Domingo 15 Junio 2025

El mundo se duerme mientras Gaza desaparece.

El exterminio avanza sin pausa. Palestina está siendo borrada del mapa —metódicamente, quirúrgicamente— ante los ojos de un mundo paralizado, cómplice o distraído. Y mientras todo esto ocurre, la élite "cultural" se viste de gala.

¿Qué clase de humanidad se aplaude a sí misma mientras se perpetra un genocidio?

Esto no es espectáculo, es decadencia. No es arte, es anestesia de masas. No es neutralidad, es rendición moral.

Desde hace casi un siglo, el proyecto sionista ha tenido un objetivo: borrar Palestina, borrar a los palestinos. Y hoy lo materializa a plena luz del día, bajo la coartada hipócrita de la “seguridad”. No es una guerra. Es una limpieza étnica televisada. Es un acto de borramiento sistemático, de colonización total, de nihilismo político. Gaza no está sitiada: está siendo exterminada. Cada bomba es un mensaje: «no están destinados a vivir».

Pero lo más obsceno no es sólo el crimen, es el silencio y la apatía, es la “normalidad”. Es el simulacro de civilización que insiste en seguir funcionando mientras la barbarie se desborda. ¿Dónde están los influencers? ¿Los que dicen defender derechos, justicia, humanidad? Su silencio no es neutral, es complicidad..

Si no usas tu voz, tu palestra, tu cuerpo, tu calle, tu rabia, tu ternura, entonces ya elegiste bando. Y no es el de la vida.

Hoy vivimos el derrumbe final del orden internacional: los Convenios de Ginebra, Nuremberg, la ONU, todo reducido a papel mojado. Hemos vuelto a la ley del más fuerte, a la lógica imperial de la conquista, a la ética del verdugo. Y muchos aplauden.

El horror que hoy presenciamos no es un desvío de la política israelí: es su culminación brutal, premeditada y sistemática. El plan siempre estuvo ahí, inscrito en cada asentamiento, en cada bomba, en cada negación del derecho a existir. No se trata de defensa, sino de ingeniería demográfica y conquista territorial.

La Nakba de 1948 no fue solo una gran tragedia histórica. Fue una estrategia de limpieza étnica meticulosamente diseñada. La expulsión masiva de palestinos, la destrucción de aldeas, la reescritura de los mapas: no fue caos, fue coreografía colonial.

Hoy, Gaza y Cisjordania se han convertido en laboratorios del culto a la crueldad y a la muerte. Allí se prueba la eficacia del genocidio, del hambre como arma, del terror como herramienta de control. Se ejecuta, en tiempo real, el proyecto de hacer Palestina inhabitable.

Gaza no está solo sitiada: está siendo exterminada. En Cisjordania, los asentamientos hacen metástasis como un cáncer colonial que devora la tierra palestina. Colonos armados, amparados por el ejército israelí, llevan a cabo crímenes bajo el silencio cómplice de la comunidad internacional y de quienes no ofrecen más que condenas hipócritas.

El mensaje es claro: “váyanse si pueden… o mueran si insisten en quedarse”.

Esto nunca fue sobre Hamas. Nunca fue sobre rehenes. Mucho menos sobre la seguridad de los judíos.

Israel no lanza bombas de 900 kilos sobre edificios de viviendas para eliminar “terroristas”. Lo hace para quebrar la voluntad de resistir, para aterrorizar a la población civil hasta someterla y forzarla a huir, para borrar hasta la memoria de quienes habitaron esos lugares. Lo hace para borrar la presencia palestina hasta que no quede más que silencio y escombros.

Esto no es una política de seguridad. Es una doctrina de aniquilamiento.

La historia no tendrá piedad con ellos. Llegará el día en que se pregunte: ¿Dónde estabas cuando Palestina sangraba? ¿Quién habló? ¿Quién calló? ¿Quién justificó, con cobardía, complicidad o indiferencia, y con la hipócrita doble moral de la diplomacia, esta carnicería?

Esto no es un conflicto. No es una guerra. No es defensa. Es un exterminio.

Y si el mundo no actúa —con honestidad, valentía y presión implacable—, el último capítulo de la historia de Palestina no se escribirá con tinta. Se escribirá con sangre.

Pero si aún queda dignidad, si aún queda amor, si aún queda un mínimo de humanidad, la respuesta no puede ser seguir como si nada. No hay futuro posible sin resistencia.

No basta con sentir. Hay que desobedecer. Hay que colapsar la normalidad. Hay que poner el cuerpo y la palabra donde la historia tiembla.

Porque lo que ocurre en Gaza no es sólo un crimen contra un pueblo. Es un espejo brutal: nos muestra lo que somos, lo que permitimos, lo que hemos dejado de ser.

El mundo no necesita más galas. Necesita conciencia. Necesita insurrección.

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*Foto de Portada: Antimafia Duemila