Jueves 28 Marzo 2024

Dimitir, haciendo creer que existe un “mundo de arriba” y un “mundo de abajo”, tomando prestados los términos lingüísticos usados por los “sociólogos criminales”, a la Carminati*.
Dimitir, haciendo creer que el “mundo de abajo” se puede limpiar emitiendo pedidos de captura, y que el “mundo de arriba”, por ósmosis, quedará purificado, sin que el mismo “mundo de arriba” decida ir finalmente, una vez y para siempre, a Canossa*.
Dimitir, haciendo creer que Italia, en el marco del proscenio internacional que se encuentra en fuerte ebullición, esté jugando su partido a la par de sus partners.
Dimitir, haciendo creer que se pueda apropiar propagandísticamente de las palabras del Papa Francisco, con el fin de utilizarlas en la obra teatral italiana.
Esperábamos con curiosidad el último discurso del Jefe de Estado, Giorgio Napolitano, para el día de fin de año. Sabíamos que se habría tratado de una tarea ardua, por la cantidad  y la complejidad de los problemas que estamos a punto de acarrear hacia el 2015, en cambio nada, de hecho, los dejamos definitivamente a espaldas nuestras.
No pretendíamos asistir al remolino de la varita mágica, a revelaciones sensacionalistas sobre el futuro inmediato, a crueles autocríticas sobre las reformas institucionales que todavía están todas por llegar, en primer lugar la ley electoral, ni mucho menos (que Dios nos libre y nos guarde) el reconocimiento de haber cometido algún error por parte de alguien que – no nos olvidemos – ha estado sentado en el sillón  Presidencial durante nueve años seguidos.
Giorgio Napolitano, permitidnos decirlo, no pertenece a la escuela de Pepe Mujica, el Presidente de Uruguay, que dona el 90% de su sueldo mensual a instituciones de beneficiencia, que se negó a vivir en la residencia presidencial, que vive en una casa de cincuenta metros cuadrados, que conduce un viejo “escarabajo” Volkswagen, hace la cola cuando tiene que ir al hospital, tiene catorce años de cárcel a sus espaldas por haber sido opositor al régimen.
Pero existen otras opciones no tan extremas.
De hecho no era necesario ser un Pepe Mujica para decir una palabra en contra de las espantosas desigualdades entre “ricos” y “pobres” que existen en Italia. Para observar lo que todos saben: que la presión fiscal más alta de Europa se registra precisamente en Italia. Para pronunciar un J'accuse, quizás incluso en passant, en contra de la “partidocracia” que sigue succionando las mejores linfas vitales del P
país. ¡Y esto – más allá de que una cosa no excluye a la otra -, cuánta fuerza, cuánto vigor, cuánta credibilidad, le habría dado a la diatriba en contra de la “anti-política”!
No era necesario ser un Pepe Mujica para facilitar la investigación de los Jueces de Palermo sobre la negociación Estado-mafia, en lugar de obstaculizarla con perniciosa determinación, al punto tal de intentar a toda costa de evitar el interrogatorio que sin embargo tenía el deber de aceptar Sandro Pertini, Oscar Luigi Scalfaro, Carlo Azeglio Ciampi, en cierto sentido el mismo Francesco Cossiga, dejaron su marca, haciéndose cargo de las emergencias atravesadas por las diferentes Italias respectivas a sus mandatos de siete años.
Pero ¿Napolitano? Monocorde, monotemático, en ese deseo suyo de cepillar todas las aristas, todas las imperfecciones, todos los boomerangs del infinito enigma Italia, mientras lo que en realidad si se necesitaban eran palabras de denuncia. Nos resultó difícil, al escuchar su discurso, captar una nota phatos, de cercanía a quienes lo estaban escuchando, apostrofado con perífrasis de burocrática frialdad: “quiero dirigirme a cada uno de vosotros, como personas, como ciudadanos”. Demasiada gracia, dan ganas de decir.
Ni tampoco vimos como una gran prueba de estilo el hecho de haber afirmado por enésima vez que al final de su primer mandato fueron los demás los que le pidieron un bis, y que aún hoy, a quienes volvieron a pedírselo, les tuvo que anteponer el obstáculo – absolutamente respetable como es obvio – de su avanzada edad. Y a los historiadores del futuro, que escriban sobre él, les pide que lo hagan, cuando llegue el momento, “con objetividad pero también con espíritu crítico”, casi como que a esos niveles esté incluso contemplada la posibilidad de elegir los futuros históricos de familia.
El reloj de arena ha dejado pasar sus últimos granos. Se da vuelta la página. Una vez que ha dimitido  un Jefe de Estado viene el siguiente. Veremos, dentro de poco, como y quién será el próximo. Mientras tanto los juglares y bufones del Palacio del Quirinal ya están listos para el próximo vals.
Pero ¿puede ser que nunca nadie haya sentido el deber de observar que Napolitano, en el momento de dejar las riendas del país, no haya sentido el deber civil y moral de pronunciar la palabra “mafia”? En la Italia de las “cuatro mafias”.
En la Italia que por las “cuatro mafias” ha sido ocupada y destrozada a lo largo y a lo ancho, de Sur a Norte.
En la Italia, que trata de hacer su parte, que en cambio está representada por el Fiscal Nino Di Matteo.
Era necesario tener un estómago de avestruz para lograr no pronunciar la palabra “mafia”. Napolitano lo logró. No era nada facil. Después de este discurso, en Europa, un cierto comunismo se ha terminado por completo.
Pero a Napolitano la omisión no le hace honor.
Que pase el que sigue.
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Notas:

* La operación “Mafia Capital” ha revelado la existencia de una red criminal enquistada en el ayuntamiento de Roma para repartise dinero público mediante el control de las concesiones de obras. El “Mundo de en Medio”, como lo ha definido su líder, el exterrorista de extrema derecha, Massimo Carminati,tiene todas las características de una organización mafiosa. «Gitanos e inmigrados rinden más que la droga», son las palabras que Carminati ha dicho al exmilitante de extrema izquierda Salvatore Buzzi, ambos ahora en la cárcel.

* “Ir a Canossa” significa arrepentirse y pedir perdón. Como hizo el emperador Enrique IV, del Sacro Imperio Romano Germánico, que estuvo tres días y tres noches, arrodillado, a las puertas del castillo de Canossa, nevando, vestido como un monje, con una túnica de lana y descalzo para poder conseguir el perdón del Papa Gregorio VII.