Jueves 18 Abril 2024
El hecho que marcó la historia moderna del país, y sus responsables continúan aún impunes
 
Por Alejandro Diaz-30 de junio de 2022
 Odio, xenofobia, racismo, clasismo y violencia institucional se juntaron aquel 16 de junio de 1955 en Plaza de Mayo, para dejar registro de uno de los hechos sangrientos más aberrantes de la historia Latinoamericana. Aquel día, facciones reaccionarias de las Fuerzas Armadas argentinas, celosamente custodiadas por representantes civiles de las oligarquías, dejaron caer su furia sobre la población que habían jurado proteger.

Más de 300 muertos y más de mil heridos, fueron las víctimas de las 14 toneladas de bombas que tiraron sobre la ciudad de Buenos Aires, los miembros de la Aviación de la Armada y de la Fuerza Aérea. Una locura. El objetivo de las unidades militares sublevadas era asesinar al entonces presidente Juan Domingo Perón.

El contexto político y social de aquellos años era complejo. Perón había iniciado su segundo mandato hacía poco más de un año, con porcentajes de apoyo popular récord, que no volverían a repetirse en la historia argentina. Muchas fueron las críticas que se pudieron hacer sobre su gestión, sobre los trasfondos oscuros del peronismo, cuya matriz fue adaptada de la experiencia de Mussolini en Italia. Muchas fueron las críticas que se pudieron hacer sobre la persona de Perón, sobre todo transcurrido el tiempo y la historia, que lo halló en el final de sus días condecorando a Licio Gelli, que ocupa un lugar aberrante y completamente lacerante en la historia moderna argentina, pero para este presente, aún faltarían decenas de años, y en aquel 1955 el peronismo vivía su apogeo. Un peronismo que es mucho más que una estructura partidaria. Un peronismo que esta sostenido sobre la solidaridad y la autodeterminación de un pueblo, plurinacional y combativo, que Perón supo aunar e institucionalizar bajo su amparo, y bajo su nombre.

Aquel bombardeo sobre Plaza de Mayo, no fue un atentado contra una personalidad política e histórica. Aquel bombardeo fue un atentado contra un modelo cultural disruptivo, que había fisurado aquella hegemonía católica, terrateniente y conservadora que imponía con puño de hierro su violencia contra las comunidades que habitaban el territorio argentino.

Semanas antes del bombardeo, hubo una fuerte y multitudinaria manifestación contra el gobierno, liderada por componentes de la Iglesia Católica argentina, la misma que tantas explicaciones debe al pueblo. Es importante considerar que el catolicismo es culto oficial en el Estado argentino y ocupa, históricamente, un lugar importante en la mesa de las decisiones políticas y por, sobre todo, en el tono en que se dan ciertos debates. El peronismo, en aquel presente, avanzaba en el reconocimiento de derechos civiles muy adelantados a su época. Temas como el divorcio, la educación laica, el reconocimiento de los hijos bastardos, y la separación de la iglesia y el Estado, eran en la época un fuerte golpe, no contra una religión y su fe, sino contra una institución de poder y de privilegio que acompaño activamente más de un genocidio en la historia argentina y mundial.

Los aviones de la Armada que sobrevolaron el suelo argentino y bombardearon a su población aquel día, tenían pintado sobre su lomo un símbolo que representaba la leyenda “Cristo Vence”. Una consigna impulsada desde los sectores más conservadores de la oligarquía argentina, a la cual históricamente la Armada estuvo ligada. Hay una tradición, una transmisión de casta, de logia, dentro de las Fuerzas Armadas, que una y otra vez asomara su feo rostro sobre la población, cada vez que “Dios y la Patria se lo demande”.

BOMBARDEO EN PLAZA DE MAYO HACE 67 AÑOS MÁXIMA EXPRESIÓN DEL FASCISMO ARGENTINO3

Los responsables directos de este bombardeo, que marco un momento de la historia, que en definitiva conllevaría al golpe de Estado que derrocaría a Perón algunos meses después, fueron amnistiados por los golpistas de la llamada “Revolución Libertadora”, permitiendo que estos personajes se perpetuaran dentro de las instituciones del Estado hasta muy adentrada la democracia. Personajes como el teniente Osvaldo Cacciatore, quien sería luego intendente de facto de Buenos Aires, durante el proceso militar iniciado en 1976. El excapitán Horacio Pedro Estrada, quien formaría parte de la cuadrilla de represores que infundían el terror en la ESMA, y que el destino lo encontraría “suicidado” el 25 de agosto de 1998, en plena época del menemato, luego de que testificara ante la justicia por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Otro espécimen fue el exteniente Luis Suárez, quien también integró los grupos de tareas de la ESMA, y luego se “recicló” como agente privado al servicio de la multinacional FORD en España, la misma multinacional cuyos directivos en Argentina están condenados por crímenes de lesa humanidad. Suárez, fue siempre sospechado de estar integrado a las filas de la CIA. Solo por nombrar algunos.

Estos personajes dejan en claro, que finalizada una tarea no se van a sus casas a descansar. Todo lo contrario. Permanecen, permanentemente operativos, al servicio de las castas de poder. Un concepto que debemos tener siempre presente al momento de considerar la posibilidad de liberar o aminorar las penas de los condenados por crímenes especialmente graves, vinculados al crimen organizado trasnacional o al terrorismo de Estado.

Desde siempre hemos denunciado que estos crímenes de Estado, fueron y son, una consecuencia de una alianza cívica y militar. Endilgar las responsabilidades solo a los soldados sería por lo menos un error. No podemos olvidar la participación en el bombardeo a Plaza de Mayo de “civiles” como Miguel Ángel Zavala Ortiz, quien fue el único aviador sin rango militar que participó en el bombardeo, y que luego fugó junto a otros hacia Montevideo. Años después se transformaría en ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Ilia en 1963. Otro de los civiles involucrados fue un joven Guido Di Tella, quien, sumado a las filas de la Democracia Cristiana, se arrastró hacia la lógica golpista, pese a que años más tarde, ya maduro, sería parte activa del peronismo que militó el regreso de Perón en 1972. Un Perón que regresó, guste o no, de la mano de Licio Gelli. Arrestado durante el proceso militar del 76, Di Tella, fue liberado a instancias de su “amigo” José Alfredo Martínez de Hoz, quien era y fue hasta su muerte, el custodio del plan económico que impera en la Argentina desde aquellos días. Luego, se reincorporaría a la función pública de la mano de Raúl Alfonsín, y más tarde sería parte esencial del andamiaje menemista, siendo ministro de Relaciones Exteriores durante casi toda la década del 90. Tiempos en los que Argentina se alienó diplomáticamente a la agenda económica y militarista de los Estados Unidos.

La permanencia reiterativa de estos personajes en los distintos ciclos históricos, no hace más que dejar en claro que un grupo de poder ha sometido a la Argentina a una dictadura cívica militar y eclesiástica, que oscila permanentemente entre regímenes totalitarios militares y de violencia política generalizada, y democracias condicionadas y de violencia política selectiva.

Seria largo y complejo explicar los antecedentes históricos de violencia a partir de los cuales se ensambló el Estado argentino. Considerar que uno sea peor a otro, sería, aunque en parte, valorizar también a las víctimas. Indudablemente la violencia estatal formó, y forma parte de la construcción del Estado argentino. Aquella violencia estatal estuvo presente en la masacre de Avellaneda, donde fueron asesinados los militantes Maxi Kosteki y Darío Santillán, en junio de 2020. La violencia estatal también estuvo presente durante la masacre de Napalpí, en julio de 1924, la cual recientemente fue reconocida como un crimen de lesa humanidad por el sistema judicial argentino. La Conquista del Desierto, que devastó a las comunidades de la Patagonia, a partir de 1878, para consolidar los grandes latifundios que permanecen hasta hoy, es una muestra de esta violencia estatal. El Bombardeo de Plaza de Mayo, sin contemplar que un hecho sea peor al otro, marcó uno de los puntos más álgidos de la tragedia argentina.

Esta violencia estatal, existió, lamentablemente, desde siempre, en este y en otros Estados de la historia. Ahora, cuando aquella violencia estatal se expresa, muchas veces de forma “legal”, acompañada de discursos de odio, xenofobia, racismo, clasismo, entre otros, tendientes a exaltar un modelo hegemónico, hablamos de fascismo. Un fascismo que tomó su nombre de un fenómeno italiano, pero que expresó características similares en otros procesos históricos.

Estas características, nacionalistas, eurocentristas y autoritarias calaron hondo dentro de las Fuerzas Armadas argentinas, proclives a la violencia y a formar parte vital del entramado social, cultural y político de la nación. Aquel gen fascista, se expresa de forma más rancia cuando hay frente a si un contexto social comunitario, respetuoso de la diversidad, o democrático.

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Foto de portada: revistakm0.com