Hay historias que atraviesan los siglos, que encuentran siempre nuevas formas de hablarle al presente, que son universales en su capacidad de iluminar las sombras del alma humana. Entre ellas destaca El Conde de Montecristo, obra maestra de Alejandro Dumas (francmasón), un relato esotérico escondido tras la apariencia de un folletín decimonónico. Esta obra literaria inmortal ha tenido numerosas interpretaciones cinematográficas, como la transmitida en estos días por Canal 5.
La próxima semana, sin embargo, llegará a Rai Uno una serie que promete encantar al público. El jueves 13 de enero se estrena la nueva adaptación episódica de la famosa novela. La serie cuenta con un reparto extraordinario: Sam Claflin interpreta a Edmond Dantés, junto al ganador del Oscar, Jeremy Irons, como el abate Faria. Otros nombres internacionales incluyen a Mikkel Boe Folsgaard, Ana Girardot, Blake Ritson, Karla-Simone Spence y Poppy Corby Tuech. La No falte el aporte italiano, con Michele Riondino (Jacopo), Lino Guanciale (Vampa), Gabriella Pession (Hermine) y Nicolas Maupas (Albert de Morcerf) entre los protagonistas. Las páginas de la novela vieron la luz en tiempos mucho más antiguos, en 1844; sólo unos años antes (1812) Napoleón Bonaparte, emperador de Francia, había intentado conquistar la Rusia zarista de Alejandro I. En el centro de esta narración, símbolo de muerte y renacimiento, se encuentra la isla de Montecristo, un lugar no sólo físico sino también metafórico: el punto donde Edmond Dantès, un joven marinero, se transforma en el Conde, el dispensador de una justicia tan despiadada como poética. Condenado injustamente a prisión dentro de los muros de la prisión de If, Edmond se encuentra víctima de un sistema corrupto y de una sociedad que se alimenta de vicios como la codicia, la ambición y la hipocresía. Fernand Mondego, Gérard de Villefort, Danglars y Caderousse no son sólo figuras humanas, sino encarnaciones de arquetipos universales: el traidor, el oportunista, el envidioso y el cobarde. En ellos, Dumas esboza una crítica feroz a la burguesía de su tiempo, impregnada de arribismo y aparente moralidad, capaz de traicionar los valores fundacionales de la amistad, la fraternidad y la justicia para perseguir intereses egoístas.
Sin embargo, en el corazón mismo de ese infierno terrenal que es la prisión de If, Edmundo encuentra un instrumento inesperado de redención: el abad Faria. Un anciano sabio, prisionero como él, que se convierte en su mentor y lo introduce en el conocimiento.
El encuentro entre ambos marca el preludio de la transformación de Dantés: "Viejo, seré tu hijo. Tengo un padre que debe tener setenta años, si es que aún vive. Yo sólo lo amaba a él y a una joven llamada Mercedes. Mi padre no me ha olvidado, estoy seguro de ello; pero ella, Dios sabe si todavía piensa en mí. Te amaré como amé a mi padre". El abad Faria se convierte así en el padre de Dantés, en el medio y en la fuerza motora de su redención. Un padre exigente, que pone a su hijo "a prueba" hasta darle el mapa para alcanzar las riquezas.
Y así el oro de Montecristo, el tesoro material que Dantés descubrirá gracias a las indicaciones del Abad, no es más que el reflejo tangible de un legado más profundo: el conocimiento, la redención espiritual e intelectual. A través de Faria, Edmundo, un hombre "medio soldado", como dice el propio Dumas, adquiere las herramientas para transformar el dolor en fuerza, la desesperación en determinación y la injusticia sufrida en un proyecto de justicia retributiva.
Dantés no es simplemente un hombre: es el símbolo de un ideal utópico de justicia.
Y es aquí donde la novela se entrelaza con nuestro presente.
Aún hoy asistimos a la consolidación de poderes corruptos, apoyados por una parte de la sociedad que, por oportunismo o miedo, legitima sus acciones. Incluso hoy nos enfrentamos a un sistema de justicia que lucha por encontrar su equilibrio, aplastado entre el ideal y la realidad. ¿Es utópico pensar que un día la justicia pueda manifestarse como se narra en El Conde de Montecristo?
¿Es vano esperar que los corruptos y traidores a las instituciones encuentren una sentencia justa a través de un sistema judicial verdaderamente eficaz?
¿Es vano esperar que los diversos Netanyahu, todos los poderosos tiranos, terroristas y líderes mafiosos del mundo obtengan algún día lo que les corresponde por según la justicia?
La respuesta es no. Como dijimos en nuestro primer editorial, esto no es una utopía, sino una meta posible, siempre que tengamos el coraje de afrontar los desafíos de nuestro tiempo con la misma determinación con que Edmundo enfrentó a sus enemigos. La justicia, cuando está guiada por el conocimiento y la virtud, puede convertirse verdaderamente en el instrumento para transformar al mundo. Así como el conocimiento puede transformar al hombre. Pero si queremos ser más concretos y realistas, es necesario hacer una última observación: la concepción de una justicia utópica, representada por la justicia vindicativa del Conde de Montecristo, puede compararse a la de una dimensión trascendente. Sin embargo, en nuestra sociedad, caracterizada por la falibilidad humana y la vulnerabilidad a los errores, el recurso de la justicia terrena es esencial. Esto debe expresarse a través de un juicio justo, basado en los principios del Estado de derecho, que garantice el derecho a la defensa, a la imparcialidad del tribunal que juzga, a la transparencia del proceso público y a la corrección del Tribunal. Este proceso debe basarse en el establecimiento de hechos y pruebas recabadas por el Ministerio Público, a fin de garantizar que los culpables sean sancionados de acuerdo con las reglas del ordenamiento jurídico.
Así como el "divino vengador" representado por el Conde de Montecristo logró su cometido contra sus enemigos, en la Tierra es necesario preservar el principio de legalidad y el derecho al debido proceso. Son éstos los valores que nuestra revista defiende firmemente, apoyando la labor de magistrados íntegros e independientes, que actúan con integridad y determinación en pos del ideal de una justicia verdaderamente igualitaria para todos.
*Foto de Portada: Antimafia Duemila