Por Saverio Lodato - 11 de febrero del 2018
Alguna vez fueron llamados los Condenados de la Tierra, los explotados, los colonizados, los esclavos negros, marginados que fueron utilizados para engrasar la aceitada máquina del imperialismo secular, las mujeres y los hombres descartables, la fuerza bruta del trabajo. Pero sucedió en los días en que el mundo todavía estaba separado de las ideologías: visiones diferentes de la posible forma de ser de las sociedades diseminadas por el planeta, visiones utópicas que, sin embargo, con el tiempo serían interrumpidas por las duras lecciones de la historia. Hoy, a los condenados de la tierra, ya no sabemos cómo llamarlos.
Tienen millones de caras, pero no tienen un nombre que los una, que los distinga.
¿Inmigrantes, emigrantes, ilegales, refugiados, rechazados, no deseados?
Cada palabra solo habla de una "pieza" de ellos, de sus vidas, de su tragedia común.
Desembarcan, aterrizan, huyen, son rechazados, bombardeados, se reencuentran, a quienes les va mejor, en un punto de partida eterno. Inmóviles, eso sí, en su desesperación, que pretendían convertir en esperanza.
Sanremo, el Festival de Sanremo.
¿Y qué italiano con sentido común podría haber predicho alguna vez que la mayor humillación para la política italiana explotaría repentinamente dentro del templo de las "canzonetas"? Sin embargo, sucedió. Pero el monólogo de Pierfrancesco Favino no fue una "canzoneta", fue una descarga eléctrica.
Descarga eléctrica para aquellos líderes de derecha y centroderecha que saquean, en los tiempos de campaña electoral, para recolectar votos.
Descarga eléctrica para los líderes de izquierda y centro izquierda que se lanzan en persecución como chacales con la esperanza de recuperar los votos que temen perder.
Descarga eléctrica para los lugares comunes. Para las frases hechas sobre el tema.
Descarga eléctrica para tantas almas bellas del opinionismo periodístico y televisivo, nunca tocado por el problema de ofrecer a lectores y espectadores las herramientas auténticas para comprender.
Favino, para dejar en claro de qué se trata, de qué estamos hablando, cuáles son las dimensiones de la tragedia, da voz a uno de ellos, uno de los que alguna vez, en el tiempo de las ideologías, fueron llamados los condenados de la tierra.
Y sonó para que se oyera fuerte, frente a millones y millones de italianos, una voz que provenía de lo profundo, una voz colectiva que durante años ha sido ignorada porque nadie está interesado en reunirla y escucharla.
Es la voz del "otro". De lo que vemos solo en número y en forma de estadísticas. De un ejército amenazante que invade nuestras fronteras. Ejército que contaminará irremediablemente a nuestra "raza blanca". Ejército de enemigos que quieren quitarnos nuestros hogares, nuestro trabajo, nuestros hijos, nuestra seguridad, incluso nuestra bandera. Ejército que no tiene nombre, porque no puede tener un nombre la horda que amenaza con sumergirnos.
Haciendo hablar a uno, Favino hizo hablar a todos.
Favino, multiplicando infinitamente el texto de Bernard-Marie Kolthes, ha redimido por una noche el silencio del régimen, que no solo es itálico entiéndase bien, sino que ha sido propagado con ambas manos por legiones y legiones de chacales.
Los que, ahora, dirán la suya.
Serán entrevistados por la norma de la "par condicio", para expresarse sobre esta inesperada descarga eléctrica que ha caído sobre ellos desde el Templo de las "canzonetas".
Solo esperamos que, después del monólogo de esa noche, los italianos hayan aprendido a tener menos miedo al "otro".
Un "otro" que, como todos nosotros, tiene derecho a tener la palabra.
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