Se trata de una declaración muy fuerte, no sólo porque viene de un emérito profesor que es considerado uno de los máximos expertos mundiales en ese sector, sino también porque se basa en análisis y datos que dejan poco lugar a dudas. Sternglass invita incluso a Chu y a toda la administración Obama, a tomar en consideración la idea de proceder a la eliminación de los reactores nucleares y apuntar a las energías renovables. Lo que sobre todo debe haber perturbado al Secretario de Energía, probablemente sea el hecho de que el profesor ha sido en los últimos treinta años, un defensor convencido de la utilización de la energía nuclear. Y ahora justamente él da marcha atrás. ¿Por qué?
Según Sternglass, se trata de “...un trágico y muy poco conocido error que ha sido cometido por la comunidad médica y de los físicos, como yo, durante los primeros años de la Guerra Fría, que ha tenido un rol importante en el crecimiento enorme de la incidencia de enfermedades crónicas como el cáncer y la diabetes y por lo tanto en el costo de la asistencia sanitaria en nuestra nación”.
¿Cuál sería el error? Ha sido el de “presumir que la exposición a las radiaciones consiguientes al funcionamiento de los reactores nucleares por parte de la población, no provocaría ningún efecto negativo sobre la salud humana”. En cambio, las mediciones efectuadas en los últimos años por un grupo de médicos investigadores de Pittsburgh, lleva a conclusiones opuestas: “Ésta hipótesis estaba basada en nuestra experiencia de medio siglo de estudios que no han mostrado ningún aumento perceptible en las tasas de cáncer para las personas que han estado expuestas a los rayos X con objetivo de diagnóstico.
Lo que no se ha comprendido es que los elementos radiactivos creados por la fisión del uranio, no han producido solamente un pequeño aumento en la cantidad recibida del exterior, como dosis natural de fondo. En cambio, las partículas y los gases producidos en el proceso de fisión y liberados en el ambiente, provocan daños de radiaciones mucho más superiores a los provocados por los rayos X utilizados con objetivo de diagnóstico, ya que los productos radiactivos de fisión y los óxidos de uranio son inhalados e ingeridos con la leche, el agua potable y el resto de la alimentación, concentrándose en órganos críticos del cuerpo”.
En práctica, el profesor admite que las viejas mediciones de radiactividad y de interacción biológica, fueron tomadas con los rayos X con objetivo de diagnóstico. Es decir, con los instrumentos para radiografías. Instrumentos que han expuesto las muestras, no solo a dosis inferiores con respecto a las reales, sino también a radiación pura, y no, como sucede en la realidad, también a isótopos de elementos químicos que no tendrían que entrar en contacto con nuestro organismo.
“Así – continúa la carta de Sternglass – el yodo-131 ataca a la tiroides y perjudica la producción de hormonas del crecimiento y favorece el cáncer de tiroides; el estroncio-90 se concentra en los huesos, donde daña la médula hematopoyética, provocando leucemia, además de daños a los glóbulos blancos del sistema inmunitario, que combaten a las células tumorales y a las bacterias; el Cesio-137 se concentra en los tejidos blandos como el seno y los órganos reproductivos masculinos y femeninos, y provoca varios tipos de cáncer en personas adultas, en sus hijos, así como en las generaciones sucesivas”.
Claro, todo surge de una difundida ignorancia que existía sobre todo durante los primeros 50 años, cuando gran parte de nuestros actuales conocimientos en relación a los efectos biológicos de las radiaciones todavía pertenecían a la ciencia ficción. Era la época en la cual los tests nucleares a gran escala, sobre todo de tipo militar, mucho más invasivos y peligrosos con respecto a cualquier reactor de una central, se efectuaban en el desierto de Nevada. En esa época todavía no se sabía que los efectos de las radiaciones eran decenas de cientos de veces más graves para un niño en edad prenatal, aún en el seno materno y generalmente para los niños muy pequeños. Sobre éste tema el profesor tiene buena memoria, de hecho recuerda: “Tampoco se ha descubierto hasta los primeros años de la década del '70, que las exposiciones prolongadas a radiaciones de productos de fisión que se acumulan en el cuerpo, son mucho más peligrosas que la misma dosis total recibida en una breve exposición a rayos X”.
El resultado de esta falta de consciencia está en el hecho de que por décadas, han sido erradas las mediciones de los riesgos biológicos, hechas en todas las instalaciones nucleares, militares o civiles que hubiese. Con mediciones equivocadas muchos gobernantes pudieron, con datos numéricos (equivocados) en mano, convencer a la población preocupada, diciéndoles que los niveles de “fallout” nuclear eran tan bajos como para no poder causar efectos negativos. Fue la época, por todas partes menos en Finlandia e Italia, del gran engaño del “átomo pacífico”, la época de la extinción de las centrales a carbón en casi todos los Estados Unidos, para reemplazarlas por “la energía nuclear limpia”.
La carta del profesor continúa haciendo referencia a un tiempo ya pasado en los Estados Unidos, pero que recuerda terriblemente la actualidad italiana: “Así se dio comienzo a un programa de construcción de un gran número de instalaciones nucleares que tuvieron el permiso de descargar pequeñas cantidades de productos de la fisión, comparables con los niveles de recaídas atmosféricas de los tests nucleares. (…) Por lo tanto cuando se descubrió que pequeñas cantidades de productos de fisión causan daños mucho mayores con respecto a las previsiones (no sólo leucemia y otras formas de cáncer, sino también partos prematuros, bajo peso en el nacimiento y mortalidad infantil), esos resultados fueron ocultados por nuestro gobierno, por miedo a que éstos pusieran en peligro el valor de disuasión del arsenal nuclear”.
Pero el final de la carta abre una esperanza – o mejor una estrategia, una solución – que la ciencia ofrece a la política americana: “Afortunadamente el reciente, rápido desarrollo de las energías alternativas, permite entrever el final de ésta tragedia, desde el momento en el cual es posible convertir las viejas instalaciones nucleares en centrales a gas natural. Esto puede llevarse a cabo con un costo mínimo con respecto al que se necesita para la construcción de nuevas centrales, en la espera de que las alternativas emergentes (eòlicas, fuentes geotérmicas, e hidroeléctricas) puedan tomar su lugar.
Si nuestra nación que ha construido los primeros reactores y las primeras armas nucleares anunciase el objetivo de eliminar gradualmente los reactores nucleares a fisión, que producen también el plutonio y tritio necesarios para las armas nucleares, desarrollando la fusión nuclear y otras fuentes alternativas de energía no contaminantes, ésto ayudaría a volver más fácil el objetivo declarado por el presidente Obama de un mundo libre de armas nucleares. Así será posible mirar a un mundo libre del peligro de la destrucción de la vida humana con armas nucleares de uranio enriquecido y plutonio, que se producen sólo en reactores a fisión, junto con los residuos nucleares altamente tóxicos, que siguen siendo letales a lo largo de miles de años”.
No sabemos si la política americana sabrá aceptar la sugerencia proveniente del mundo científico y muy a menudo, en el pasado, la política no ha sabido interpretar en absoluto los imputs provenientes del mundo científico, llegando a menudo a “frenar" a la misma ciencia. ¿Y qué hará por su parte Italia?
Alessandro Iacuelli
3 de junio de 2010
Artículo extraído de www.decrescitafelice.it