñan un tipo de equilibrio que mañana podría presentar alguna pretensión comprometedora, por ejemplo sobre el equilibrio del Mediterráneo o del Cercano Oriente?
Mientras tanto nosotros caemos cada vez más en el ridículo: tenemos un ministro de Defensa veterano de un raid aéreo al estilo de Gabriele D'Annunzio sobre Afganistán, ahora vuelve a citar al D'Annunzio de la guerra de Libia, cuando, oh casualidad, se conmemora el centenario de la ocupación italiana de ese país (¿señor Ministro podemos instituir un buen Colony Day, con cascos coloniales de corcho para distribuir en las escuelas? Tenemos un Ministro de Asuntos Exteriores que ahora amenaza con salir de la coalición, si los franceses no dejan de jugar al líder: faltaba sólo la OTAN, demonios, vista la buena imagen que están dando en Afganistán...
No, hablemos claro. A nosotros no nos toman en cuenta en absoluto y no podemos hacer nada. Desde Grosseto despegan los aviones caza que quemando nuestro dinero van a matar gente a Libia, para defender a la población civil y las “razones humanitarias”, junto con los caza de los Emiratos Árabes Unidos (comandados, como es sabido, por célebres gobiernos humanitarios), de los daneses y de los canadienses, que están muy interesados en el asunto, ya que, como se sabe, Canadá y Dinamarca bañan sus costas en nuestro Mediterráneo (por no hablar de ingleses y americanos).
La ONU ha dado la enésima prueba de su ignavia e incapacidad: pero la resolución de su Consejo de Seguridad que autoriza a no se sabe quien a usar “todas las medidas necesarias”, fue honrada inmediatamente, más o menos como las usadas contra Saddam: y en buena hora, dado que, como todos saben, hay numerosas resoluciones que en cambio fueron adoptadas muchas otras veces y que son ignoradas de forma obstinada por la comunidad internacional.
La operación militar “Odisea al alba” que como proclamaban sus promotores, – en primer lugar el Presidente francés Nicolas Sarkozy – tendría como único objetivo el impedir fuertes represalias aéreas de las tropas por parte del rais Kadafi sobre la población civil de las zonas  del país libio por ahora en manos de los “rebeldes”, estalló inesperadamente el sábado 19 de marzo de 2011: el Presidente francés sorprendió de “contragolpe” a la comunidad internacional arrastrándola a una aventura que la ONU se encargó de legitimar en forma tempestiva, a pesar de no poder disimular la molestia. Una movida torpemente realizada, que dio lugar a una coalición “equívoca”, en la cual los Estados Unidos han dado la impresión de haber entrado de mala gana y sólo por no conceder a los franceses la primacía de la iniciativa. Los “aliados” que, por decirlo como el Ministro de Asuntos Exteriores Frattini, “no podían quedar ausentes” de la acción – una opinión a decir verdad más bien débil y que parece compartida tímidamente por el mismo Presidente del Consejo – aparentan ser un conjunto bastante heterogéneo, que va desde España y Dinamarca, hasta Qatar. No es ni la ONU, ni la Unión Europea, ni la OTAN.
Todo ésto en desmedro y desprecio de dos principios que tendrían que estar claros.
Primero, el de la autodeterminación de los pueblos: de todos los pueblos, no sólo de aquellos a quienes algunos en Washington o París consideran como virtuosos. Es un principio-básico de la convivencia y del derecho internacional. Sirve para evitar caer en una jungla en la que sólo valga la ley del más fuerte. Desde hace veinte años, es decir, desde tiempos de Kosovo y de la primera guerra del Golfo, se hace paja de ello. No podemos seguir tolerándolo.
Segundo, el de la iniciativa comunitaria. Las intervenciones humanitarias por parte de la comunidad internacional tienen que decidirse principal y exclusivamente por la Organización de las Naciones Unidas: que no puede ir a remolque de nadie, contrariamente a lo que hiciera en el 2003 con los Estados Unidos, a propósito de Irak y a lo hecho ahora a remolque de Francia.
Ya sería hora de que los países miembros de la Unión Europea, luego de haber dado tantas y tan miserables pruebas de su accionar, comenzaran a actuar de común acuerdo entre ellos – y sin esperar el placet americano, o dejarse arrastrar por los rayos de guerra de los émulos del Bonaparte – y trazar juntos el bosquejo de una política común de defensa.
Finalmente, Italia habría tenido todas las garantías históricas y geopolíticas para presentar una seria y enérgica propuesta mediadora entre Kadafi y los rebeldes: habrían tenido que hacerlo enérgica y tempestivamente, y a tal fin habría tenido que solicitar con fuerza un mandato internacional. Pero, para hacer cosas como éstas, hace falta un gobierno. No una “logia encubierta”, o una organización dirigida a organizar ganancias y festines, o una organización para delinquir.
Por Franco Cardini - 22 de Marzo de 2011
Fuente: www.francocardini.net
Extracto de: megachip.info