Jueves 18 Abril 2024

En ambas márgenes del Río de la Plata, comparaciones del colega argentino Gastón Garriga

Por estos días, el periodista argentino Gastón Garriga, publicó un artículo en Página/12, donde, sin temor a la duda, lisa y llanamente, comparó al represor Ramón Camps con Hitler. Camps -exgeneral y multi condenado por crímenes de lesa humanidad-, fue durante la dictadura el jefe de la maldita policía bonaerense, el jefe de la Policía Federal, y el responsable directo del nefasto ‘Circuito Camps’, que aglutinaba una serie de Centros Clandestinos de Detención, por donde transitaron decenas de miles de jóvenes, militantes, estudiantes y obreros, víctimas del terrorismo de Estado. Sin lugar a dudas, un genocida. Pero el periodista Garriga, trae en esta ocasión la referencia a Camps, para comparar la metodología, la lógica, del andamiaje de espionaje de la dictadura con el operativo de espionaje ilegal montado durante la gestión de Macri, y que la prensa tituló la “Gesta Pro”, haciendo un juego de palabras con la Gestapo que el exministro de Trabajo de la entonces gobernadora María Eugenia Vidal, Marcelo Villegas, deseaba tener “para terminar con los gremios”, como se le escucho decir en el video que se filtró a la prensa de la reunión mantenida con un grupo de funcionarios de primera línea de la provincia de Buenos Aires, espías de la Agencia Federal de Inteligencia y empresarios de la construcción, a mediados de 2017, en la sede del Banco de la Provincia de Buenos Aires, para condicionar a opositores políticos, con todo lo que eso significa.

En un tiempo, donde las garantías constitucionales y los derechos humanos están en claro retroceso, a ambos lados del rio, y también en otros lares, cualquier gesto, por mínimo que parezca, debe mantenernos la memoria activa, de cómo son las lógicas represivas, que nunca van aisladas unas de otras, y que lamentablemente, a pesar del paso de los años, no hemos logrado sanear, o exorcizar de nuestras instituciones.

Puede parecer menor una reunión para meter preso a un sindicalista, como pasó aquel día en Argentina. También puede parecer menor, como ocurrió aquí en Montevideo, que un funcionario policial brinde información personal al jefe de custodia presidencial, sobre alumnos y docentes del liceo 41, en el marco del reclamo estudiantil. Gesto que tranquilamente se puede interpretar como una lista negra, en plena democracia, con todo lo que eso implica.

La nota de Garriga, trae una pequeña “anécdota”, de junio de 1976, sobre el día que un “Grupo de Padres” del Colegio Nacional de Carlos Casares, le envió una carta “prolijamente tipeada, dirigida al señor ministro del Interior, general Albano Harguindeguy”, en la cual le presentaban su preocupación ante el uso del libro ‘Las venas abiertas de América Latina’, de Galeano, como bibliografía obligatoria para las clases de Estudio Social. Un autor que según los “Padres” era de “ideología izquierdista o izquierdizante”.

Galeano era uno de esos senti pensantes que, aunque profundamente patrióticos -en su caso uruguayo-, su trayectoria, a ambos lados del Río de La Plata, y también torrente arriba, hizo que un poco, nos lo disputáramos entre todos, porque todos nos vimos reflejados en sus palabras, y porque sus palabras reflejaban una realidad común para todos, sobre todo, para los latinoamericanos.

En la Argentina la carta del “Grupo de Padres” fue el catalizador de la creación de un legajo de inteligencia, y de una serie de operativos de recolección de información y de persecución. Hasta el momento no se logró saber el destino de esa información, pero no se descarta que haya sido motivo de secuestros, siguiendo la lógica de aquellos días. Hace pocas semanas, en el Uruguay se intentó repetir un gesto similar, cuando se promovió la exclusión de la currícula escolar de algunos títulos sobre el pasado reciente (la dictadura) del historiador Carlos Demasi.

Garriga, recoge varios ejemplos de la época, para mostrar que el hostigamiento y la persecución en el ámbito educativo era una cuestión sistematizada y como tal una política de Estado. Legajos como estos fueron los que terminaron con “La noche de los lápices”, donde fueron secuestrados diez estudiantes, seis de los cuales fueron desaparecidos. Legajos como estos fueron los que en agosto de 1972 impulsaron en Montevideo a las patotas de la Juventud Uruguaya de Pie, a irrumpir una asamblea en el liceo 8, dándole muerte al joven estudiante Santiago Rodríguez Muela.

Pasaron muchos años, es cierto, pero aquellos gritos lejanos, tienen ecos muy cercanos.

En los últimos días, una serie de incidentes y hechos de violencia en las inmediaciones del liceo Zorrilla, en el barrio Cordón de Montevideo, reflotaron la idea de apostar policías en el lugar; una idea como mínima compleja, teniendo en cuenta la historia del torrente sanguíneo de América Latina. No porque no sea necesario estar atentos a que las diferencias entre jóvenes se diriman sin violencia, pero antes de ser alarmistas, y exaltados, conviene entender de una vez por todas, que la educación, en una concepción integral, es el mejor remedio contra la violencia.

Porque los estudiantes, son eso, estudiantes, no delincuentes.

Foto: Revista Ruda

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