SILENCIO ENSORDECEDOR CONTRA LA IMPUNIDAD
Por Jean Georges Almendras
Estuvimos en la Marcha del Silencio, convocada por la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, en su edición numero 18. Nos convocó al lugar nuestra conciencia ciudadana, en primer lugar y nuestra profesión, en segundo lugar. Pero eso poco importa porque en realidad el cometido de estas líneas no es otro que relatar aspectos esenciales de un acontecimiento social, humanista y de justicia, del que debería haber participado masivamente la población uruguaya, porque se trató de una marcha, de una demostración, de repudio hacia los represores aún libres (cobijados cobardemente por el manto de la impunidad) y de homenaje a quienes en la década del 70 ofrendaron sus vidas, solo por pensar diferente a los dictadores de turno y luchar contra ellos –sea en filas guerrilleras, sea en filas sindicales, sea en filas estudiantiles, sea en filas ciudadanas o parlamentarias- por valores democráticos y corrientes tercermundistas, predominantes por aquellos años.
La de este 20 de mayo de 2013 fue una marcha del silencio que resultó ser un grito ético y de conciencia, ensordecedor; un grito de denuncia y de repudio, a tanto avasallamiento post dictadura, que me hace acordar a la dictadura; un grito silencioso con clamor de justicia dirigido a quienes en pleno 2013, en épocas de un gobierno frenteamplista, todavía parecen carecer de escrúpulos atreviéndose a sembrar vientos de impunidad después de tanta sangre derramada.
Vientos que no están en coherencia, ni ideológica, ni ética con la esencia y el espíritu de la fuerza política que gobierna, nada menos que de las manos de un ex guerrillero del MLN como lo es José Mujica, que fuera compañero de Raúl Sendic, el líder indiscutible e irremplazable del movimiento y de las ideas Tupamaras, y que de estar vivo y entre nosotros, seguramente no habría dudado ni un instante en participar y apoyar la movilización de la fría y lluviosa jornada del 20 de mayo.
Ya desde antes de las 19 horas los protagonistas de la marcha se fueron concentrando en el punto de partida: la plazuela de los Desaparecidos de América, de Rivera y Jackson, como forma de cerrar el día, después de que cada uno viviera su respectiva rutina. Lapso antes, por la mañana y por la tarde –como todos los años- se realizaron dos sentidos homenajes a dos mártires de la lucha contra la dictadura y contra el despotismo cívico militar de la época: el senador frenteamplista Zelmar Michelini y el legislador blanco Héctor Guitiérrez Ruiz, asesinados en la ciudad de Buenos Aires, junto a dos integrantes del Movimiento de Liberación Tupamaros, los jóvenes Rosario Barredo y Willian Whitelaw. Y quiero recordar que la Marcha de Silencio, inicialmente era para homenajear a estas cuatro víctimas, aunque en los hechos y tácitamente este homenaje se extendió a todos los desaparecidos en dictadura, como una señal –sin banderas políticas ni tendencias partidarias- de que las heridas ocasionadas por los corruptos que participaron en la represión, material o ideológicamente, en perjuicio del pueblo uruguayo no estaban, cerradas aún.
La Marcha del Silencio del 2013 fue notoriamente la más significativa de los últimos cinco años porque en ella se respiraba el sentimiento de impotencia y de repudio frente a lo que viene ocurriendo en el Uruguay de un tiempo a esta parte, en materia de investigaciones para castigar a los responsables de segar vidas y de violentar los derechos humanos. Como ha sido siempre, fue una Marcha con aires pacifistas, pero con profundos sentimientos de reclamo y de protesta por dos hechos que han causado estupor recientemente entre quienes, desde la salida de la dictadura, no han hecho otra cosa que buscar a brazo partido, los restos de sus familiares desaparecidos y el castigo de los culpables.
Por un lado el traslado de la Jueza Mota, y de otros jueces, que estaban cerrando un círculo de castigo sobre los represores (un traslado que promovió una protesta airada de unas 300 personas, en la sede misma de la Suprema Corte de Justicia, en la mañana y mediodía del pasado 15 de febrero del 2013) y por el otro la declaración, por parte de la Suprema Corte de Justicia, de inconstitucionalidad de la ley interpretativa de la Ley de Caducidad, lo que impedía el normal camino de investigación de todos los casos en los cuales entendía la jueza Mota y otros magistrados, algunos de los cuales fueron igualmente trasladados días después del episodio de la jueza Mariana Mota.
Fueron dos hechos graves. Significativos. Dos hechos con sabor a escollo. Con sabor a traspié. Con sabor a traición. Con sabor a retroceso. Con sabor a una No independencia del Poder Judicial. Con sabor a presiones, quizás a pactos. Quizás con sabor a acuerdos (a espaldas del pueblo) con la casta militar: ¿pero entre quienes exactamente?.Quizás resta solamente probarlo. Desenmascararlo.
Fueron dos hechos al que se sumaron otros en los meses precedentes. Dos hechos que dejaron entrever, por ejemplo, que el Ministro de Defensa, y nada menos que su titular el ex guerrillero Eleuterio Fernández Huidobro, líder tupamaro (que fuera rehén de las Fuerzas Armadas, junto a Raúl Sendic, José Mujica , Jorge Zabalza, entre otros históricos guerrilleros del MLN) un día tuvo serios entredichos con la Jueza Mariana Mota, cuando el Secretario de Estado se negó a que la Justicia cumpliera una inspección ocular dentro del que fuera centro de detención clandestina llamado “300 Carlos”, negativa, que aunque más tarde fue subsanada, no paso inadvertida para la opinión pública y mucho menos para las familias de las personas desaparecidas, que seguramente llegaron (o llegan) a pensar de que algo raro venía (viene) ocurriendo con este gobierno, en materia de investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos. Un pensamiento que debe andar por ahí, aferrado al sentimiento de desconfianza por lo que se hace desde el seno mismo del Poder Judicial, vale decir de sus Ministros, respecto a las violaciones a los derechos humanos. Dudas y sospechas, se ciernen sobre ellos, y hasta sobre algunos hombres de gobierno y fuera de él. Dudas y sospechas que no estuvieron ausentes entre quienes caminábamos en esta Marcha del Silencio.
No en vano, me viene a la memoria una crónica de La Diaria, que leí al día siguiente, respecto a la marcha, consignándose la opinión de Oscar Urtazún , integrante de Familiares de Desaparecidos: “El Ministro de Defensa lo único que ha hecho es entorpecer las investigaciones y jugarse siempre por la inocencia de los asesinos”. Y no dudo que Urtazún tendrá sus motivos para decirlo, así enfáticamente.
Fue así, entonces, que como todos los años, las sombras de la noche se opacaron por las incandescentes luces de los sedientos de justicia, y por el recuerdo sincero y emotivo hacia quienes están ausentes, pero presentes en cada uno de los ciudadanos caminando por la avenida 18 de Julio portando retratos de hombres y mujeres “desaparecidos” por el terrorismo de Estado; portando pasacalles y carteles.
El grito silencioso de más de 20 mil almas –hombres, mujeres, jóvenes y niños- fue esparcido a los cuatro vientos. Algo así como un repudio generalizado a la suerte de retroceso que se esta viviendo en las investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos, sorprendentemente, en el Uruguay de un gobierno frenteamplista. Un retroceso favorable para quienes, alimentados por sentimientos de los golpistas de los años 70, buscan expresamente que se avance en impunidad para que no se castigue a los represores.
Un cartel llevado en la cabecera de la marcha resumía los sentimientos de las más de 20 mil almas allí presentes; era más que un cartel, diría que se trataba de que un sutil mensaje, al mundo:” EN MI PATRIA NO HAY JUSTICIA ¿ QUIENES SON LOS RESPONSABLES? “
Todo estaba dicho en esas diez palabras: diez palabras con sabor a denuncia, a protesta, a repudio, a desilusión, a bronca. Pero había más carteles, más pasacalles, más mensajes ¿más verdades? : “CAERA LA MURALLA CONTRA LA IMPUNIDAD “; “BASTA DE PALABRAS,JUICIO Y CASTIGO”;”NO SON DELITOS COMUNES, SON CRIMENES DE LESA HUMANIDAD”;”NINGUNA CONFIANZA EN ESTA JUSTICIA”; “APERTURA DE LOS ARCHIVOS DE LA DICTADURA”;”LA MURALLA DE LA IMPUNIDAD CAERA”;”SEÑORES DEL GOBIERNO Y LA CORTE, CON SU SANGRE HAGAN LOS PACTOS QUE DESEEN, PERO NO LE PERMITIREMOS PACTAR CON LA SANGRE INOCENTE DE NUESTROS SERES QUERIDOS (Firmado:hijos, familiares y amigos de Aldo Chiquito Perrini) ;”¿HASTA CUANDO MARCHAREMOS EN SILENCIO?”.
Y como estaba previsto, el recorrido fue silencioso. ¿Silencioso verdaderamente? Cada pasacalle. Cada cartel. Cada rostro de los presentes. Cada fotografía de los desaparecidos encerraba un dicho, una demostración de rechazo a una impunidad imperante. Cada silencio era un grito. Un grito ensordecedor. Cada presencia allí en el asfalto de la principal avenida de Montevideo era un desaparecido presente. Vivo y reclamando justicia. Reclamando sus derechos. Cada familiar de los desaparecidos era uno de ellos. Vivo y reclamando justicia. Cada uno de los presentes era un grito de rebeldía dirigido al más detestable de los atropellos en tiempos de democracia: la impunidad abrazada del poder corrupto, seguida de la indiferencia. Indiferencia a tanto dolor, a tanta muerte, a tanta tortura, a tanto ultraje a la vida humana y a la vida en democracia. ¿Por qué esa indiferencia? ¿Por qué tanta impunidad cuando las leyes se hacen y se promueven en tiempos de un gobierno frenteamplista? Pereceríamos estar más bien en un gobierno de un partido tradicional influenciado por la casta militar de aquellos días del terror. Pareceríamos estar viviendo una irrealidad, jurídica, moral e ideológica.
Desde Jackson y Rivera hasta la Plaza Libertad. Cada tramo de nuestra principal avenida fue marcando el sentido del encuentro. No era importante individualizar nombres y apellidos de los presentes, a pesar de que habían integrantes de organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, entre otras figuras de las luchas ciudadanas; veteranos dirigentes políticos, veteranos tupamaros, dirigentes estudiantiles; algunos legisladores, luchadores de los años setenta, y obviamente, los familiares de los desaparecidos y miles y miles de uruguayos comprometidos con una causa que, recalco, debería ser la lucha de todos los uruguayos. Al menos de todos aquellos que entendieron o entienden que la dictadura fue un período nefasto, muy nefasto de nuestra historia. Por lo que pasó, dentro de nuestras fronteras y por lo que pasó fuera de ellas, en la región y más allá de la región. Dictaduras sobraron por aquellos años. Y sus consecuencias también sobraron. Consecuencias que se vienen todavía sintiendo en estos días, porque aunque un grupo reducido de represores están merecidamente entre rejas muchos de los personajes siniestros de aquellos días de terror, siguen transitando por nuestras calles, codeándose con nosotros en plazas y ramblas con total impunidad.
El recorrido no acarreo incidentes ni escaramuzas con quienes estaban por fuera de la movilización del silencio. No hubo violencia de parte de quienes marchábamos a paso de hombre. Y si bien era una marcha, no tenía nada de marcha militar, pero sí mucho de lo no militar.
Fue un recorrido sobrio, y por lo compacto que resultó en sentimiento, demoledor, especialmente para quienes todavía en nuestros días no han comprendido el verdadero significado de la justicia y de la libertad en democracia y muchos más, con este gobierno.
Una hora y media después la Plaza Cagancha fue el escenario final de una movilización que motivó una inusitada cobertura periodística local e internacional, en la que no hubo reportero gráfico capaz de ignorar toda la fuerza del encuentro. Un encuentro al que no faltó una luchadora ejemplar por la causa de los desaparecidos: Luisa Cuesta, que a sus 94 años no faltó a la cita llevando un cartel.
No hubo oradores. Solo se fueron mencionando a través de altoparlantes a cada uno de los desaparecidos. Solo se oía a la multitud gritar presente, en cada una de las menciones. Solo se oía el silencio. Finalmente el himno nacional fue entonado con fuerza.
Ni el frío, ni la tenue llovizna cayendo sobre Montevideo, impidieron la realización de la Marcha del Silencio, a la que siguió, una movilización de la organización Plenaria Memoria y Justicia, en las puertas mismas de la Suprema Corte de Justicia, vallada por la policía. Una enorme pancarta sostenida en el lugar:”LA MURALLA DE LA IMPUNIDAD CAERA” fue el marco para una protesta más frontal donde los participantes corearon “HAY QUE ANULAR, HAY QUE ANULAR, SINO LA CORTE SE VA A QUEMAR”; NO HUBO ERRORES, NO HUBO EXCESOS, SON TODOS ASESINOS LOS MILICOS DEL PROCESO”;”SE VA ACABAR, SE VA ACABAR LA IMPUNIDAD EN EL URUGUAY”. Hubo además una parodia donde dos actores representaban a la Justicia y a un Coracero con ropas de grupo de choque: una mujer representando a la justicia estaba con los ojos y la boca. En los ojos estaba escrito Frente Amplio y en la boca estaba escrito PIT CNT. La mujer iba atada al Coracero en cuyas ropas oscuras estaba escrito SCJ. Todo concluyó sin incidentes.
Noventa y cinco días atrás en ese mismo lugar, a plena luz del día, la jueza penal Mariana Mota era ovacionada, apoyada y reconocida públicamente por su muy prolija y valerosa tarea de investigar casos relacionados con las violaciones de derechos humanos, llevando contra las cuerdas a no pocos represores. Solo que los piolines de la impunidad comenzaron a moverse peligrosamente –para ella y para la democracia- y en consecuencia la jueza penal dejó de ser jueza penal (y otros jueces fueron igualmente trasladados) y la sociedad uruguaya -los frenteamplistas especialmente- se dieron de bruces con el rostro de una Justicia retrógrada, sujeta a otros intereses y en absoluto independiente. Ese día –el 15 de febrero de 2013, en medio de una escaramuza entre la fuerza pública y quienes apoyaban a la Jueza Mota en el momento en que ella debía jurar como jueza civil- lamentablemente los Ministros de la Suprema Corte de Justicia erigieron la muralla de la impunidad. Pero diez días después –el lunes 25 de febrero- en repudio a esa Corte, y frente a ella misma en el Palacio de Piria, se realizó una movilización a la que asistieron centenares de personas estando entre ellas el ex tupamaro Jorge Zabalza y el escritor y periodista Eduardo Galeano. Este último, en diálogo con la prensa –diario La República específicamente- resumió, a su estilo, el sentir de los presentes en aquellos días: “asisto a este acto con mucha indignación porque esta Suprema Corte de Justicia parecer ser muy suprema pero en la injusticia. Está cumpliendo un triste papel para el país” dijo Galeano. Y no estaba equivocado. Como tampoco lo estábamos, caminando lenta pero firmemente en la Marcha, precisamente para derribar la muralla de una impunidad descarada, obscena y más propia del terrorismo de Estado que de un gobierno democrático como el de nuestros días.