Viernes 29 Marzo 2024
El 7 de mayo manifestación global por el pueblo de Colombia, es lo menos que podemos hacer
 
Por Jean Georges Almendras-6 de mayo de 2021

Porque arde Colombia, se nublan nuestros ojos de lágrimas, porque sentimos rabia, porque sentimos impotencia, y sobre todo porque tenemos sed de justicia. Pero ellos, los apaleados y los baleados, en las calles en las ciudades de Colombia, algunos mueren y otros sobreviven con sus cuerpos mutilados y con sus ojos vaciados. Pero otros son desaparecidos. Así de bruto: desaparecidos, a la vista de miles de ojos. Porque las bestias represoras vestidas de uniforme de muerte para hacer gala de sus ropajes, defendiendo a los criminales de saco y corbata, sentados en los cómodos sillones de las instituciones democráticas de un país que hoy es un caldero, no bajan los perfiles de sus violencias: armas largas, armas cortas, helicópteros artillados baleando desde las alturas, y sobre todo ferocidad en sus movimientos, en sus corridas, en sus embestidas. Las embestidas contra una sociedad que se descompone, porque su protesta, que por otra parte es justa e inevitable, se torna tempestuosa. Se torna impactante. Se torna histórica y emblemática, en una América Latina desangrada por la acción nefasta de quienes tienen el sartén por el mango, sin importarles el destino de sus pueblos, porque están obnubilados por los egoísmos y los individualismos criminales del veneno capitalista que corre por sus venas, porque defienden sin mirar consecuencias, cuidando sus intereses y un solo valor: el valor absoluto del dinero. Cuidando además, una calidad de super vida (pisoteando a quienes padecen privaciones y persecuciones, y ahora reciben por toneladas, golpes y plomo) haciendo a un costado a los que viven casi en condiciones “infrahumanas”, como si ellos, las “gentes del pueblo” fueran el lastre que entorpece y molesta a la burbuja de oro y plata, en la que se encuentran, todos y cada uno de los que ordenan, fomentan y encubren las represiones, con el detalle más aterrador, de que quienes blanden barrotes y armas, y visten uniformes “también son pueblo”, transformados en sicarios de los poderosos de turno.

Ya van más de 31 muertos, y las cifras tienen tendencia a subir. Hora tras hora, el descontento social se instala en las calles, y son los jóvenes los que ponen el pecho a las balas y los que responden a los uniformados que sabiéndose impunes arremeten y balean con sus armas de reglamento. Y no son balas de goma, las que utilizan. Utilizan balas de plomo. Utilizan gases lacrimógenos y todo tipo de carros para sacarse del medio a los revoltosos, a los que provocan disturbios, a los inadaptados, que por “deporte” salen a las calles a arrojarles piedras y botellas, y a insultarlos enérgicamente.

La causa (el origen) de estas escenas surrealistas y en ocasiones (dirán los espectadores incautos) “que atentan la sensibilidad” son las medidas -básicamente económicas- implementadas por una administración gubernamental cínica y criminal, que busca aplastar a los sectores populares, para salvaguardar intereses del capital financiero local, regional y mundial.

Un país de 50 millones de habitantes, con un índice de pobreza del 42 por ciento por el 2020, no es garantía de pacificación, es garantía de lucha social. Una lucha social que siempre ha sido criminalizada, desde las esferas del gobierno, y que se ha fortalecido en los últimos tiempos, porque ya resultaba insostenible tolerar tantos abusos. Una lucha social cuyos cimientos se centraron en temas, que no fueron debidamente atendidos, relativos a la salud, la educación, la vivienda, el empleo y el pedido de transparencia en la lucha contra la corrupción. Y paso a paso, en paralelo a todos estos planteos, que literalmente no favorecieron a los sectores populares, desde tiendas gubernamentales la insensibilidad se fue instalando, a pasos agigantados, como mentora de una gestión Duque, que superó los límites e hizo que el vaso se desbordara al aprobarse la reforma tributaria. El desequilibrio fiscal no les hace mella ni a las clases sociales altas, ni al sector de los empresarios, pero sí estrangula la vida de los trabajadores asalariados y de los estudiantes, y, por si fuera poco, hace que el hambre se desparrame por todos los rincones del suelo colombiano. Duque, seguramente a presión popular, dió marcha atrás, pero el malestar social no siguió por el mismo camino, todo lo contrario, se potenció mucho más.

“Paro Nacional” es la expresión que se oye gritar en Colombia, como símbolo de una lucha que segundo a segundo aumenta, en participantes y en adherentes. Porque las muertes de los ciudadanos y ciudadanas, las desapariciones forzadas, los extremísimos abusos policiales y militares registrados en calles y plazas, en los cuatro puntos de la tierra colombiana, han sensibilizado en grado máximo a la región y al mundo entero. Pero, desafortunadamente, eso no significa, que todos se comprometan con esa lucha y que la comunidad internacional extienda su brazo en favor de familiares de muertos, de apaleados y desaparecidos. Tampoco significa, desafortunadamente, que las figuras del gobierno colombiano hagan oir sus voces de repudio y de protesta, frente a tanta masacre, ni en las oficinas del presidente Iván Duque (en la Casa de Narino), ni tampoco en el Congreso. Porque en el mundo, hay indiferentes e insensibles, pero además, y quizás sea lo más grave, hay desinformados, porque los grandes medios que no son independientes, osan informar medias verdades y no van hasta el hueso, porque son complacientes, y a la larga, cómplices.

Nos queda claro, y le queda claro al mundo, que Iván Duque y quienes lo secundan en su gesta criminal, no están levantando un dedo para pacificar; todo lo contrario, están levantando los pulgares para que los integrantes del aparato represor (policías y militares) acometan con sus armas, abriendo fuego, sobre los manifestantes, sin importar sexo ni edad; porque según sus arengas oficialistas, los manifestantes son saqueadores, aprovechadores y malvivientes que deshonran con sus protestas la buena imagen del gobierno fascista, del cual son sus personeros y sus soportes. Los soportes de un sòlido y cruel cimiento neoliberal, cumplido a rajatabla, tal como pasó en tiempos pasados. Los tiempos pasados en los cuales nacieron las guerrillas y los movimientos campesinos, con sus líderes y sus activistas, que década tras década fueron sembrando de protestas y de sacrificadas movilizaciones, montes, selvas y ciudades, en una guerra que demandó cerca de cincuenta años, hasta que sobrevino el tiempo de los acuerdos para la desmovilización y el desarme. Pero Colombia no se pacificó, porque los gobernantes no contemplaron ni acuerdos ni desarmes. Tanto no los contemplaron que pomposamente hicieron girones los caminos supuestamente pacificadores, dejando atrás las bellas palabras, para entrar en el terreno de los hechos. Los hechos, propios de los fascismos instalados en sillones y acomodados en edificios carentes de sensibilidades democráticas. Los hechos, propios de personajes siniestros, extremadamente sobrados en virtudes autoritarias y con instintos asesinos. Los instintos asesinos que hoy desencadenaron las tormentas inenarrables que ahora mismo tienen el rostro de una masacre. Una masacre terrible.

Duque vocea a través de la gran prensa que detrás de las manifestaciones (que ya han dejado un saldo estremecedor de más de 800 heridos) está la mafia del narcotráfico y el terrorismo urbano, y un estudiante, uno de tantos que están en las calles, de nombre Héctor Cuinemi, afirma al periodismo: “duele la negligencia de un gobierno que está sordo, que prefiere enviar fuerza pública en vez de ayudar a la gente, prefiere ayudar a los bancos y a las grandes empresas”.

Progresivamente pobladores de ciudades como Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Pasto, en la región sur de Colombia, entre otras, se van sumando a las manifestaciones. Y el denominador común, es la sangre de los caídos tiñendo calles y aceras. El denominador común son las embestidas de los represores. Los miedos y las valentías, aunque van a la par, no disminuyen la intensidad de las resistencias. Miles son los celulares que capturan imágenes de los horrores. Imágenes que se viralizan casi de inmediato. Imágenes que son evidencias de lo que puede llegar a hacer el terrorismo de Estado.

Para Iván Duque, hay que respaldar a la fuerza pública que es “víctima de la ira de los manifestantes”. Voceros de la Unión Europea y de las Naciones Unidas, hipócritamente o no, condenaron las represiones del Estado colombiano declarándose “alarmadas” por los acontecimientos. Desde Amnistía Internacional fueron más contundentes, se exigió que las autoridades colombianas “investiguen de forma rápida, independiente e imparcial todas las denuncias de uso excesivo e innecesario de la fuerza contra manifestantes”. Y a nivel de Reporteros Sin Fronteras, se denunció la friolera de 76 agresiones contra periodistas por parte de las fuerzas de seguridad.

A nivel mundial se anuncia para este 7 de mayo una manifestación global frente a las embajadas y consulados de Colombia, por el desmonte de la ESMAD y contra la represión al pueblo colombiano.

Un anuncio que es una convocatoria. Una convocatoria, que también parte de nuestra redacción de Antimafia Dos Mil, para el mundo. Para que el clamor de justicia global sea una constante, taladrando la inconciencia de los gobernantes, y de quienes fuera de su tierra, representando a Duque en las sedes diplomáticas, de América Latina y el mundo, asuman sus responsabilidades morales ante tanto atropello.

Colombianos residiendo en tierras extranjeras y no colombianos, se habrán de encontrar mancomunados en un mismo objetivo. Unidos bajo la firme necesidad de apoyar y de denunciar al gobierno fascista de Iván Duque. Jóvenes y no tan jóvenes se habrán de encontrar para compartir una misma lucha, una misma causa.

Entre las convocatorias que nos han llegado a nuestra mesa de trabajo, tomo una de ellas para compartir, como emblemática de los pueblos originarios: un mensaje de apoyo al pueblo colombiano de Moira Millán, la weychafen de la comunidad Pillán Mahuiza de Chubut Puelmapu, Argentina.

“Hoy se está masacrando al pueblo de Colombia. Este asesinato en masa contra un digno pueblo, que reclama justicia solo está siendo posible con la complicidad silenciosa de todos los gobiernos del mundo. Desde allá nos piden que el 7 de mayo, los pueblos del mundo rompamos el silencio, exijamos justicia, en cada embajada, en cada consulado colombiano. Que Iván Duque, ese parricida, ese asesino, pueda ser alcanzado por las manos justicieras de los pueblos del mundo. Les ruego que no dejemos solos al pueblo de Colombia, que nos comprometamos a que el 7 de mayo salgamos a la calle para decir basta a tanta muerte, a tanta masacre. Esto también es parricidio, es ahora y es urgente”.

La pesada responsabilidad de quienes no estamos en las calles de Colombia soportando golpes y arriesgando vidas es enorme, siempre y cuando nos llamemos al silencio, y a la no denuncia. Como enorme es la responsabilidad del gobernante Iván Duque, por disponer la masacre y la violencia, organizando además (con respaldo expreso) la macabra tarea de descargar criminalmente balas y más balas sobre el pueblo, al que debería proteger y tutelar, como jefe de una nación.

Su pasaje por la historia de Colombia, no lo enaltece. Hoy lo denigra y lo denigrará siempre.

--------------------

*Foto de portada: www.diariotiempo.com