En recuerdo del músico chileno, y de su arte militante

Por Victoria Camboni-16 de setiembre de 2022

Un artista entregado. Un militante social. Un músico y compositor. Un director de teatro. Un esposo. Un padre. Un integrante de las Juventudes Comunistas de Chile.

Víctor Jara fue muchas cosas. Pero hoy, sigue siendo aquel hombre que desbordó su coraje, pasión y deseo de justicia profundo, a las cuerdas de su guitarra, a la vibración de su garganta y a sus letras combativas, que inspiraron revoluciones.

Un hombre que sin dudas tuvo miedo, pero que a pesar de ello decidió seguir cantando.

Sus canciones contestatarias, tienen tanta vigencia como hace 49 años. Quizás, si hoy siguiera cantando, los nuevos gobiernos lo seguirían reprimiendo. Porque gracias a su carisma y a su sensibilidad, Víctor sacudió, sigue sacudiendo a miles de chilenos, y atravesó sus corazones y conciencias con su arte de denuncia.

En 1971 fue nombrado embajador cultural, año en que asumió la presidencia de Chile el socialista Salvador Allende. Tiempo después, ingresó como profesor al Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado.

El 11 de setiembre de 1973, cuando el Ejército comandado por Augusto Pinochet -quien había sido elegido semanas antes como comandante en jefe- dio el golpe de Estado contra Salvador Allende, Jara se encontraba en la Universidad Técnica del Estado. Allí se dirigieron los militares, y lo detuvieron junto a otros profesores y alumnos, y lo trasladaron posteriormente al Estadio de Chile, hoy llamado Estadio Víctor Jara.

Allí permaneció varios días secuestrado junto a miles de personas, y escribió el famoso poema, su último grito de arte, su última expresión de denuncia:

“La sangre del Compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto.

Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.

De verme entre tantos y tantos momentos del infinito

en que el silencio y el grito son las metas de este canto”.

Su muerte fue un símbolo de que el valor y la entrega nos hacen eternos. No hay muerte más grande, más digna, que morir por los amigos, decía Jesús hace más de dos mil años. Y como él, Víctor y otros y otras, tantos y tantas, dejaron su vida por sus compañeros, por gritar siempre cada injusticia, por denunciar con amor, que justamente, falta amor.

Y a 49 años, aunque le arrebataron sus dedos, su lengua y finalmente le acribillaron su humanidad, el artista militante trascendió fronteras y llenó de música e ideas revolucionarias las mentes y corazones de tantos jóvenes, de tantos compañeros.

Y como una vez cantó, así es cada vez que un mártir cae, y miles de conciencias se levantan.

“Canto que ha sido valiente,

siempre será canción nueva”.

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*Foto de portada: indiehoy.com