Primera parte
Es de la condición humana, exclusivamente, siempre llorar después del atentado mafioso. Siempre llorar, después de la soledad a la que estaban expuestas las víctimas. En particular las víctimas de las mafias del mundo. Víctimas que, con su sangre, riegan las calles y laceran el alma de una sociedad que no sabe otra cosa que recibir con impotencia e indignación la novedad de la tragedia. Y en realidad, son pocos los que comprenden cabalmente el daño causado.
Después de la hora 14:32 de aquel 16 de octubre de 2014, en que a balazos mataron a Pablo Medina y Antonia Almada, en la soledad de un camino rural de Villa Igatimi, unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Curuguaty, en la región noroeste del Paraguay, cuando estaban sin custodia policial, se abrieron las puertas de los asombros y las lágrimas comenzaron a asomar en muchos rostros paraguayos. Y en algunos casos fueron lágrimas de cocodrilo.
Hasta ese momento, Pablo Medina estaba solo. Esa soledad propia de los que luchan sustentados en sus convicciones y no en el protagonismo de la especulación y la fama. Hasta ese momento la onda expansiva de lo mediático, como escudo protector, no tenía la magnitud de nuestros días, que nos lamentamos de su desaparición física a cada instante y lo homenajeamos, cada 16 de octubre, con bombos y platillos, reclamando justicia. Hasta ese momento Pablo era un paria de la información, recorriendo caminos y zonas rurales en su tierra natal, cumpliendo con su labor. Denunciando. Revelando. Literalmente expuesto.
A dos años de su ausencia física. A dos años de la ausencia física de Antonia Almada, en unos no hay respiro para evitar que la impunidad haga trizas nuevamente al hombre incorruptible, y en otros tampoco hay respiro para lograr el efecto contrario.
Desde las sombras hacen denodados esfuerzos para hacer añicos toda suerte de conciencia y toda suerte de memoria, honrando a los mártires. Esa memoria indispensable para que los pueblos despierten y la lista de mártires no aumente, aunque sabemos, si leemos los diarios y vemos televisión, que eso no ocurre. Esa lista aumenta en todo el mundo. Pero lo más grave es que la impunidad revolotea siempre más y más sobre nuestras cabezas. Y nos descontrola. Nos confunde. Nos estaquea en la inercia y en la pasividad. Nos hace frente y nos daña: cuando por ejemplo se dilata y dilata el juicio oral del sospechoso de ser el ideólogo del crimen de Pablo: Vilmar “Neneco” Acosta. O cuando en el Brasil se detiene a uno de los sicarios y se aguardan eternidades para extraditarlo. O cuando sigue prófugo su cómplice. O cuando Vilmar “Neneco” Acosta, que permanece recluido en una celda de la cárcel de Tacumbú, sorprendentemente tiene luz verde de las autoridades para ser entrevistado por un equipo televisivo de prensa, por el término de una hora. Una hora que bastó y sobró para que este sujeto pueda ponerse a buen recaudo ante la opinión pública, siendo que aún sus palabras y sus descargos no fuesen escuchados por los administradores de justicia. Una hora que bastó y sobró que enlodar cobarde y perversamente a Pablo Medina, colmándolo de todo tipo de expresiones injuriosas. Algo inaudito absolutamente, que según nos dijeron, ya es moda en el Paraguay.
Pero no nos llevemos a engaño a dos años de aquella tragedia, porque su muerte se venía anunciando hacía tiempo. Porque las amenazas existían y porque los miedos no lo dejaban en paz. Porque se sabía sentenciado. Pero pese a ello, no bajaba los brazos.
Pablo Medina, fue oportunamente amenazado y oportunamente custodiado. Y oportunamente entregado a sus asesinos, en un país manipulado históricamente. En un país devorado por la corrupción y una criminalidad a la vera del camino, socavando democracias hipócritas y esperanzas populares.
Segunda parte
Con motivo de cumplirse el segundo aniversario de la muerte de Pablo y Antonia este mes de octubre debí trasladarme al Paraguay, desde Montevideo, Uruguay. Cruzando fronteras inevitablemente me puse a recordar en el trayecto (sorteando carreteras, aduanas, controles y cansancio) nuestro viaje del año pasado -2015- cuando junto a no pocos redactores de mi país y de Argentina viajamos con el mismo cometido, por tratarse del primer aniversario del atentado: a la ciudad de Asunción, a Curuguaty y a la zona exacta donde se consumó el doble crimen, en Villa Ygatimi, tierra de narcos.
Llevando como portaestandarte esos recuerdos y sin contar con los numerosos viajeros de ese último homenaje, en este 2016, entramos al Paraguay. De Argentina me acompañaron Matias Guffanti, Ramiro Cardozo, Raúl Blázquez y Alejandro Díaz. No pudimos ser el casi centenar de personas que dimos consistencia a una movilización memorable, un 16 de noviembre de 2014 en la Plaza de la Democracia, a tan solo un mes del mortal ataque. No pudimos tampoco ser ni por asomo el mediano contingente de periodistas del pasado 2015.
Pero fuimos. Pocos, pero fuimos. Estuvimos presentes junto a los periodistas paraguayos de nuestra revista Antimafia Dos Mil, Jorge Figueredo, Omar Cristaldo, Félix Vera, y junto a sus respectivas familias que nos dieron la apoyatura necesaria para nuestra estancia. Estuvimos junto a la familia de Pablo Medina. Junto a sus tres hijos, junto a Olga su esposa, junto a sus hermanos, cuñados y junto a su padre, cuya mirada firme y su andar sereno, no se ha debilitado pese al sufrimiento de haber perdido a Angela, su compañera de vida. Estuvimos junto a amigos de Pablo Medina, de allí de Curuguasty, ciudad en la que residió hasta el momento de su muerte. Y estuvimos con amigos de este camino de lucha. Y estuvimos con ciudadanos de vida simple que entendieron (y entienden), quizás más que nosotros, el sentido de nuestros viajes y el homenaje a esos seres queridos que cayeron bajo el plomo mafioso. Pero más aún, que entendieron por aquellos días la soledad de su lucha y su desamparo. Porque lo palparon, lo vieron y lo sintieron.
Tercera parte
En este homenaje a Pablo y Antonia, sumamos la presentación de un documental que elaboramos hace dos años y que debimos actualizarlo para este 2016, con todos los hechos que se fueron sucediendo en los últimos tiempos.
“Pablo”, así se titula la realización documental, de 59 minutos. Un homenaje a su persona y a la persona de cada uno de los 17 periodistas paraguayos asesinados en democracia. La “democracia” que sobrevino después de la caída del stronismo.
“Pablo”, que denuncia al perverso y burdo entramado que rodea al doble crimen de Villa Ygatimí. Que es una revisión del sentido y de la esencia de una lucha encarnizada contra la corrupción y el narcotráfico, y la narco política en el Paraguay y en particular en la zona de frontera seca con el Brasil, donde residía Pablo. Una lucha que genera sacrificios, desventuras, desilusiones y hasta la muerte, como metodología para “silenciar”.
“Pablo” no representa más que un grano de arena nuestro para tomar conciencia del verdadero –y muy grave- problema que deben afrontar los paraguayos en su tierra. No se trata de una producción documental con fines de marketing o con fines económicos. Fue llevada adelante con los esfuerzos compartidos de muchos colaboradores de Paraguay y de Argentina. Se recabaron testimonios, se registraron imágenes. Se compaginaron ideas y se revivieron vivencias. Hubo una muy prolija edición de Erika Pais que armonizó con el guión, porque la particularidad de todos quienes nos involucramos con el proyecto, fue hacerlo de de corazón. Desde el alma. Como desde el alma fue el mensaje de Eduardo Galeano, como adhesión expresa para la movilización en la Plaza de la Democracia del 16 de noviembre del 2014, a tan solo un mes del atentado.
“Quiero sumar mi nombre a las declaraciones de repudio a las ejecuciones de campesinos y periodistas que están sembrando de horrores mi entrañable tierra paraguaya. Quienes conocemos y amamos ese país sabemos por experiencia que es el terrorismo practicado por el poder el que se enmascara para asesinar impunemente a los que defienden sus acosadas tierras y su libertad de expresión” escribió Galeano.
Cuarta parte
Decíamos al comienzo que es de la condición humana siempre llorar, después del atentado mafioso. Derramando lágrimas verdaderas y lágrimas de cocodrilo. Pero llorar, para demostrar que ya no está entre nosotros, quien debimos valorar, reconocer, proteger y apoyar, no es fuciente. Llorar desconsoladamente, como si de esa forma pudiéramos exorcizar los demonios del remordimiento de no haber estado donde debíamos haber estado, no es suficiente. Llorar desconsoladamente, para convencernos que si alguna vez dijimos que no era importante Pablo Medina, lo dijimos por ignorancia y no por negligencia, no es suficiente. Hay que actuar. Salir de nuestras torretas. Y de nuestras comodidades. Y comprometernos. Me incluyo. No hacerlo, con nombre y apellido nos convierte en demagogos
Y si no estuvimos antes de la tragedia de Pablo. Ahora debe ser diferente. Debemos estar presentes. A costa de nuestras fatigas, de nuestras inversiones y de nuestras disponibilidades. Debemos homenajearlo más allá de las palabras y debemos impulsar ese homenaje. Incentivarlo. Promoverlo. Porque solo así no seremos contradictorios con nuestros principios. Y porque solo así respetaremos su persona y su martirio.
Epílogo
¿Somos muchos o pocos los redactores del mundo que compartimos esta lucha y estas ideas? ¿Son muchos o pocos los paraguayos que se hacen los “ñembotavy” –desentendidos- ante el doble crimen? ¿Son pocos los políticos que formen parte de la red narcotraficante imperante en el Paraguay? ¿Son muchos o pocos los hombres y mujeres del Estado paraguayo cómplices de baños de sangre y de impunidades al servicio del crimen?¿Son muchos o pocos los jóvenes que comprenden todas estas situaciones y se alinean con la cultura a la legalidad?¿Son muchas o pocas las oportunidades que esa juventud tiene para educarse en la legalidad y no en contrario?¿Son pocos o muchos los artículos periodísticos , los programas de radio, los libros, los sitios y los documentales antimafiosos que circulan por el mundo?
Preguntando se llega a Roma, dice el refrán. Pero preguntándonos en serio, y no como un pasatiempo, sobre si somos pocos o muchos en este camino, y preguntándonos (profundamente) sobre estas dos muertes (y las de otras personas , en otros países del mundo) y sobre la realidad paraguaya y regional, llegaremos a la verdad y podremos sentirnos partes de una causa a favor de la justicia: sea en Paraguay, Argentina, Uruguay, Italia, Honduras, México, algunos de los territorios del planeta donde las muertes de mafia y de terrorismos de Estado, de ayer y de hoy, sobran y estremecen, y nos dan de bruces con una única salida: ofrecer resistencia, codo con codo, sin importar etnias, lenguas, y distancias.
“Pablo”, el documental, solo nos aporta algunas respuestas. Qué hacer con ellas, es un asunto de cada uno. Conciencia de por medio.
*Foto de portada: www.curuguatydigital.com