Testimonio del ex Presidente de la Corte de Palermo Leonardo Guarnotta
extraído del libro “Los últimos días de Paolo Borsellino”*
Leonardo Guarnotta está sentado en la sala de su departamento luminoso en un barrio residencial de Palermo, cierra los ojos por un momento y revive el recuerdo de aquel 23 de mayo de 1992. La voz le empieza a temblar. Imposible de detener ese nudo en la garganta que le impide pronunciar una palabra. Con una mano se cubre los ojos ahora húmedos. Pasa unos segundos interminables en absoluto silencio.
Todo el dolor reprimido en los últimos años aflora de su interior. Luego se repone, mientras una pequeña lágrima sigue descendiendo en la mejilla. "Son recuerdos muy vivos y muy borrosos al mismo tiempo -dice mirándome con esos ojos tan claros- porque la mente se niega... rechaza lo sucedido... no es que los haya eliminado, rechaza que haya podido suceder..." "Aquel 23 de mayo -continúa Guarnotta con un hilo de voz- lo vi a Giovanni tendido sobre el mármol... estaba intacto, tenía solamente una pequeña herida en el rostro, parecía estar dormido...". "¿Qué fue lo que sentí en ese momento? Pensé en todo el trabajo que hicimos juntos, en la vida que vivimos juntos... y me preguntaba ¿por qué? ... ¿Por qué suceden estas cosas?... ¿Por qué no se puede trabajar en paz en esta tierra para buscar el bien de nuestra sociedad, de nuestros jóvenes?..." El ex miembro del pool antimafia mira hacia la ventana y se concentra en el recuerdo de Falcone. "Giovanni era un hombre muy reservado, muy tímido en público, mucho menos con nosotros, por supuesto. Estábamos en habitaciones contiguas. A menudo, cuando venía de afuera, con las actas de interrogatorio de personas que había ido a escuchar, hacía fotocopias y las pegaba en un post-it que decía: ‘para hablar con Leonardo’." "Con Falcone nos conocíamos desde el '79 -sigue diciendo Guarnotta- recuerdo cuando cambió de oficina, todavía no estaba el bunker, pero era una habitación ubicada al lado que no tenía luz (solo le daba un rayo de luz), entonces desde la mañana usaba la luz artificial. Una vez que me acerqué y le dije: "Giovanni, pero cómo ¿desde la mañana con la luz encendida, casi sin sol?", me miró y medio en serio medio en broma me dijo: "después se darán cuenta...". Un brillo sereno ilumina los ojos de Leonardo Guarnotta mientras recuerda el carácter de Borsellino.
"Paolo era un ejemplo clásico de siciliano -dice el magistrado- expansivo y extrovertido; a las ocho y media de la mañana íbamos a tomar café, yo trataba de decirle que ya había desayunado, pero era inflexible. "¿Pero por qué debemos ir al bar?", le preguntaba en vano y él me contestaba con su sonrisa contagiosa: "porque debes saber que yo soy el chismoso del Palacio de Tribunales, estando ahí ves a los que hablan, escuchas las voces...”, así era Paolo" "El día que fuimos con la orden de detención a Tommaso Buscetta -sigue recordando Guarnotta- lo pasé a buscar porque su coche estaba averiado. Llegué a su casa y lo encontré en el balcón, desconcertado lo llamé y él me indicó que subiera. "¡Pero Paolo, estás en el balcón!", le digo preocupado una vez llegado a su casa, y me respondió sintéticamente: "¡Futtitinne!" (vive la vida). Después de tomar café salimos y terminamos a las 3 de la madrugada de diligenciar la orden de detención. A la mañana siguiente, a las ocho y media ya estábamos en funcionamiento para ver el resultado de la orden de captura". En este punto Leonardo Guarnotta cambia su expresión, permanece en silencio por un momento y luego vuelve con el pensamiento al Hospital Cívico, aquella maldita tarde de finales de mayo. Él ve a Paolo Borsellino llegando al hospital.
"Recuerdo que Paolo se había alejado por un tiempo -dice Guarnotta- y después del primer momento de dolor y de total desconcierto estaba volviendo a ser aquel Borsellino reactivo que siempre conocimos ...." Pero antes de llegar a ese estado Paolo Borsellino había pasado por todas las etapas del dolor humano, de rabia incontrolable, hasta terminar en un vacío total. Toda la angustia del juez emerge de la historia del abogado Francesco Crescimanno, amigo del juez y abogado de la familia Falcone, así como de la familia de Fiore-Borsellino, que estaba en esos momentos en el hospital. "Paolo Borsellino era una cuerda de violín roto...." "Tenía una rabia infinita -continúa Crescimanno- fumaba constantemente, trataba de organizar lo que se debía organizar... era como una bestia enjaulada...". En su estudio ubicado en pleno centro, el abogado apoya lentamente el codo en la mesa y pone su mano debajo de la barbilla, su carácter pragmático le permite contener la emoción del sentimiento que lo envuelve al recordar aquellos momentos. Y es precisamente ese autocontrol el que fue crucial en el momento de tener que ir a buscar la ropa de Falcone a su apartamento en Via Notarbartolo. Son alrededor de las 20 horas del 23 de mayo del '92. Varios colegas de Falcone aún no se han recuperado de la conmoción producida por la masacre. Algunos de ellos, junto con el abogado Crescimanno y un par de agentes de la ley, van hasta la Via Notarbartolo. Una vez en la casa de Falcone se encuentra con el departamento "desarmado", con los muebles cubiertos con sábanas blancas, porque en ese momento los dos magistrados estaban viviendo en Roma. Van de inmediato a buscar las prendas para vestir al juez, poco después de la llamada que avisa de la muerte de Francesca Morvillo, por lo que eligen la ropa también para ella. Dejan constancia en un acta de todo lo que han hecho, posteriormente firmada por todos los presentes. "Cerramos la casa -recuerda Crescimanno- dejamos de custodia a un carabinero y a un policía, y volvimos al Hospital Cívico. La última imagen que tengo de Francesca Morvillo es la de una mujer con el rostro contraído por el dolor....".
*Extraído de “Gli ultimi giorni di Paolo Borsellino” (G. Bongiovanni, L. Baldo - Aliberti)
En la foto: Giovanni Falcone junto a Paolo Borsellino, Giuseppe Di Lello, Leonardo Guarnotta y Antonino Caponnetto (© Franco Zecchin)