Las convergencias paralelas en el País de la Política y del Asesinato
El riesgo de ser repetitivos, de rascar el fondo del frasco, de caer en los slogans, de esperar, levantando la voz, de lograr hacernos oír por los sordos, o, al contrario, de ser indulgentes con el escepticismo, dejándonos desalentar, acabar por pensarque las batallas imposibles no se pueden ganar invocando a los santos, existe. Es innegable. En el Evangelio está escrito “no solo de pan vive el hombre”.
¿Por qué entonces se tendría que vivir solamente de lucha contra la mafia? ¿Por qué solo una elite elegida por la población, que, según las fases que se atraviesan, se agranda y se achica como una acordeón, tendría que representar una opción de vida, aunque la misma tenga una profunda característica ética, colma de valores nobles, lógicamente inapelable, pero que tiene el pequeño defecto de no haber sido aceptada por la gran mayoría de la población?
En fin: ¿para qué hacerlo?
No son preguntas indiferentes. Al máximo son preguntas con las cuales “la antimafia” – no hay otras palabras que se puedan utilizar – tiene que hacer sus cuentas. Porque si se quiere seguir adelante es necesario además saber en qué dirección ir.
Los años que transcurren – mejor dicho: las décadas que transcurren – nos hacen advertir un viento helado que es imposible de ignorar. Las polémicas internas destrozan a los representantes antimafia. Don Luigi Ciotti se da cuenta de ello y advierte: “A la antimafia no la favorecen las polémicas”. Exacto.
Nino Di Matteo corre riesgo de vida. Sin embargo...
Sin embargo: magistrados contra magistrados. Ex magistrados, que con el tiempo se han convertido en “diputados”, contra magistrados en servicio. Periodistas contra magistrados y viceversa. Exponentes políticos de todos los sectores que disparan por lo bajo – siempre ha sido así, pero ahora se percibe un clima de final ajuste de cuentas – en contra del principio mismo de control de la legalidad. El hecho de que el Gobierno haya perdido, en la Cámara, con un escrutinio secreto en lo que se refiere a la aprobación de una enmienda del partido de la “Lega Nord” que introduce normas vengadoras en materia de la responsabilidad civil de los Jueces, deja ver qué aire se respira.
Los grandes historiadores y los grandes juristas, quizás – y lo decimos como parcial atenuante a su favor – sometidos por la vitalidad de un tema que nunca ha sido dominado completamente, que nunca se ha podido catalogar por siempre, al punto tal de que parece estar destinado a la eternidad, a este punto se refugian, dejando de lado las armas de su oficio, en el bagaje instrumental de la banalidad: no es cierto que la mafia ha ganado, pero como ni siquiera se puede decir que la mafia ha perdido, es por ello que impera la dicotomía: la mafia ha ganado si y no, la mafia existe y no existe, en un tiempo disparaba hoy ya no dispara, antes era visible, ahora es invisible.
Y al darse cuenta, como cerebros expertos como se creen que son, de que ya solo la hipótesis de la existencia de una negociación entre el Estado y la mafia en los años ’92 y ’93 terminaría con echar por los aires los castillos que van construyendo, ahí los ves “sentenciar” a viva voz que nunca hubo una negociación, y que si la hubo, fue por un buen fin y que nadie puede ser procesado por el delito de negociación que no está contemplado en nuestro código penal. Frente a tales argumentaciones, se podría decir, en broma, que el único veredicto conocido, hasta ahora, es el siguiente: la mafia ha ganado 3 a 0 tanto a los historiadores como a los juristas causídicos. Quienes de hecho han acabado por perder los motivos reales del oficio que desempeñan. Una prueba de ello es que, a unos y a otros, no les queda más que alimentar la saga del “negacionismo” (¡la negociación no existió!) que hoy desembocaría en un suspenso para cualquier estudiante que rindiera un examen sobre historia contemporánea y que hiciera suya esa versión. Tendrán que aceptarlo todos aquellos que piensan como Giovanni Fiandaca y Salvatore Lupo, pero las cosas son así.
Muchos políticos – y no solo – apoyan tesis similares con la esperanza de aferrarse a un gomón de salvataje que los deje al seguro frente a una magistratura que eleve cada vez más el perfil de sus investigaciones. No quieren que se descubran sus defectos. Querrían seguir robando a mansalva. Pretenden una calidad de vida de sátrapas, en perjuicio de un país agonizante. Emigran, se escapan, se inscriben en el “club del político perseguido”, apenas algo les sale mal.
Claro. Sería todo mucho más simple si se introdujera nuevamente el escudo de la inmunidad parlamentaria. En ese sentido el duo Calderoli* (de la “Lega Nord”, el de la ley “porcellum”) - Finocchiaro (del Partido Democrático, con servicio de escolta para pasear por el hipermercado IKEA) se está preparando para ello, proponiendo la reintroducción del mismo en el Senado, nada más que para “ver qué efecto provoca” en la Italia de hoy. Y ahora, que el mismo PD la pone bajo tuerca, Finocchiaro balbucea que no quiere quedarse con el cerillo en la mano.
Pero cuando uno se topa con esta cotidiana lista de dolores son muchos los que protestan, queriendo acallar a las molestas moscas cocheras de la antimafia: “esto es crónica, no es historia”. Casi como queriendo destacar, en quienes se ocupan de hacer crónica, una vocación por esa “ciencia de los que no tienen nada” a la que se refería hace ya unas décadas el filósofo Lucio Colletti* a propósito de una “metodología” que pretendía interpretar el mundo prescindiendo de sus contenidos Puede ser.
En cambio nosotros encontramos bien grabadas – y perfectamente válidas hasta el día de hoy – las palabras de Giorgio Bocca, que no era historiador ni se jactaba de serlo; no era más que un simple cronista: Un libro, “Dieci anni di mafia” (Diez años de mafia) – escribió en una crítica que fue publicada en la revista “L’Espresso”, hace más de veinte años – que nos da a entender porqué todavía habrá cien, mil, años de mafia. Quizás a Giorgio Bocca habría que considerarlo como un verdadero historiador en este país de globos aerostáticos voladores en los que se han convertido en ciertos “historiadores” con carné. Pero no perdamos el hilo de nuestro razonamiento.
Giacomo Leopardi nos da una mano con su: “Pensamientos”: “El mundo es una alianza de bribones contra los hombres de bien, y de los viles contra los generosos. Cuando dos o más bribones se encuentran por primera vez, fácilmente y como a través de señas se reconocen entre ellos por lo que son; e inmediatamente se ponen de acuerdo; o si sus intereses no pasan por allí, seguramente sienten una inclinación el uno por el otro, y se tienen un gran respeto”. Y más aún: “Si un bribón tiene acuerdos o negocios con otros bribones, muy a menudo ocurre que los mantiene con lealtad y que no los engaña; si los tiene con personas honradas, es imposible que no actúa de mala fe con ellos, y que intente arruinarlos de cualquier manera...”. Así se mueve el mundo, nos dice Leopardi: una alianza de bribones contra los hombres de bien. Agudo, nada que decir.
Y en cambio ¿cómo anda todo en Italia?
Casi un siglo y medio después de Leopoardi, Goffredo Parise, autor, entre otras cosas, de un maravilloso reportaje sobre Japón (titulado: “La elegancia es frígida, de editorial Adelphi) escribe sobre Marco – nombre literario del viajero que era él mismo-, y refiriéndose a Italia, desde donde había partido hacia Tokio: “Marco... pensó en las vestimentas típicas del País de la Política y del Asesinato, dos cosas tan lejanas, pero aún tan presentes en su ánimo”.
Italia: el País de la Política y del Asesinato. Ni siquiera Paris estaba bromeando.
Estamos en el nudo de la cuestión.
Es en Italia donde la alianza de los bribones contra los hombres de bien (Leopardi) ha logrado expresar lo mejor de sí en el País de la Política y del Asesinato (Parise). Es por ello que desde hace más de un siglo y medio, para resignación de Giovanni Falcone, que en paz descanse, que por un momento creyó de haber visto el final, que Cosa Nostra sigue dictando leyes.
¿Pero sigue teniendo sentido hablar de Cosa Nostra?
¿Acaso no es un contenedor lingüístico que a esta altura ya está hecho pedazos en la Italia de la vergüenza de la Expo* y del Mose*? ¿De los escándalos que diezman a todas las Regiones italianas, sin excepciones?
¿En la Italia de Claudio Scajola, y de Marcello Dell’Utri, de Silvio Berlusconi y de Amedeo Matacena, de esos dirigentes del P D y del PDL que reciben coimas, en la Sicilia de Salvatore Cuffaro y de Raffaele Lombardo y Francantonio Genovese, o en la región de Lombardía de Roberto Formigoni, sin querer extendernos tanto?
¿No os parece que en esta Italia, todos los sujetos que he nombrado (y lo he hecho por defecto) “fácilmente y como a través de señas se reconocen entre ellos por lo que son”? Basta simplemente con hojear los periódicos y leer la transcripción de las escuchas telefónicas para comprender que el “club de los poderosos” ya tiene de todo en sus filas: el político y el dirigente estatal, el bancario y altos funcionarios de los sectores represivos (¿Desviados? ¿No desviados? Pero ¿qué diferencia hace a este punto?), estafadores y camorristas, altos prelados y docentes universitarios, mafiosos, camorristas y ‘ndranghetistas, ministros y ex ministros, generales del ejército, subsecretarios y ex subsecretarios, hombres de las logias P3, P4, P5, etc, etc. Todos ellos, para volver a los términos de Leopardi, se reconocen entre ellos por lo que son.
Hace tiempo, donde yo crecí, se decía: “si todo es mafia, nada es mafia”. Y a la política italiana le gustaría mucho parafrasear: “Si todos somos corruptos, nadie es corrupto”.
Al respecto Matteo Renzi dijo: “Si por mi fuera a los políticos que roban los acusaría de alta traición y los mandaría a todos a sus casas”. Mejor que nada. Si fuera por nosotros, a los que se han auto asignado vitalicios de cien mil euros al mes los mandaríamos a todos a la cárcel. Son solo matices pero que hacen la diferencia.
Italia es así.
Y esta es la razón por la cual – como ya he tenido oportunidad de escribir y repetir en ocasión de la conferencia en recuerdo de Giovanni Falcone en la Facultad de Jurisprudencia de Palermo (el 22 de mayo de este año) – el cuento de la Mafia que se opone al Estado (y viceversa), que a lo largo de un siglo y medio ha sido propinado a los italianos como una dulce melasa, tendría que ser reemplazado por otra narración completamente diferente: siempre han existido, en Italia, el Estado-Mafia y la Mafia-Estado. Y nunca, como en este momento, ambas entidades han sido tan simbióticas.
Desde el terrorismo negro al terrorismo rojo, desde la eliminación de grandes personalidades “incompatibles” con la “alianza de los bribones” al terrorismo mafioso, cualquiera sea la punta del ovillo que se tome de la historia nacional italiana en estos últimos setenta años el cuadro final sigue siendo el mismo: miles de víctimas y de verdades negadas, instituciones conniventes y cómplices, enormes heridas abiertas en el tejido democrático. Limitémonos a la actualidad. Daré solo algunos ejemplos para dar una idea: las “externalizaciones” de Totò Riina. Quien ha amenazado de muerte a Nino Di Matteo. Y que ha arremetido en contra del juicio sobre la negociación. Y que se ha declarado contrario a que declarara en dicho proceso judicial el Jefe de Estado, Giorgio Napolitano. Ahora, de repente, calla. O lo han hecho callar.
Por su parte el CSM (Consejo Superior de la Magistratura) primero aplicó una medida disciplinaria a Nino Di Matteo, luego – menos mal – archivó el caso.
Napolitano – como ya se sabe de sobra – pretendió, y obtuvo, que se eliminaran las grabaciones de las llamadas telefónicas que mantuvo con el indagado Nicola Mancino.
Las tropas a camello de la Información, de los maître à penser, de la política, de las instituciones, se ejercitaron en el tiro al blanco en contra de los pobres Cireneos de la Fiscalía de la República de Palermo, que parecen recordarnos al dramaturgo Vittorio Alfieri: “- Quiso, siempre quiso y enérgicamente quiso”... investigar, se entiende.
En fin, todos, en esta Italia, hacen el trabajo que mejor les sale.
En cambio no se investiga sobre la negociación, es lo que sentencian personajes como Giorgio Napolitano, como Eugenio Scalfari, Giuliano Ferrara, Emanuele Macaluso, Luciano Violante, Pino Arlacchi, Vittorio Sgarbi, Fabrizio Cicchitto, Maurizio Gasparri, o como Giovanni Fiandaca y Salvatore Lupo, y quien más tenga que más ponga. Y para cerrar el círculo, con el testimonio exclusivo y precioso de alguien fallecido, tenemos a Marcelle Padovani para garantizar que si Falcone estuviera con vida sobre este proceso sobre la negociación pensaría lo mismo que todos ellos que: “es una tremenda tontería”.
Ahora que vivos y muertos han dicho la suya (aunque a estos últimos se lo han hecho decir) surge una pregunta espontánea: ¿No es algo restrictivo trazar una línea de demarcación, afirmando taxativamente: aquí termina el Estado y aquí comienza la Mafia?
¿Cómo se hace para separar los intereses de la política de los intereses de la mafia? ¿Los intereses de las instituciones de los intereses de los mafiosos? ¿Acaso no estamos en presencia de una madeja inextricable?
A este propósito, el caso de Marcello Dell’Utri es tan ejemplar que puede ayudarnos. Veamos.
¿En qué difiere el Dell’Utri que fundó el partido “Forza Italia” junto a Berlusconi del Dell’Utri Senador? ¿Dónde termina el Senador y dónde comienza el bibliófilo? ¿En qué momento el bibliófilo se convierte en saqueador de la biblioteca napolitana de los Girolamini*? ¿Y por qué el bibliófilo improvisa ser un falsificador publicando los falsos diarios verdaderos de Mussolini? En fin: ¿cuándo termina el hombre de una refinada cultura que tanto gustaba (¿o aún le gusta?) a los salones elegantes milaneses y comienza el adulador de Vittorio Mangano, el mafioso caballerizo palermitano de Arcore (residencia de Berlusconi, ndr.) que para él fue un “verdadero héroe”? ¿O el Dell’Utri que volvió loco a Paolo Borsellino al querer introducir caballos* en un hotel? ¿De qué pasta está hecho el boss del tercer milenio?
Ahora que Marcello Dell’Utri está en la cárcel, le pide a la administración penitenciaria más libros para leer, amenazando, en caso de negativa, con hacer huelga de hambre. Que vayan a estudiar con él los supuestos jefes de Cosa Nostra, Totò Riina y Bernardo Provenzano: un verdadero boss no rechaza el rancho carcelero, de sus verdugos no pretende una ensalada o una llamada telefónica más: ¡pide más libros! ¡Ya no es tiempo de la gente sin clase en las reuniones de Cosa Nostra! ¿Está claro? Ahora que hemos llegado a este punto nos preguntamos: ¿No sería todo más facil si usáramos la clave de interpretación a la que hacíamos referencia anteriormente: las eternas convergencias paralelas entre el Estad-mafia y la mafia-Estado?
Y de hecho es así.
¿Por qué todos los sujetos que mencionábamos antes se han arrogado el derecho de considerar un regular proceso penal, instruido regularmente, con el regular respeto de las partes – es decir el proceso sobre la negociación Estato-mafia – como las nuevas Columnas de Hércules sobre las cuales grabar su exasperado: “Non plus ultra” ¿En calidad de qué lo han hecho? Y ¿acaso muchos de esos sujetos no fueron los mismos que, hace alrededor de quince años, escribieron con la misma indignación la frase “No lo acepto” en el juicio en contra de Giulio Andreotti? ¿Acaso la política no tenía que abstenerse ante un proceso judicial en el que sientan en el banquillo por mafia a alguien que fue siete veces Presidente del Consejo?
Giulio Andreotti fue un personaje ambiguo de la República italiana (palabra de la Corte de Casación) que habitualmente se encontraba, en Palermo, con el “gotha” de Cosa Nostra (palabra de la Corte de Casación). Fue el principal artífice del empobrecimiento de la política transformándola en un cínico y desenvuelto instrumento del poder.
¿En qué momento Eugenio Scalfari, Emanuele Macaluso y Giorgio Napolitano encontrarán el valor para decir esta verdad elemental en voz alta? ¿Qué esperan para cerrar esa vergonzosa página que pesa como una mole encima de la historia de hoy? Que terminen con ese parloteo garantista. Giuliano Ferrara, según lo asumido orgullosamente por él mismo, en esos años era agente de la CIA en Italia, puede seguir defendiendo simpáticamente a Andreotti. ¿Pero los demás? ¿Qué motivo tienen?
Y más en general: ¿quiénes tienen que llevar a cabo los juicios en Italia? ¿Quién tiene la facultad de llevarlos a cabo? ¿Qué diríamos si un político, o un periodista, o un conductor televisivo irrumpieran en un quirófano intimando al cirujano: corta aquí, corta allá, es más, no cortes nada, y, como si fuera poco, comenzaran a golpear a los asistentes que rodean al cirujano?
El así llamado “garantismo” no tiene nada que ver.
El “garantismo”, aquel que hace más de diez años impuso en la Constitución la parodística definición bipartisan de “proceso justo”. ¿Habéis escuchado alguna vez a los sujetos antes mencionados pronunciar alguna palabra a favor de un pobre diablo atrapado en las redes de la justicia italiana? Digamos mejor: ¿hay al menos “un ladrón de gallinas” que haya tenido el honor de las primeras páginas por haber sido víctima de un “juicio injusto”? ¿Acaso las chispas que encendieron en diferentes oleadas recurrentes el debate sobre la necesidad de una “reforma de la justicia” no comenzaron siempre a partir de iniciativas investigativas que apuntaban a los “blasonados”, de diferentes títulos, de la República italiana? Los primeros vagidos de este “garantismo”, que hoy se ha convertido en un joven robusto, datan del inicio del caso Tangentópolis. ¿Será una casualidad? No bromeemos.
¿Y los ‘abogados de secano’* del tiempo de Manzoni, de tanto por kilo, han desaparecido realmente del hermoso país?
Digamos que no. Hoy se han vuelto más descarados. La diferencia de ideas no tiene nada que ver. De hecho ya no se pretende solo criticar el trabajo del cirujano, sino la figura del cirujano como tal. Los ‘abogados de secano’ del tercer Milenio son la expresión de un “garantismo” que, teniendo como cómplices a las televisiones y a una caterva de periódicos condescendientes, se ha “militarizado” definitivamente. Le han tomado gusto.
Basta con escucharlos hablar, cuando se comportan como si fueran los Padres de la Patria, para comprender que consideran la justicia como un “lujo” que Italia, así como está, no se puede permitir. Porque – ésta es la verdadera razón – en la Patria de la Política (y del Asesinato, agregaba Parise) no pueden existir obstáculos de ningún tipo que molesten al Conductor.
Pero ¿qué justicia, qué legalidad, qué ética, qué cuestión moral? ¡La Política no tiene tiempo que perder! Los muertos no volverán. ¡Los miles de familiares de las víctimas lo tendrán que entender!
Pero lo que es aún más sorprendente es que todas las personas mencionadas anteriormente – que quede claro – parecen no ser conscientes de ello.
Creen realmente que están expresando “opiniones” libres, “juicios” sinceros, “conceptos” ponderosos.
Creen que están en lo correcto. Usando máscaras, disfraces de escena, actuando hace tiempo con el mismo guion y – como actores expertos – se han ensimismado en el papel del “Garantista Perfecto”.
Queda claro. Conocen perfectamente la historia de Italia. Muchos de ellos – en diferentes campos – han atravesado temporadas oscuras y negras de la historia de nuestro país. Pero quizás, se han acostumbrado tanto que no se dan cuenta de que en la lucha en contra de la mafia no existen cómodas. Era completamente diferente – hace cuarenta años –la forma de entender la lucha en contra del terrorismo. Fueron años, vale la pena volver a ellos, en los que la palabra clave, enarbolada como un slogan, no era “garantismo”, sino: “firmeza”.
Y como sabe ser pérfida la Historia con quien pretendería atravesar todas las fases acicalándose, con juegos de palabras, en todos sus meandros.
Con el terrorismo no se “negocia”, proclamaban los dirigentes políticos de aquel entonces. Leonardo Sciascia, que osó afirmar y escribir: “No estoy con las Brigadas Rojas, pero tampoco de parte de este Estado”, y lo pusieron en la picota. Sin embargo quienes querían “negociar” tenían de su parte un argumento no menos importante: salvarle la vida a Aldo Moro. Craxi, por ejemplo. En cambio se tomó una decisión diferente. Y ya sabemos como terminó. Pero claro que dan ganas de reír, hoy, cuando se escucha a los desmemoriados cuando, aludiendo a la negociación de hoy, la negociación mantenida con la mafia, bendicen las finalidades sosteniendo que fue llevada a cabo “para bien”. Y ¿qué queríais, que además la hiciérais “a fin de mal”? ¿Por qué no negociásteis con el terrorismo “para bien”, para salvarle la vida a Aldo Moro?
Pero la historia es otra. El terrorismo rojo y el terrorismo negro fueron arneses momentaneos del Poder utilizados para regularizar y reprimir graves conflictos sociales mientras Italia se dirigía hacia el final de la gran temporada terrorista que había comenzado con el atentado en Portella della Ginestra. Estas armas del oficio fueron utilizadas mientras fueron útiles. Luego, cuando dejaron de servir se decidió ponerlas en el museo de los cuerpos contundentes.
¿No nos enseña nada el hecho de que, cuarenta años más tarde, se están alzando débiles voces – que a esta altura son ignoradas por los medios de comunicación y por los “expertos” en terrorismo – de funcionarios del Estado, de una cierta edad, visionarios, que revelan que el grupo terrorista que actuó en Via Fani era consciente de estar infiltrado por agentes de los servicios secretos?
¿Por qué los jefes de las Brigadas Rojas detenidos repitieron la letanía de haber hecho todo solos? Porque sabían perfectamente que eso lo que todos querían escuchar de su parte: que los sectores desviados del Estado no tenían nada que ver. Y tanto la derecha como la izquierda iban del brazo en el Gran Teatro que presentó hasta el infinito, en su cartelera, y con la dirección de Francesco Cossiga, el espectáculo sobre el “Final de los años de Plomo”... Un teatrino, habría que decir, para todas las estaciones...
Concluyendo: el terrorismo siguió siendo un cuerpo extraño de la sociedad italiana. La mafia no, jamás ha sido un cuerpo extraño. Ni para la sociedad, ni para el Estado. Desde hace cincuenta años se siguen creando comisiones parlamentarias antimafia. Cuando en cambio la mafia se ha convertido en el otro gran “oficio más antiguo del mundo”.
Por eso entonces “se puede negociar”. Y se tiene que hacer. Y es “algo noble”.
Pregunta: ¿Son de verdad conceptos tan diferentes al de: “Con la mafia hay que convivir”, expuesto cándidamente por el Ministro del partido “Forza Italia”, Pietro Lunardi, que en esa época (en el año 2001) levantó una gran polvareda y que tanto hizo indignar al Presidente de la Cámara de Diputados Luciano Violante? En el fondo para negociar hay que convivir. O ¿acaso no es así? ¿Qué tiene de malo?
Pero entonces nos tenemos que preguntar: ¿Qué efectos produce esta forma de ver las cosas?
De eso desciende, casi como en una cascada, que la opinión pública italiana está aturdida por el ensordecedor coro de señales contradictorias sobre el argumento.
Provoca náuseas – y esto también es comprensible – la retórica antimafia de la celebración “semel in anno” (anual) en la que se recuerda a una enorme cantidad de víctimas.
Tampoco causó una buena impresión el hecho de descubrir que los juicios por el atentado de Via D’Amelio tienen que volverse a hacer porque los representantes de las instituciones obligaron, a fuerza de golpes y patadas, a Vincenzo Scarantino, un delincuente común, a dar falso testimonio.
¿Quiénes tenían que ser protegidos de las investigaciones? ¿Cuáles eran los ideólogos del atentado de Via D’Amelio que tenían que permanecer a la sombra? ¿Por qué el Estado-mafia y la mafia-Estado necesitaban desesperadamente conseguir chivos expiatorios para utilizarlos como mano de obra criminal? La Fiscalía de Caltanissetta tendrá que escalar una montaña, si quiere – y realmente así es – descubrir lo que ocurrió en Via D’Amelio y porqué ocurrió.
¿Acaso quedará en el olvido también la grave denuncia de Lucia Borsellino? Veamos cuál es: “Hace veinte años fuimos con mi hermano a entregar la única agenda que había quedado en casa, era una gris, de la empresa ENEL, el único documento en el que figura que mi padre se reunió con el Ministro del Interior Nicola Mancino y con alguien más (Mancino sigue negando dicho episodio, n.d.r.)”. (...) “Yo fui a entregar personalmente esa agenda, un empleado me la estaba quitando de las manos para sumarla a las pruebas – agregó Lucia Borsellino-. Pedí que hicieran fotocopias delante mío, página por página, y me la llevé a mi casa. Recuerdo los rostros casi enfadados. Luego cuando Arnaldo La Barbera vino a mi casa a entregar el maletín de mi padre descubrí, veinte años más tarde, que esta entrega no había quedado registrada en las actas”. Digámoslo claramente de una vez por todas: Cuán incómodos son para el poder italiano todos estos Borsellino: desde Salvatore a Lucia, desde Agnese a Manfredi, a Rita, que jamás agacharon la cabeza en el País del Asesinato. ¿Acaso no podrían ocuparse a otra cosa?
Es bastante larga la lista de cosas que no andan bien.
A la “antimafia” no la favorecen las enormes prebendas estatales que alimentan el montón de fundaciones y centros de estudio sobre el argumento en los que, a veces, surge la sospecha de que allí anide – en este caso si – algún inescrupuloso “profesional de la antimafia”. Luego, está la herida abierta de las candidaturas, en tiempo de elecciones, de los familiares de las víctimas, tironeadas, de un lado a otro, para darle una pátina ética, aparente y momentanea, a los partidos y formaciones políticas a los que no les importa absolutamente nada sobre la cuestión moral. Para no recordar el “carrusel” de las candidaturas de los magistrados que a esta clase política le resultan convenientes en los días pares y molestos en los días impares.
A este propósito: desde hace treinta años, los magistrados son elegidos indiferentemente en una u otra lista. Esta maravillosa hipocresía está a la vista de todos. Pero ocurre también que hoy hay ex magistrados, que actúan de grillos parlanchines sobre la lucha en contra de la mafia – lanzando golpes a Di Matteo, a sus colegas: Francesco Del Bene, Roberto Tartaglia, Vittorio Teresi, y a toda la Fiscalía de Palermo, a cargo de Francesco Messineo – y que tienen en su haber una carrera política (ya sea en la Cámara de Diputados, de Senadores, o en el Parlamento Europeo) que en cuestiones de tiempo ya son mucho más largas de los años que han transcurrido en la magistratura.
Nosotros no pertenecemos al sector de los muchos que pretenderían que a un magistrado le sea negado de por vida el derecho a entrar en política. No es así, en absoluto. Pero si el así llamado “protagonismo judicial” no es una actitud loable para quien es titular de la acción penal ¿por qué tendría que serlo en los “diputados” de hoy que tienen la actitud de “reservistas” de las campañas antimafia de ayer?
¿Acaso cuando se enardecen las polémicas, no sería mejor que callaran, ya sea por discreción, por pudor, por respeto hacia sus colegas de hace tiempo que ahora están arriesgando la vida? La atmosfera en el Palacio de Justicia de Palermo se ha vuelto plúmbea, de nuevo. Y ésta siempre es una pésima señal.
Estos magistrados que hoy discuten, basándose en el derecho, sobre las tesis negacionistas del profesor Giovanni Fiandaca, en cuanto a la negociación y a la mafia, nos recuerdan, muy de cerca, a sus precursores de hace treinta años que, con análoga prolijidad, discutían también sobre la antigüedaden la carrera de Paolo Borsellino o sobre las tesis que llevaron al Juez Antonino Meli a desmantelar las investigaciones de Falcone sobre Cosa Nostra antes de distribuirlas por todos los rincones de Sicilia. Ampulosas discusiones. Tiempos muy feos que no querríamos que se repitieran.
¿Cuáles son las conclusiones que podríamos sacar?
De te fabula narratur, Italia, País de la Política y del Asesinato...
¿Y nosotros? ¿Qué podemos hacer?
Se podría concluir que una antimafia que no se renueva, que se alimenta de un pensamiento siempre igual a si mismo, que no logra liberarse del lastre de la retórica, que se fosiliza y que pierde – inevitablemente – adhesiones. La antimafia no puede fingir que no ve, encerrándose en la torre solitaria de su supremacía ética. Al inicio recordábamos las palabras de Don Ciotti: “A la antimafia no la favorecen las polémicas”.
Habiendo llegado al final queremos repetir: una élite, por más que haya sido elegida, por más que haya sido motivada, no puede lograrlo por si sola. Conformarse con tener el punto de una única investigación, un único juicio, algunos magistrados, es algo justo y noble. Pero ya no es suficiente.
Así como ya no es suficiente el “barco” que todos los 23 de Mayo viaja hacia Palermo lleno de jóvenes para la conmemoración del atentado de Capaci, con un mismo timonero: Piero Grasso, a pesar de que hoy ocupe el segundo cargo del Estado. Si la antimafia no realiza el milagro de renovarse, logrando realmente hablar a las nuevas generaciones, diciendo hasta las últimas consecuencias cómo son las cosas, tendremos que asistir inexorablemente a la reducción de los espacios de acción para quienes creen, a pesar de todo, que en el hermoso País de la alianza de los bribones en contra de los caballeros, y del Asesinato, todavía existe la posibilidad de seguir teniendo esperanzas.
Para terminar.
El Papa Francisco ha excomulgado a los mafiosos, al igual que lo hiciera hace veinte años el Papa Wojtyla, en el Valle de los Templos de Agrigento, dice cómo están las cosas y eso nos hace seguir teniendo esperanzas. Y por primera vez, en la Piana di Sibari, en Calabria, frente a doscientos mil fieles execró la ‘Ndrangheta a esa ‘Ndrangheta que la Iglesia Apostólica Romana jamás había nombrado. “Hacía un siglo” – observó el Fiscal adjunto de la República de Reggio Calabria, Nicola Gratteri – “que esperábamos estas palabras”.
Fueron suficientes las palabras de un Papa sensible para que la Iglesia, de una sola vez, recuperara un siglo de atraso y de silencio. Difícilmente las descabelladas teorías de un grupo de “intelectuales cansados”, y de algún súper cerebro con cola larga, nos harán regresar al “siglo del silencio”.
Aunque solo fuera para no dársela ganada a los Señores, haríamos todo lo posible para superar la náusea que sentimos.
* Cuando este periódico será publicado la fea historia de Calderoli–Finocchiaro ya habrá tenido otros bemoles.
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Notas aclaratorias:
* Roberto Calderoli, autor de la ley “Porcellum” (cerdada):
http://www.elmundo.es/internacional/2013/12/05/52a0478c61fd3dad058b458e.html
* Biblioteca Girolamini: Escándalo por robo de libros antiguos en la biblioteca Girolamini de Nápoles
http://www.lavanguardia.com/internacional/20130131/54362561452/escandalo-robo-libros-biblioteca-girolamini-napoles.html
* Lucio Colletti:escribía en Marxism and Hegel: la metodología es la ciencia de quienes no tienen nada
* Caballos: Según el juez Borsellino el término caballos se refería en realidad a la droga.
* Mosè:http://www.lanacion.com.ar/1698415-venecia-se-hunde-en-un-escandalo-de-corrupcion
* Expo: http://es.euronews.com/2014/05/13/la-expo-de-milan-sede-de-un-gran-escandalo-de-corrupcion/
*Abogados de secano:locución coloquial que se utiliza para referirse a un letrado que no ejerce ni sirve para ello...