Fue una de las secuencias de la violencia mafiosa y racista de América Latina más detestables y más hirientes, de los últimos cuatro años. Ocurrió en el Brasil. Para la naturaleza humana, y para todo el activismo social de ese país (que hoy tiene como presidente a Lula Da Silva, pero en aquel momento era Jair Bolsonaro el primer mandatario) no fue una mera bofetada, fue un golpe bajo, sobrecargado de un odio visceral y sustentado dentro de un marco de conspiración, si se quiere, excelso y propio de una elite reaccionaria, rancia y criminal de la más baja calaña. Me estoy refiriendo al asesinato de Marielle Franco, de 38 años de edad, cometido el 14 de marzo de 2018 en Río de Janeiro. El asesinato de una mujer que hoy habría sido un emblema viviente de una lucha por la liberación femenina y la defensa de los derechos humanos en su país, como mínimo, ya que su agenda de lucha social, era no solo nutrida, sino sustanciosa, funcional a la vida, y a la libertad, y a la expresa defensa de los sectores sociales criminalizados por la cara más fascista del Brasil de esos días.

Pero las balas asesinas, monitoreadas desde las sombras por personajes siniestros del ala oficialista, no se detuvieron en su trayectoria y de esa forma la infamia de sacar del medio a la concejala Marielle del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) se consumó (con total impunidad) en horas de la noche, segando también la vida de Anderson Gomes, chofer del vehículo en el que ella se encontraba. Dos vidas humanas se arrasaron en fracción de segundos. Este doble crimen, a unos los (nos) sumió en la rabia, la indignación, el llanto y el dolor; y a otros los regocijó y los fortaleció en su círculo mafioso. Dos vidas que se apagaron, pero dejaron una profunda huella combativa, eso es innegable, y eso es lo que pretendo recalcar y atesorar, pero no solo dentro de los cánones de la retórica, sino dentro de los parámetros más incisivos de la lucha, en mi caso, desde el periodismo, y en el caso del lector, desde la trinchera en la que se encuentre, sin tanto trámite.

Y hablando de trinchera, Lula Da Silva, desde su flamante trinchera instalada en Brasilia, ha lanzado a los cuatro vientos promesas relacionadas con el caso de Marielle; y las agencias internacionales, y los medios locales, se ocuparon muy bien de hacer los correspondientes anuncios. ¿Cuáles?

Pues bien, dicen por noticieros, sitios, redes sociales y diarios, que el ministro de Justicia -siguiendo directivas de Lula- prometió que iría hasta el fondo con la investigación en torno al asesinato de Franco.

Como antesala de esa batería de promesas, el reciente titular de Derechos Humanos del gobierno brasileño, y además reconocido filósofo, Silvio Almeida, prometió solemnemente “revocar todos los decretos bolsonaristas que inciten a la discriminación y al odio”.

Flavio Dino, ministro de Justicia, en cambio, direccionó sus promesas aludiendo específicamente a Marielle Franco, diciendo sin medias palabras que se iría hasta el fondo para aclarar su muerte. Y agregó: “Es una cuestión de honor del Estado brasileño realizar todos los esfuerzos para que sepamos quién mató y quien mandó a matar a Marielle Franco en Río de Janeiro”.

Hasta la fecha, están bajo la mira de la Fiscalía, como autores materiales -sicarios- los ex policías Roniie Lesa y Elcio Queiroz, sujetos del ámbito parapolicial que rodeaba a Jair Bolsonaro, por tratarse de vecinos. Oportunamente, sobre estos dos individuos, se puedo saber que, en horas matutinas de la jornada del doble crimen, ambos mantuvieron un encuentro en un barrio privado donde vivía Jair Bolsonaro -presidente en ejercicio- trascendiendo también que el ex mandatario admitió conocer plenamente tener un vínculo con Lessa y hasta encuentros causales como vecino, pero negó rotundamente conocer que era asesino a sueldo y traficante de armas.

Manteniéndose siempre en esa postura, Bolsonaro -se supo también en ámbitos judiciales- que tuvo la osadía y el descaro de remover no solo a investigadores y fiscales que habían concretado avances significativos en el caso Marielle, cuya popularidad y su mayor actuación como integrante del Consejo Deliberante, se centró en las denuncias que hizo en torno a la violencia policial y parapolicial, imperantes en las favelas.

La muerte de Marielle Franco paralizó de estupor a todos los residentes de la favela de la cual ella era integrante desde su nacimiento, y en otras favelas, y en los más destacados sectores sociales y de derechos humanos, donde la gran mayoría sus miembros no hicieron más que señalar con el dedo, como responsables del crimen, a la más sombría y tenebrosa casta parapolicial operante en las favelas de Río, cuya impunidad, en sus incursiones represivas era lo más saliente en el “incumplimiento” de sus funciones, como parte de una institución que debería haber sobresalido por la defensa a la población y no por una recurrente práctica de abusos, con el saldo de jóvenes muertos, prácticamente a diario.

El desmadre, entonces, de las fuerzas policiales (y de elementos a sus servicio) si bien se consolidó y se intensificó en el período de Bolsonaro, siempre fue una de las preocupaciones de Marielle Franco, y solo recién cuando ella fue electa como Concejala del PSOL, su accionar de denuncia se transformó en un verdadero misil dirigido al autoritarismo reinante, que obviamente, como es ya norma en Latinoamérica en particular, optó por apelar al sicariato profesional para hacerla a un costado, a puro plomo.

Desde nuestra mesa de trabajo, en Montevideo, y desde una diversidad de ámbitos brasileños y de la región, donde la lucha social y la defensa de los derechos humanos, es la esencia del diario vivir, aguardamos que toda esa batería de promesas de filas del gobierno entrante, para desempantanar las investigaciones en torno al caso de Marielle Franco, se cumplan verdaderamente.

Más aún, cuando según una reciente promesa del ministro de Justicia, no se ha descartado que en el correr de las próximas semanas la Policía Federal haga parte de los equipos que serán designados para las investigaciones.

Tal parece, que las puertas estarían abiertas para echar aguas claras sobre un episodio turbulento, sombrío, y definitivamente repulsivo, como siempre ocurre cuando la lógica mafiosa es funcional, ya no solo al crimen organizado, sino, además, a los odios raciales y a los intereses ideológicos de los sectores más fascistas, en este caso de la sociedad brasileña.

Los frutos hablarán tras las promesas. Momentáneamente, solo nos cabe esperar -y si se quiere- con ánimo de celoso monitoreo de esas promesas, esperanzados en los nuevos vientos, dentro de la conducción de un país, en el que -lamentablemente- la asonada golpista ya se visibilizó en los últimos días, con dramático y nada favorable tinte antidemocrático.

¡Marielle, no bajaremos los brazos, para que, como se ha prometido a los cuatro vientos, se haga justicia!

Foto: imagen de YouTube

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