Fue declararse culpable de un delito grave -el de conspiración para obtener y revelar información de defensa nacional- (información que fue publicada en 2010 referente a acciones militares y diplomáticas de Estados Unidos en Medio Oriente, entre ellas un video de un ataque de las fuerzas armadas estadounidenses con helicópteros en Bagdad, en el que murieron 11 personas, entre ellas dos periodistas de la agencia Reuters, en 2007) y eso significó, hace pocas horas, su libertad, bajo fianza.
Estoy refiriéndome al fundador de wikileaks Julian Assange quien estuvo prisionero en una cárcel de máxima seguridad de Inglaterra -en una celda de 2x3 metros y aislado 23 horas al día- la friolera de 1.091 días, sin tomar en cuenta la previa, que fue la antesala de su privación de libertad. La noticia nos emociona, y nos llena de felicidad, por cierto, pero al mismo tiempo nos deja el sabor amargo de toda la vivencia suya, no solo privado de su libertad, sino bajo presión y bajo una sistemática tortura psicológica, en el marco de un episodio escandaloso, que cobró notoriedad internacional, y que significó para quienes defendemos la libertad de prensa, y para quienes tenemos consciencia de lo que puede hacer el poder al que señaló y denunció , el mismo Assange, la materialización de un muy alevoso atentado a los derechos individuales.
Un atentado que no derivó en una fatalidad, pero que tensó cruelmente el hilo de la verdad -y de las conciencias- hasta que sobrevino una salida negociada, que seguramente, a él personalmente -íntimamente- le debe estar significando mucho más que a nosotros, quienes no sufrimos su encierro y su lucha en carne propia, pero hicimos parte, como miles de colegas, miles de jóvenes, miles de organizaciones y miles de ciudadanos del mundo, de una campaña de reclamo airado y enérgico, por su libertada. Hoy, vemos que una batalla ha sido ganada, y que la lucha por la verdad y por la libertad en la práctica de nuestra oficio, continúa, tanto o más, que quienes en el mundo resisten a este tipo de autoritarismos y avasallamientos, propios del nefasto imperio estadounidense que pretende disciplinar y coptar al mundo cínicamente, desatando violencias que atraviesan el planeta y no tienen límites. Pero hubo un hombre -un periodista- de nombre Julian Assange que confrontó a los yanquis, y que puso al descubierto sus pútridas fechorías, que costaron vidas humanas -y siguen costando- y al que pretendieron doblegarlo, pero sin éxito.
Entonces, llegar a este acuerdo, para ellos, los poderosos del imperio, no fue un triunfo, más bien, fue una bofetada bien dada en su rostro. Eso queda claro, porque el martirologio de Assange tuvo su sustancia y su sentido. Y él no estuvo solo. Ni está, ni estará solo. Todos fuimos y ahora seguimos siendo Assange. Como desde el primer día, en que la bayoneta de los poderosos mandos e intereses estadounidenses pusieron sus ojos, sus manos y sus leyes, violentamente sobre él, para destruirlo. Ahora -al momento de cerrar este escrito- Julian Assange, tras formalidades de rigor, estará pronto en Australia junto a su esposa e hijos. Libre, pero no doblegado. Libre.
*Foto de Portada: Antimafia Duemila/ de David G.Silvers, extraída del Fatto Quotidiano.